Wally Gruber y Joshua Schultz estaban sentados el uno frente al otro, separados por una vieja mesa de madera, en la sala de reunión para abogados y clientes.
—Pareces nervioso, Josh —dijo Wally—. Soy yo quien está en Rikers Island, no tú.
—Eres tú quien debería estar nervioso —espetó Schultz—. No hay un solo tipo en esta ratonera que no odie a un chivato. Billy Declar ya está corriendo la voz de que lo delataste. Tenías tus motivos, pero será mejor que te guardes las espaldas.
—Deja que sea yo quien se preocupe de eso —respondió Wally en tono displicente—. Sabes, Josh, tengo ganas de conducir hasta New Jersey mañana. Al parecer hará buen día y me apetece que me dé un poco el aire.
—No conducirás hasta New Jersey, Wally. Te llevarán allí, esposado y con grilletes. No es una excursión. Da igual lo que ocurra, terminarás cumpliendo una condena bastante severa. De acuerdo, dijiste la verdad sobre las joyas. Pero si mientes sobre la cara que dices haber visto y ese retrato no nos lleva a nada, ¿quién sabe? Tal vez te pidan que te sometas a un detector de mentiras para corroborar tu relato. Si te niegas o no lo pasas, creerán que has estado jugando con ellos en un caso de homicidio. Si eso sucede, tendrás suerte si la entrega de esas joyas te aligera seis meses la condena.
—¿Sabes, Josh? —empezó a decir Wally con un suspiro mientras hacía un gesto al guarda, que esperaba al otro lado de la puerta, con el que le indicó que estaba listo para volver a su celda—. Eres un pesimista nato. Esa noche vi una cara. Y la recuerdo con la misma claridad con que te veo a ti ahora. Y por cierto, era una persona más guapa que tú. En cualquier caso, si les enseñan el retrato y nadie reconoce la cara, entonces es probable que alguien contratara al asesino para librarse de los Lyons, ¿no?
El guarda entró en la sala y Wally se levantó.
—Y Josh, una cosa más. No tengo ningún problema en someterme a un detector de mentiras. La presión sanguínea no me aumentará, y mi corazón no dará un latido de más. El gráfico, con todas esas líneas que lo cruzan, aparecerá suave y liso como el culo de un bebé.
Josh Schultz miró a su cliente con renuente admiración. Incapaz de decidir si Gruber se estaba marcando un farol, dijo:
—Te veré en la oficina del fiscal mañana por la mañana, Wally.
—Me muero de ganas, Josh. Ya te echo de menos. Pero no entres allí con cara larga y te comportes como si no me creyeras. Si lo haces, la próxima vez que me meta en un lío me buscaré a otro abogado.
Habla en serio, pensó Schultz mientras veía alejarse la silueta de su cliente, de regreso a su celda. Se encogió de hombros. Supongo que debería mirarlo por el lado positivo, decidió.
A diferencia de muchos otros de mis clientes, Wally siempre paga mis honorarios.