—Es una suerte que Albert West viva a tan solo unas manzanas de casa y que no tengamos que molestarnos en sacar el coche —comentó Alvirah mientras Willy y ella salían de su edificio y caminaban hasta la esquina en dirección a la Séptima Avenida. Habían quedado con Albert a las cinco para tomar un café en una cafetería de la Séptima Avenida, cerca de la calle Cincuenta y siete.
Con la débil esperanza de encontrar a Albert en casa y que aceptara reunirse con ellos de inmediato, lo telefoneó y se llevó una grata sorpresa.
—Willy, a menos que sea un gran actor, me ha parecido que de verdad tenía ganas de quedar —comentó.
Resoplando ligeramente para seguir las zancadas rápidas de Alvirah, Willy se preguntó por qué esas reuniones de emergencia siempre surgían en mitad de un partido de los Yankees. Aunque Alvirah había insistido en que no le importaba en absoluto quedar con él a solas en un lugar público, Willy no estaba dispuesto a que corriera ningún riesgo.
—Iré contigo. Fin de la discusión.
—¿Crees que ese hombrecito intentará secuestrarme en una cafetería? —había bromeado Alvirah.
—No descartes que fuera capaz de hacerlo. Si está metido en este lío y cree que tú le estás pisando los talones, podría ofrecerse a acompañarte a casa al salir del café y hacer que no llegaras jamás.
Mientras cruzaban la calle, vieron a Albert acceder a la cafetería. Ya estaba sentado a una mesa cuando entraron, y los saludó con la mano para llamar su atención.
En cuanto se acomodaron, una camarera se acercó y anotó el pedido. Los tres se decidieron por un café con leche. Alvirah percibió la decepción en el rostro de la joven, que sin duda había esperado más consumiciones que pudieran suponerle una propina más elevada.
Le sorprendió que, cuando la camarera se hubo alejado, Albert, con un tono de voz nervioso y brusco, dijera:
—Alvirah, sé que tienes fama de ser una detective de primera. Y, sin duda, no me has llamado para charlar de nuestras vidas mientras tomamos un café. ¿Has descubierto algo?
—Me ha llegado un rumor. No te diré por parte de quién. Tengo entendido que Charles y tú estuvisteis yendo juntos a las cenas en casa de Jonathan durante el último año y medio, desde que a Lillian se le prohibió volver a la casa.
—Así es. Antes Charles iba con Lillian, y yo en mi coche.
—Albert, el rumor que he oído es que Charles ha estado intentando vender el pergamino. ¿Crees que es posible?
Tanto Willy como Alvirah observaron en su expresión cierta renuencia a contestar.
Al fin dijo:
—No solo lo creo posible, sino que ayer hablé sobre ello con los detectives de New Jersey. Siempre he considerado a Charles un buen amigo, de modo que me resulta muy doloroso hablar de él en estos términos.
Alvirah se echó hacia atrás mientras la camarera colocaba los vasos altos sobre la mesa.
—Albert, ¿qué les dijiste a los detectives?
—Justo lo que voy a deciros a vosotros. Desmond Rogers, un coleccionista de fama intachable, a quien Charles estafó hace unos años, me dio la información. No me dijo cómo le había llegado, y yo no se lo pregunté.
Albert tomó un sorbo de café y, consciente de que Alvirah estaba a punto de interrogarlo, repitió para ella y Willy lo que había dicho a los detectives acerca de la antigua estafa en la que se vieron implicados Charles y Desmond.
—Albert, es muy importante. ¿Podrías llamar a Desmond ahora mismo y preguntarle de dónde ha sacado esa información?
Albert frunció el entrecejo.
—Deberíais saber que Desmond Rogers paga a informadores secretos que están metidos en el mundo de las antigüedades para que lo mantengan al día sobre lo que sale al mercado. Estoy seguro de que no compraría nada de procedencia sospechosa, es decir, que jamás habría pujado por el pergamino.
Alvirah respondió:
—Albert, no digo que Rogers haya hecho algo mal. Pero nos has dicho que perdió mucho dinero por culpa de Charles. Tal vez quisiera vengarse dando esa información. Pero si él o alguna de sus fuentes tiene pruebas sólidas sobre eso, es probable que Charles esté relacionado con la muerte de Jonathan. Y no solo eso, deberías darte cuenta de que el asesinato de Jonathan y la desaparición de dos mujeres cercanas a él pueden guardar relación con ese pergamino.
Albert negó con la cabeza.
—¿Y crees que no se me ha ocurrido todo eso? —preguntó con gesto cansado mientras buscaba el móvil—. Confío ciegamente en la integridad de Desmond. Jamás tocaría ese pergamino ni ningún otro objeto robado, pero te aseguro que no desvelará sus fuentes. Si lo hiciera, se correría la voz y no podría volver a utilizarlas. Y ahora, si me perdonáis, saldré un momento a hacer la llamada. Enseguida vuelvo.
Estuvo fuera durante casi diez minutos. Cuando regresó, tenía el rostro enrojecido e irascible.
—Jamás creí que Desmond Rogers me saldría con estas. Me he sentido fatal desde que comenté a los policías lo que él me había dicho sobre Charles. Y ahora descubro que a Desmond no le llegó la información de una fuente fiable. Cuando le he preguntado por ella, primero ha eludido el asunto, pero después ha reconocido que recibió una llamada anónima. Ni siquiera ha podido decirme si era un hombre o una mujer. La voz era grave y ronca. Esa persona le dijo que Charles aceptaba ofertas por el pergamino y que si Desmond estaba interesado, debería llamarlo.
—Me parece creíble —respondió Alvirah con satisfacción en la voz—. ¿Qué le dijo Desmond a esa persona?
—No puedo repetir ante una dama lo que asegura que le dijo. Y después ha colgado.
Alvirah observó a Albert con atención y notó que se le hinchaban las venas de la frente.
—Llamaré a esos detectives a primera hora de la mañana —dijo con enfado, mientras daba una palmada en la mesa—. Deberían saberlo. Y tengo que decidir si le confieso a Charles lo que he dicho de él.
Se terminaron los cafés y salieron del establecimiento. De camino a casa, Alvirah estuvo inusualmente callada. Willy sabía que los engranajes de su mente no dejaban de girar.
—¿Qué concluyes de todo eso, cariño?
—Willy, eso no significa que Charles sea inocente. Y tampoco significa que Albert esté diciendo la verdad. Pese a su aparente renuencia, mi instinto me dice que no tuvo ningún problema para comentar ese rumor en la oficina del fiscal. No te olvides de que él también está bajo sospecha.
—Entonces, ¿crees que este encuentro ha sido una pérdida de tiempo? —preguntó Willy.
—En absoluto, Willy —respondió Alvirah mientras el hombre la tomaba del brazo para cruzar la calle—. En absoluto.