Después de la llamada de Greg, Mariah se sentó en la cama e intentó poner en orden sus sentimientos. Era un alivio saber que estaba de acuerdo con él. Por muy grave que fuera que Richard hubiera intentado comprar el pergamino, ella también se negaba a creer que fuera un asesino.
¿Tenía razón Greg al asegurar que había notado atracción entre Richard y ella? En los últimos seis años, desde que Richard fue a la primera excavación arqueológica con su padre, él había ido a la casa al menos una vez al mes.
¿Era él el motivo por el cual siempre fui a esas cenas en casa?, se preguntó. No quiero volver allí, decidió. Miró la fotografía de sus padres que tenía sobre el tocador. Me sentí tan traicionada cuando vi esas fotos de papá y Lillian. Y ahora siento que es Richard quien me traiciona.
Recordó una noche de hacía tres años, cuando había ido al funeral del marido de una buena amiga. Había muerto en un accidente de tráfico, por culpa de un conductor borracho que iba en dirección contraria por la autopista de Long Island. Su amiga Joan estaba sentada en silencio junto al féretro. Cuando Mariah se acercó para hablar con ella, la mujer solo era capaz de decir una y otra vez: «Siento tanto dolor. Tanto dolor».
Así fue como me sentí cuando descubrí lo de papá con Lillian, pensó Mariah. Y así es como me siento ahora con Richard. Ya no me quedan lágrimas. Duele demasiado.
¿Tendrá razón Greg cuando dice que puede que Charles Michaelson haya intentado comprar el pergamino? Tenía sentido. Hizo algo ilegal años atrás. No sé qué fue, pero papá estaba disgustado cuando lo mencionó. Y Charles siempre era quien disimulaba con Lillian cuando estaban en casa…
Ahora le parecía oírlo. «Lillian y yo hemos ido a ver la nueva película de Woody Allen. No te la pierdas». O: «Hay una nueva exposición en el Met. Lillian y yo…».
Me creería cualquier cosa de Charles, pensó Mariah. Lo vi estallar cuando una vez Albert se mostró en desacuerdo con él sobre algo. Supongo que tenía cuidado de no comportarse de ese modo delante de papá o de Greg. O de Richard.
Se levantó despacio, como si le supusiera un esfuerzo, y entonces recordó que aún no había encendido el móvil. Lo sacó del bolso y al encenderlo vio que había recibido siete mensajes desde la noche anterior. Alvirah la había llamado tres veces por la mañana, la última vez hacía solo veinte minutos. Dos de las otras cuatro llamadas eran de Greg. Richard la había vuelto a llamar por la noche y esa misma mañana temprano.
Sin detenerse a escuchar ninguno de los mensajes, marcó el número de Alvirah, que le contó que había entrado al apartamento de Lillian con la mujer de la limpieza y después había ido a Bergdorf.
—Llamé a Columbia, y el jefe del departamento de Lillian va a presentar una denuncia por desaparición a la policía de Nueva York —dijo Alvirah—. Están preocupadísimos. Los detectives de New Jersey ya saben que aún no ha vuelto a su apartamento. Mariah, estoy en casa, delante de una taza de té, intentando entender todo esto, pero ahora mismo creo que no podemos hacer mucho más.
—Yo también lo creo —convino Mariah—. Pero deja que te cuente lo que Greg ha descubierto. Resulta que Charles ha estado intentando vender el pergamino a coleccionistas que compran en el mercado negro. Greg ha estado investigando a Charles por su cuenta y se ha enterado a través de un amigo suyo, un reputado coleccionista.
—Bueno, eso me da otra nueva pista que seguir —comentó Alvirah con satisfacción—. ¿Qué tienes previsto hacer hoy, Mariah?
—He pasado por la oficina y ahora estoy en mi apartamento. Pensaba volver a New Jersey.
—¿Quieres picar algo rápido para almorzar?
—Gracias, pero creo que no. Será mejor que vuelva a casa. Esta tarde Lloyd tendrá el informe psiquiátrico de mi madre.
—Entonces te llamaré luego. Sé fuerte, Mariah. Ya sabes que te queremos.
Más tarde, cuando estaba a punto de subir a su coche, Mariah telefoneó a Alvirah.
—Acaba de llamarme Lloyd Scott. Puede que haya un testigo que viera a alguien salir de casa justo después de que dispararan a mi padre. Estaba robando en casa de los Scott cuando dice que oyó un disparo y miró por la ventana. Asegura que vio claramente la cara de esa persona y que puede describirla al agente de la fiscalía. Oh, Alvirah, ojalá, ojalá.
Una hora después de esa conversación, Alvirah seguía sin moverse de su silla frente a la mesa del comedor. Observaba Central Park con la mirada perdida, hasta que Willy la obligó a salir de su ensimismamiento.
—Cariño, ¿qué te pasa por esa cabecita?
—No estoy segura —respondió Alvirah—. Pero creo que ha llegado el momento de que haga una cordial visita al profesor Albert West.