A la una de la tarde del jueves, Mariah llegó a la casa de sus padres y entró en la cocina. Encontró una nota de Betty sobre la mesa. «Mariah, he pasado a dejarte algo de comida por si volvías a casa para almorzar. He limpiado un poco, pero no me encuentro muy bien, así que me marcho ahora. Son las ocho y veinte».
El indicador de mensajes del teléfono de la cocina parpadeaba. Mariah apretó el botón para recuperarlos e introdujo el código. Sus padres se lo habían puesto fácil de recordar al elegir el año de su nacimiento. «El acontecimiento más feliz de nuestras vidas», le había dicho su padre.
Además de intentar localizarla llamándola al móvil, Richard también había telefoneado a su casa a las nueve y cuarto de esa mañana. «Mariah, por favor, tenemos que hablar». Se apresuró a borrar el resto del mensaje, pues no quería oír su voz.
Como Greg le había dicho, él también la había llamado dos veces al fijo. «Mariah, no respondes al móvil. Estoy preocupado por ti. Llámame, por favor».
Las tres llamadas de Alvirah, realizadas antes de que Mariah hubiera hablado con ella desde su apartamento, donde le explicaba sus intentos de encontrar a Lillian; en la última se preguntaba por qué Mariah no le devolvía la llamada.
Mariah se preparó un sándwich de pavo y queso con el surtido de embutidos que Betty le había dejado. Cogió una botella de agua fría y se la llevó con el sándwich al estudio de su padre. Este era el sándwich preferido de papá, recordó, y a continuación se dio cuenta de que en cualquier cosa que hiciera, dondequiera que fuera, siempre sentía su presencia.
Se comió el sándwich y notó que le pesaban los párpados. Bueno, me he levantado temprano y no es que haya dormido mucho últimamente, pensó. Se reclinó en la silla y cerró los ojos. No podré concentrarme en nada hasta que Lloyd llame y me cuente qué dice el informe. No me importaría echar una cabezadita.
A las tres y media el sonido del teléfono del escritorio de su padre la despertó de un sueño sorprendentemente profundo. Era Lloyd.
—Mariah, suena a tópico, pero la verdad es que tengo una noticia buena y una mala. Deja que te cuente primero la buena, porque creo que suavizará el resto de lo que tengo que decirte.
Temerosa por lo que estaba a punto de oír, se aferró al auricular mientras Lloyd le explicaba las novedades relativas al caso de Wally Gruber.
—¿Me estás diciendo que ese tipo dice que vio a alguien salir corriendo de aquí justo después de que dispararan a mi padre? ¡Dios mío, Lloyd! ¿Qué significa eso para mi madre?
—Mariah, acabo de hablar por segunda vez por teléfono con Peter Jones. Me ha dicho que la policía de Nueva York ha detenido al perista de Gruber y que ha recuperado todas las joyas de Lisa. Por supuesto, Lisa y yo estamos aliviados por ello, pero, lo que es mucho más importante, da algo de credibilidad a ese tal Gruber.
—¿Llegó a ver bien a esa persona? ¿Era un hombre o una mujer?
—De momento, ni siquiera ha concretado eso. Está intentando conseguir un trato de favor para que le reduzcan las condenas por robo. Jones ha aceptado que lo traigan de la cárcel de Nueva York a la oficina del fiscal mañana por la mañana para que se siente con un retratista para hacer un retrato robot de la persona a quien vio. Esperemos que obtengan una buena imagen y que con un poco de suerte eso ayude a Kathleen.
—¿Quieres decir que demostrará que mi madre no mató a mi padre? —preguntó Mariah, y la asaltó el vívido recuerdo de su madre llegando a los juzgados vestida con el uniforme de la cárcel.
—Mariah —respondió Lloyd en tono precavido—, no sabemos adónde nos llevará todo esto, así que no te hagas demasiadas ilusiones. Sin embargo, si resulta que el retrato muestra a alguien que tú o los detectives lográis reconocer, será muy importante para demostrar que tu madre no tuvo nada que ver con la muerte de tu padre. No olvides que sus amigos más íntimos aseguraron que no habían visto el pergamino. Si dicen la verdad, es posible que Jonathan consultara con uno o varios expertos en la materia, y no sabemos quiénes son. Y siempre cabe la posibilidad de que Gruber dijera la verdad sobre las joyas pero que el resto de la historia sea una farsa.
—Lloyd, hay algo que aún no sabes. Greg me ha dicho que se ha enterado de que Charles Michaelson ha pujado por el pergamino. Se lo dijo un coleccionista de antigüedades. Es todo lo que sé.
Se produjo un silencio momentáneo al otro lado de la línea, y a continuación Lloyd dijo en voz queda:
—Si se demuestra que es verdad, entonces, como poco, Michaelson puede ser acusado de posesión de material robado.
