A las once en punto, Alvirah estaba sentada en una silla cercana al mostrador de recepción del salón de belleza Bergdorf Goodman, esperando a Lillian Stewart, aunque con pocas esperanzas de que la mujer acudiera a su cita.
Cuando llegó, quince minutos atrás, explicó a la recepcionista el motivo de su visita.
—Soy una buena amiga. Ayudo a la señorita Stewart cuando no puede quedarse en su apartamento y tiene que ir alguien a hacer una reparación. No responde al móvil y hace un par de días me dijo que hoy tenían que ir a repararle la nevera a la una en punto, y que tal vez necesitara que estuviera allí para abrirle la puerta al técnico.
La recepcionista, una mujer de unos sesenta años, esbelta y con el pelo rubio ceniza, asintió con la cabeza.
—Lo entiendo perfectamente. También yo me pasé mi día libre esperando a que vinieran a arreglarme el televisor, y al final no apareció nadie. ¿Y sabe que es lo que me pone enferma? Que te dan una franja horaria y que después no sirve para nada.
—Tiene toda la razón —coincidió Alvirah—. En fin, como no he podido ponerme en contacto con ella, y ya sabe lo difícil que es conseguir que alguien venga a arreglarte algo, por no hablar de cambiar el día, he decidido venir hasta aquí y preguntarle a qué hora saldría. Si tiene que estar mucho rato, iré a su casa a recibir a ese hombre. Imagino que, como las clases ya empiezan la semana que viene, querrá arreglarse de la cabeza a los pies.
La recepcionista sonrió y asintió con la cabeza.
—Así es. Manicura, pedicura, corte de pelo, tinte, mechas y peinado. Estará aquí por lo menos tres horas.
—Esa es mi Lillian —comentó Alvirah con una amplia sonrisa—. Siempre tiene un aspecto fantástico. ¿Cuánto tiempo hace que viene a este salón?
—Oh, Dios mío. —La recepcionista frunció el entrecejo en un gesto de concentración—. Ya era clienta habitual cuando empecé a trabajar aquí, y de eso hace casi veinte años.
A las once y cuarto, Alvirah volvió a acercarse al mostrador de la recepción de la peluquería.
—Estoy un poco preocupada —confesó—. ¿Diría que Lillian suele ser puntual?
—Como un reloj suizo. Jamás ha faltado a ninguna cita, pero tal vez le haya surgido algo importante. Si no sé nada de ella en los próximos veinte minutos, me temo que tendré que anular el resto de los servicios.
—Tal vez debería —respondió Alvirah—. Es probable que sí, que haya sucedido algo importante.
—Espero que no sea nada serio, como la muerte de un familiar. —La recepcionista suspiró—. La señorita Stewart es una mujer tan agradable.
—Espero que no se trate de la muerte de un familiar —convino Alvirah en voz baja. Ni de la suya propia, pensó en tono sombrío.