Después de su entrevista en la oficina del fiscal el jueves por la mañana, Richard fue directamente a su apartamento del Bronx y trató de concentrarse en el programa que había estado preparando para las clases del trimestre de otoño.
Había sido una tarde perdida. No había conseguido nada. Finalmente, a las cuatro y media, telefoneó a Alvirah. Su reacción le pareció extrañamente fría.
—Hola, Richard. ¿Qué quieres?
—Verás, Alvirah —dijo en tono indignado—, hoy, en la oficina del fiscal, me han puesto como chupa de dómine porque supongo que oíste el mensaje que Lillian me dejó en el móvil la otra noche. Te repetiré lo que he dicho a esos detectives. Puedes creerme o no, pero al menos dime cómo están Mariah y Kathleen. Mariah no quiere hablar conmigo y estoy muy preocupado por ella.
Con un tono apasionado, repitió palabra por palabra lo que había declarado ante los detectives.
Alvirah suavizó ligeramente la voz.
—Richard, me pareces un tipo honesto, pero debo admitir que no veo claros tus motivos para querer llegar a un acuerdo con Lillian por el pergamino. Por otro lado, estoy empezando a formarme mis sospechas sobre otra persona, pero todavía no estoy lista para hablar de ellas porque podría estar equivocada. Por lo que me ha contado Mariah, hay muchas posibilidades de que mañana se haya terminado todo esto. No puedo decir nada más.
—Espero que así sea —respondió Richard con entusiasmo—. ¿Has visto a Mariah? ¿Has hablado con ella? ¿Cómo está?
—Hoy he hablado con ella un par de veces. Acaba de conseguir un permiso del juez para ir a visitar a su madre esta tarde. —Alvirah vaciló—. Richard… —dijo en voz más apagada.
—¿Qué pasa, Alvirah?
—No importa. Mi pregunta puede esperar hasta otro día. Adiós.
¿A qué ha venido eso?, se preguntó Richard mientras empujaba la silla hacia atrás para levantarse. Saldré a dar un paseo por el campus, decidió. Tal vez se me aclaren las ideas.
Sin embargo, ni siquiera un largo paseo por los senderos en sombra que rodeaban los hermosos edificios góticos de Rose Hill tuvo el efecto habitual de permitirle pensar con calma. Cuando faltaban tres minutos para las seis, estaba de vuelta en su apartamento, con una bolsa de papel de una tienda cercana bajo el brazo. Encendió el televisor y quitó el envoltorio al sándwich que le serviría de cena.
Las palabras iniciales de las noticias de las seis de la CBS lo sobresaltaron: «Posible bombazo informativo en el caso del asesinato de Jonathan Lyons. Un testigo presencial podría haber visto la cara del asesino. A continuación, los dejamos con unos mensajes publicitarios».
Richard se incorporó de un salto y esperó con impaciencia a que terminaran los anuncios.
Los dos presentadores, Chris Wragge y Dana Tyler volvieron a aparecer en pantalla. «Un portavoz de la oficina del fiscal del condado de Bergen ha confirmado que las joyas sustraídas durante el robo en el domicilio del vecino del profesor asesinado, Jonathan Lyons, han sido recuperadas —empezó a decir Wragge—. No ha quedado confirmada ni desmentida la afirmación de Wally Gruber, el delincuente detenido por el robo, de que mientras se encontraba en el interior de la casa del vecino, vio a alguien huir de la residencia de los Lyons inmediatamente después de que dispararan al profesor. Según se informa, también ha declarado ser capaz de describir a dicha persona. Nuestras fuentes nos indican que Gruber, que se encuentra en Rikers Island después de ser detenido por intento de robo en Nueva York, será trasladado a Nueva York mañana por la mañana. Comparecerá en la oficina del fiscal en Hackensack para describir al experto en retratos robot de la policía el rostro de la persona a la que asegura haber visto ese lunes por la noche de hace casi dos semanas».
«Imagina que dice la verdad y describe un rostro que alguien logra reconocer —comentó Dana Tyler—. Eso podría hacer que se retire la acusación contra Kathleen Lyons».
Mientras la mujer hablaba, volvieron a mostrar las imágenes de la comparecencia de Kathleen en la sala del tribunal, con la mujer de pie ante el juez, vestida con el uniforme de color naranja de la cárcel.
Conque a esto se refería Alvirah cuando ha dicho que mañana a esta hora podría haber terminado todo, pensó Richard. Kathleen podría quedar en libertad. Empezó a cambiar de canal. En todos se retransmitía la misma noticia.
A las seis y media cogió las llaves de su coche y salió del apartamento a toda prisa.