Después de llamar a Lloyd para decirle que Mariah podía haber desaparecido, Alvirah corrió a ducharse y vestirse, dejando la tarta a medio comer en el plato. Con el corazón acelerado por los nervios, se puso el chándal de verano, se tomó las vitaminas y se aplicó un poco de maquillaje a toda prisa. Justo cuando terminaba, Lloyd la llamó para decirle que habían encontrado el coche de Mariah.
—Voy de camino a la oficina del fiscal —anunció Lloyd en tono tenso—. Supongo que ese tal Gruber estará allí. Si dice la verdad, la vida de Mariah puede depender de la descripción que dé de ese tipo.
—Lloyd, tengo mis sospechas —respondió Alvirah—. Y desde ayer, estoy segura en un noventa por ciento de que no me equivoco. Albert West dijo a los detectives que Charles Michaelson estaba intentando vender el pergamino, pero entonces pedí a Albert que llamara a su fuente, que admitió que el supuesto chivatazo le había llegado a través de una llamada anónima. Creo que la persona que hizo esa llamada intentaba inculpar a Michaelson en este asunto. No creo que Michaelson ni West estén implicados.
Cada vez más convencida de su teoría, Alvirah recorría la habitación de arriba abajo mientras hablaba.
—Eso nos deja con Richard Callahan y Greg Pearson. Mi intuición me dice que Richard no es un asesino. Sabía que ocultaba algo, pero entonces lo vi claro como el agua. Está tan enamorado de Mariah que estaba dispuesto a gastarse toda esa cantidad de dinero para recuperar el pergamino.
Con la esperanza de estar convenciendo a Lloyd, añadió:
—Lloyd, no puedo estar segura al cien por cien hasta que podamos ver el retrato, pero en ese caso solo nos queda Greg Pearson.
—Alvirah, espera un momento. Soy el abogado de Kathleen. Exceptuando a Mariah, no hay nadie que tenga más ganas que yo de descubrir al asesino. Así que, aunque todas tus conjeturas resulten ciertas, puedo asegurarte que ningún jurado condenará a Greg Pearson en base a pruebas basadas principalmente en la identificación por parte de Wally Gruber. El abogado de Pearson lo destrozaría durante el interrogatorio.
—Estoy de acuerdo contigo. Entiendo lo que dices. Pero tiene que haber escondido el pergamino en algún lugar. No sería tan estúpido para dejarlo en su apartamento, en su oficina o en una caja fuerte. Sin embargo, si creyera que Gruber ha dado la descripción de otra persona y se sintiera a salvo, tal vez se animaría a ir al lugar donde esconde el pergamino.
Mientras defendía su teoría, Alvirah intentó no levantar la voz demasiado.
—Creo que los detectives están convencidos de que Lillian llevaba el pergamino bajo el brazo cuando subió al metro. Tenía que ir a algún sitio a reunirse con alguien. Creo que era Greg. Piénsalo. Rory pudo dejarlo entrar en la casa esa noche. Es una ex convicta que violó la libertad condicional. Tal vez Greg descubrió su pasado secreto y la amenazó con delatarla si no colaboraba con él. Y después quizá tuvo que librarse de Rory porque le suponía un peligro.
—Alvirah, lo que dices tiene sentido, pero ¿por qué habrá decidido ir por Mariah? —preguntó Lloyd.
—Porque estaba loco por ella y se dio cuenta de que Mariah estaba loca por Richard. Siempre noté que estaba celoso. Nunca le quitaba los ojos de encima. A eso, añade su terror por el hecho de que aparezca su cara en ese retrato. Creo que todo junto puede haberlo llevado al límite. Mi opinión es que nuestra única esperanza de encontrar a Mariah es asegurarnos de que Greg Pearson crea que el retrato muestra a otra persona, y así se sienta seguro para entrar y salir porque crea que nadie lo vigila.
Alvirah tomó aire. En tono apasionado, añadió:
—Tengo que hablar con Simon Benet. Si el retrato es de Greg, Simon solo tiene que hacerle creer que está a salvo. Después, tendrán que seguirlo las veinticuatro horas del día.
—Alvirah, por mucha ayuda que aportes, no creo que el detective Benet te comente el resultado del retrato —respondió Lloyd—. Pero, como abogado de Kathleen, a mí sí me lo dirá. Le haré saber absolutamente todo lo que me has contado, y te llamaré después de hablar con él.
—Lloyd, por favor, haz que entienda que si Mariah está aún viva, esta puede ser su única oportunidad de sobrevivir.
Willy había hecho la cama y seguido la conversación de Alvirah.
—Cariño, me da la impresión de que lo tenías todo resuelto. Espero que te hagan caso. Desde luego, para mí tiene sentido. Sabes que nunca digo nada, pero cuando íbamos a las cenas en casa de Jonathan, nunca llegué a saber cómo era Greg en realidad. Siempre se comportaba como si el resto fueran los expertos en materia de antigüedades, pero un par de veces hizo algún comentario que me hizo pensar que sabía mucho más de lo que demostraba.
Alvirah contrajo el rostro.
—No dejo de pensar en la pobre Kathleen y en lo horrible que sería para ella si le ocurriera algo a Mariah. Aun con alzheimer, en algún momento lo entendería y sé que la destrozaría.
Willy estaba a punto de colocar los cojines decorativos contra la cabecera de la cama. Con la frente arrugada y su amable mirada azul teñida por la preocupación, comentó:
—Cariño, creo que será mejor que te vayas preparando para recibir malas noticias sobre Mariah.
—No quiero pensar eso —respondió Alvirah enérgica—. Willy, no puedo pensar eso.
Willy soltó los cojines y se apresuró a abrazarla.
—Tranquila, cariño. Tranquila.
El fuerte sonido del teléfono los sobresaltó a ambos. Era el portero.
—Willy, un tal Richard Callahan está aquí. Dice que quiere verte enseguida.
—Déjale subir, Tony —respondió Willy—. Gracias.
Mientras esperaban a Richard, el teléfono volvió a sonar. Era Lloyd Scott.
—Alvirah, tenías razón. Estoy en la oficina del fiscal y he visto el retrato robot. Es idéntico a Greg Pearson. He hablado con Simon Benet. Está de acuerdo en que, probablemente, lo mejor en estos momentos sea hacer lo que sugieres. Sabemos que Pearson está en su oficina. Benet lo llamará dentro de una media hora, cuando esté seguro de que sus agentes de Nueva York están listos para salir tras él.