A las doce menos cuarto, sonó el teléfono de la oficina de Greg.
—Tiene una llamada del detective Simon Benet, señor —anunció su secretaria.
Con las manos sudorosas y un hormigueo recorriéndole la mente y el cuerpo a causa del miedo y la inseguridad, Greg levantó el auricular. ¿Le pediría Benet que fuera a hablar de nuevo con él?
—Buenos días, señor Pearson —dijo Benet—. Siento molestarlo.
—No me molesta. —Suena bastante amable, pensó Greg.
—Señor Benet, es muy importante que me ponga en contacto de inmediato con el señor Michaelson. No responde al teléfono de su casa ni al móvil, y no está en su despacho de la universidad. Por casualidad, ¿ha hablado con él últimamente o le ha mencionado que tuviera previsto salir de viaje?
Una gigantesca oleada de alivio le recorrió el cuerpo de arriba abajo. Ese desgraciado de Gruber no me vio en absoluto. Debió ver la fotografía de todos nosotros en el periódico y eligió a Charles. Y es probable que Albert dijera a Benet que Charles buscaba comprador para el pergamino. Mi llamada anónima a Desmond Rogers surtió el efecto deseado.
Una vez más, sintió que controlaba la situación y que era al amo y señor de su universo. En tono cordial, respondió:
—Lamento no poder ayudarlo, detective Benet. No he hablado con Charles desde que fuimos a cenar a casa de Mariah el martes por la noche. Fue la noche en que usted y la detective Rodriguez estuvieron allí.
—Gracias, señor Pearson —dijo Benet—. Si sabe algo del profesor Michaelson, le agradecería que le pidiera que me llamara.
—Lo haré, detective, aunque debo decir que me extrañaría que Charles se pusiera en contacto conmigo. Nuestra amistad en común con Jonathan Lyons y mi asistencia a sus expediciones arqueológicas eran la única base de nuestra relación.
—Entiendo. Bueno, le di mi tarjeta, pero por si no la tiene a mano, tal vez podría anotar mi número de móvil.
—Por supuesto. —Greg cogió un bolígrafo, escribió el número, se despidió con amabilidad de Benet y colgó el auricular. Respiró hondo y a continuación se levantó.
Ha llegado la hora de visitar a las señoritas y decirles adiós, pensó. Después sonrió.
Puede que primero las invite a almorzar.