Tras el alivio provocado por la posibilidad de que el retrato robot revelara el rostro de alguien conocido, Mariah recordó con temor que Lloyd le había dicho que también tenía malas noticias.
—Lloyd, ¿cuáles son las malas noticias? —preguntó.
—Mariah, el informe psiquiátrico recomienda que tu madre permanezca en el hospital para seguir prolongando la observación y el tratamiento.
—¡No!
—Mariah, en el informe consta que tu madre ha mostrado en varias ocasiones un comportamiento agresivo. «Prolongar la observación» puede significar que tenga que seguir allí una semana o dos más. He defendido a otros clientes con problemas psiquiátricos que han estado ingresados en ese hospital. Allí los tratan bien y están a salvo. El informe dice que no solo necesita cuidados permanentes, sino también medidas de seguridad adicionales. Tendrías que planificar todo eso antes de que el juez acepte dejarla en libertad. Ya he accedido a retrasar la vista de mañana.
—Lloyd, la mayoría de las veces, cuando se muestra agresiva es porque tiene miedo. Quiero verla. —Mariah era consciente de que estaba elevando el tono de voz—. ¿Cómo puedo estar segura de que la tratan bien?
—Puedes comprobarlo por ti misma. Le dije a Peter Jones que quiero que puedas visitarla. No tiene ningún problema con ello. Me prometió que conseguirá una orden del juez cuando termine la sesión de hoy. Enviarán la orden por fax al hospital. Esta tarde hay horario de visitas de seis a ocho.
—¿Cuándo veremos el retrato que proporcione Gruber mañana por la mañana?
—Jones me prometió que podría pasar por su oficina cuando estuviera terminado y echarle un vistazo. Dijo que me darán una copia. La llevaré directamente a tu casa.
Mariah tuvo que conformarse con eso. Telefoneó a Alvirah, le contó la conversación con Lloyd y después, incapaz si quiera de intentar trabajar un rato con el ordenador, se dirigió al piso de arriba, al dormitorio de su padre. Miró con tristeza la bonita cama de cuatro postes. Compraron la casa y los muebles cuando mamá estaba embarazada de mí, pensó. Me dijeron que cuando nací tenían tanto miedo de que dejara de respirar que pasé mis primeros seis meses de vida en una cuna junto a su cama.
Hasta hacía cuatro años, sus padres habían compartido esa habitación. Sin embargo, los paseos nocturnos de su madre habían obligado a disponer una habitación separada, con baño y dos camas, para ella y su cuidadora.
Cuando mamá vuelva a casa, sé que Delia me sustituirá durante la semana hasta que pueda encontrar a una cuidadora que venga de lunes a viernes, pensó. Solo Dios sabe dónde se habrá metido Rory. Pero una cosa es segura; pienso dejar mi apartamento de Nueva York y trasladarme de nuevo a esta casa. Será mejor que me instale en esta habitación. Necesito algo en lo que ocupar el tiempo. Me ayudará a mantener la cordura.
Se sintió aliviada por haber separado ya la ropa de su padre. Entró y salió de una y otra habitación precipitadamente, cargada con la ropa de su armario para llevarla al amplio vestidor del dormitorio de su padre. A continuación sacó los cajones de su cómoda y, sin apenas notar lo mucho que pesaban, los cargó hasta la otra habitación para vaciarlos en la cómoda de caoba de su padre.
A las cinco menos cinco había terminado. Su padre nunca había retirado el tocador de su madre de la habitación. Durante los primeros estadios de la enfermedad, Kathleen tenía miedo del espejo que colgaba sobre él. A veces, cuando veía su propio reflejo, creía que había una intrusa en la casa.
Ahora, los cosméticos, el peine y el cepillo de Mariah estaban ordenados sobre la superficie de cristal del tocador. Compraré una colcha nueva, con volantes, y también unas cortinas. Y creo que dentro de un tiempo cambiaré la decoración de mi antigua habitación, con esas paredes rojas y los estampados de flores blancas y rojas. Recordó el versículo de la Biblia que empezaba: «Cuando era niño, hablaba como niño» y terminaba con «cuando me hice hombre, dejé de lado las cosas de niño».
Se fijó en la hora que era y empezó a preocuparse. ¿Por qué Lloyd no había vuelto a llamarla? Sin duda, el juez no se opondría a que visitara a su madre. No es posible, pensó. Simplemente, no lo es.
Diez minutos después, sonó el teléfono. Era Lloyd.
—Acaban de enviarme por fax la orden del juez. Permiso concedido. Como te he dicho antes, las horas de visita son de seis a ocho.
—Estaré allí a las seis —dijo Mariah—. Gracias, Lloyd.
Oyó el móvil sonando en el estudio. Corrió al piso inferior y miró la pantalla. Era Richard. Con una mezcla de enfado y tristeza, decidió no responder.