Después de hablar con Lloyd Scott, el detective Benet llamó al juez Brown a su despacho y recibió una autorización para localizar el teléfono móvil de Mariah y conseguir el registro de las llamadas entrantes y salientes, tanto de ese teléfono como de la línea fija de la casa de sus padres.
—Juez, existe una gran probabilidad de que Mariah Lyons haya desaparecido —explicó—. Necesito una lista de las llamadas de los últimos cinco días, para saber con quién ha hablado, y necesito acceso a las llamadas que reciba en los próximos días para saber quién la llama.
Su próxima llamada la realizó a la persona de la compañía telefónica que se encargaba de las órdenes judiciales como aquella.
—Me pondré enseguida con ello, señor —le aseguró.
Al cabo de diez minutos, Simon recibió la localización del teléfono móvil.
—Detective Benet, hemos localizado la señal en la ruta 4 Este de Fort Lee, justo antes de llegar al puente. Procede de las inmediaciones del motel Raines.
Rita Rodriguez observó la expresión de Simon y supo que había recibido malas noticias.
—Tenemos un problema grave —anunció—. La señal procede de los alrededores del motel Raines, un lugar de mala muerte. Podemos conseguir estar allí dentro de diez minutos. En marcha.
Condujeron a toda velocidad por la carretera con las luces de la sirena encendidas y pronto estuvieron frente al coche de Mariah. La puerta del conductor estaba entornada. Vieron un bolso de mujer en el asiento del acompañante. Mientras abrían la puerta con cuidado para no contaminar las posibles huellas dactilares, oyeron el sonido de un móvil procedente del bolso.
Simon sacó el teléfono y miró la pantalla. Era Richard Callahan. Simon comprobó el registro y observó que era la cuarta vez que la llamaba en las últimas dos horas. Había otras dos llamadas realizadas desde la casa de los Lyons, probablemente del ama de llaves, y dos más de Alvirah en la última hora.
Dos días antes, cuando Lillian Stewart desapareció, Richard Callahan les había asegurado que pasó todo el día intentando ponerse en contacto con ella, recordó Simon. Vuelve a cubrirse las espaldas.
—Simon, mira esto. —Rita enfocó con la linterna lo que, sin duda, eran manchas de sangre en la puerta trasera del lado del conductor. Apuntó al suelo con la linterna. Gotas de sangre seca se hicieron visibles sobre el suelo de piedra resquebrajada del aparcamiento.
Simon se agachó para examinar las gotas de cerca.
—No sé qué diablos estaba haciendo aquí, pero parece que la agarraron cuando salía del coche. Rita, tenemos que conseguir ese retrato robot de inmediato.
—Los chicos que han ido a recoger a Wally Gruber deben de estar viniendo hacia aquí —se apresuró a responder Rita—. Los llamaré y les pediré que conecten la sirena y lleguen lo antes posible.
Casi fuera de sí por la frustración, Simon gruñó:
—Hazlo. Yo me pondré en contacto con el departamento técnico para que vengan y revisen el coche en busca de huellas. —Hizo una pausa—. Y tendré que comunicar a Lloyd Scott lo que está pasando.
Tres mujeres desaparecidas en cinco días, se dijo en tono sombrío. Todas ellas relacionadas con Jonathan Lyons. Y probablemente también con el pergamino.
Rita interrumpió el momento de introspección.
—Los chicos que traen a Gruber ya están cruzando el puente. Nos esperarán en la oficina.