A las nueve y media del viernes por la mañana, Alvirah estaba sentada a la mesa del comedor de su apartamento, disfrutando la tarta de crema de queso que Willy, siempre tan madrugador, le había comprado en la cafetería.
—Sé que solo te permites una de vez en cuando, cariño, pero has estado trabajando duro y te dará energía.
Sonó el teléfono. Era Betty Pierce.
—Espero no molestarles —dijo en tono de preocupación—. Señora Meehan, perdón, Alvirah, ¿está con Mariah, o ha sabido algo de ella?
—No desde las cinco de ayer por la tarde —respondió Alvirah—. ¿No está en casa? Sé que ayer estuvo en Nueva York. ¿La ha llamado al móvil?
—No, no está aquí. Y no responde al móvil ni al teléfono de su oficina.
—Puede que esté conduciendo, de camino a la ciudad —sugirió Alvirah—. Sé que ayer tuvo el teléfono móvil apagado casi todo el día.
—Hay algo más —se apresuró a añadir—. Mariah es muy ordenada. Jamás deja ropa tirada por la habitación. Su bata está en el suelo. Parece que volcó el vaso de la mesita de noche y no se molestó en limpiarlo. La puerta del armario está abierta. Hay un par de chaquetas descolgadas de las perchas, como si hubiera agarrado una y hubiera salido corriendo. El collar de perlas que le regaló su padre está sobre el tocador. Y siempre lo guarda en la caja fuerte. He pensado que tal vez se hubiera producido una emergencia en el hospital y he telefoneado allí, pero Kathleen ha pasado la noche tranquila y está durmiendo. Y me han dicho que hoy no han sabido nada de Mariah.
La mente de Alvirah cavilaba a toda velocidad.
—¿Y qué hay de su coche? —preguntó.
—No está.
—¿Ve alguna señal de forcejeo?
—Diría que no. Parece más bien que se haya marchado a toda prisa.
—¿Y los Scott? ¿Ha hablado con ellos?
—No. Sé que la señora Scott suele levantarse tarde.
—De acuerdo. Llamaré al señor Scott. Tengo su número de móvil. Si usted sabe algo de Mariah, llámeme enseguida, y yo haré lo mismo.
—Está bien. Pero, Alvirah, estoy muerta de miedo. Da la impresión de que Rory y Lillian han desaparecido. ¿Cree que es posible que…?
—Ni lo mientes, Betty. Hablaremos más tarde.
Alvirah intentó que la ansiedad que le hacía temblar la mano no se filtrara a su voz. En cuanto colgó, marcó el número de Lloyd. Como temía, le dijo que no había hablado con Mariah desde la tarde del día anterior.
—Hace una hora que he llegado a la oficina —comentó Lloyd—. El coche de Mariah no estaba en la entrada cuando he pasado frente a su casa. Por supuesto, es posible que lo haya dejado en el garaje.
—No está en el garaje —respondió Alvirah—. Lloyd, confío en mi intuición. Tienes que llamar a esos detectives y pedirles que localicen el móvil de Mariah y que se den prisa para que Wally Gruber describa cuanto antes al sospechoso. Si obtienen una cara que podamos identificar, sabremos dónde buscar a Mariah.
Si no es demasiado tarde, pensó.
Mientras colgaba el auricular, Alvirah trató de apartar esa espantosa idea de su mente.