No sabía qué hacer. Por primera vez en su vida sentía que no controlaba la situación. ¿Describiría ese delincuente un rostro fruto de su imaginación? ¿O guardaría un revelador parecido con el que ahora veía en el espejo?
Había buscado en internet la fotografía que había aparecido en los periódicos de él y el resto del grupo que acompañó a Jonathan en su última excavación. La había imprimido. Si el retrato se parece a mí, se la enseñaré, pensó. La agitaré frente a esos detectives y les diré: «Miren, ha sacado su retrato robot de aquí». Sería su palabra contra la de un delincuente convicto que solo aspiraba a una reducción en la condena.
Sin embargo, cuando desde la oficina del fiscal empezaran a investigar su pasado, podrían llegar a descubrir que Rory fue a la cárcel por robar dinero a su tía cuando trabajaba para ella como cuidadora. A continuación, como un castillo de naipes, su laberinto de mentiras se desmoronaría. Solo había visitado a su tía en una ocasión mientras Rory trabajaba para ella, y Rory no lo reconoció cuando empezó a trabajar en casa de Jonathan. Pero yo sí la reconocí, pensó, y la utilicé cuando la necesité. Tuvo que seguirme la corriente porque yo sabía que había violado la condicional y no dudó en quitarme de las manos el dinero que agité frente a sus narices. Dejó la pistola de Jonathan en el parterre esa noche, y la puerta abierta para que pudiera entrar.
Había llevado a Mariah y a Lillian del aparcamiento del motel a su almacén de la ciudad. Una vez allí les había desatado las manos y les había permitido ir al baño, y después se las había atado de nuevo. Luego dejó a Lillian tendida en el sofá de brocado, sollozando. En el otro extremo de la sala, detrás de una hilera de estatuas griegas de tamaño real, había dejado a Mariah sobre un colchón en el suelo. La joven había vuelto a desmayarse antes de que él se marchara. Había sido una decisión brillante, la de no matar a Lillian de inmediato. ¿De qué otro modo podría haber convencido a Mariah para que saliera corriendo de casa en plena noche? Y hacía tiempo que había descubierto el modo de entrar y salir de su edificio de apartamentos sin ser visto. No era difícil con un uniforme de limpiador, una gorra calada hasta los ojos y una tarjeta de identificación falsa colgada al cuello.
Había regresado a casa justo antes del amanecer. Ahora no se le ocurría qué hacer, salvo actuar como si ese fuera un día normal en su vida. Estaba cansado, pero no se acostó. En lugar de eso, se duchó, se vistió, y tomó su desayuno habitual de cereales, tostadas y café.
Salió de su apartamento poco después de las nueve y se dispuso a seguir su rutina de todos los días. Intentando mantener la calma, se tranquilizó al pensar que si el delincuente mentía cuando aseguraba haber visto a alguien salir corriendo de la casa y había visto esa fotografía en el periódico, podría elegir a cualquiera de los otros tres hombres y describir su imagen al retratista de la policía.
Hasta saber qué rumbo tomaba el asunto, tendría que mantenerse alejado del almacén. Mariah y Lillian, pensó con sarcasmo, supongo que seguiréis con vida un poco más de tiempo. Pero si el retrato se parece a mí, y los detectives me piden que vuelva a hablar con ellos, seguirán sin tener pruebas suficientes para detenerme. Tan solo me convertiré en lo que llaman «un sujeto de interés» para la investigación. Es probable que empiecen a seguirme, pero eso no les servirá de nada. No pienso volver al almacén hasta saber en qué situación me encuentro.
Aunque tenga que esperar semanas.