Greg Pearson llevaba todo el día ardiendo en deseos de decirle a Mariah que entendía su dolor y quería compartirlo con ella. Deseaba ser capaz de expresarle lo mucho que echaría de menos a su padre. Quería que supiera lo agradecido que estaba a Jonathan, que le había enseñado tantas cosas, no solo de arqueología, sino de la vida.
Cuando los amigos y colegas de Jon contaron anécdotas sobre él, sobre lo servicial que había sido en el ámbito personal, Greg quiso compartir la historia que había confiado a Jon sobre lo inseguro que había sido de adolescente. Le conté a Jon que fui el chico del instituto que se quedó en un metro sesenta y siete cuando sus compañeros siguieron creciendo hasta medir un metro ochenta y ocho o un metro noventa, recordó. Era un alfeñique, el chico ideal para optar al título de pringado del año. Por mucho que lo intentara, no hubo un solo equipo en el que me dejaran jugar. Al final llegué al metro setenta y ocho, pero ya estaba en la universidad y era demasiado tarde.
Supongo que se lo conté esperando compasión, pero no me mostró ninguna. Jon tan solo se rió.
«Así que invertiste el tiempo en estudiar en lugar de en encestar balones», comentó. «Has levantado una empresa de éxito. Saca el anuario del instituto y echa un vistazo a los chicos populares. Seguro que la mayoría de ellos se las apañan para salir adelante».
Le dije que había buscado a unos cuantos, sobre todo a los que me lo habían hecho pasar mal, y que tenía razón. Por supuesto, a algunos de ellos les iba bien, pero los matones no habían conseguido nada en la vida.
Hizo que me sintiera bien conmigo mismo, hubiera deseado decirles a todos. Además de compartir sus increíbles conocimientos sobre antigüedad y arqueología, me hizo sentir bien.
Greg se habría detenido allí. No habría sido necesario añadir que había comentado con Jonathan que, pese al éxito, seguía siendo extremadamente tímido, que se sentía fuera de lugar en las fiestas, que carecía de una habilidad tan básica como iniciar una conversación, o que Jonathan le había sugerido que se buscara a una mujer habladora y vivaracha. «Así no se dará cuenta de que eres callado y hablará por los dos en las fiestas. Conozco al menos a tres tipos con mujeres así, y forman unas parejas estupendas».
Greg pensaba en ello mientras seguía a Mariah hasta el club de campo. Esperó hasta que un mozo acercó el coche del padre Aiden y la cuidadora ayudó a la madre de Mariah a entrar en la limusina negra que el director de la funeraria les había puesto a su servicio.
Fue entonces cuando se acercó a ella.
—Mariah, ha sido un día terrible para ti. Solo espero que sepas lo mucho que le echaremos de menos.
Mariah asintió con la cabeza.
—Lo sé, Greg. Gracias.
Quiso añadir «cenemos un día de estos», pero las palabras se le congelaron en los labios. Habían salido juntos hacía unos años, pero cuando él siguió llamándola por teléfono, ella insinuó que había conocido a alguien. Greg se dio cuenta de que solo intentaba alejarse de él.
Ahora, mientras veía el dolor en sus intensos ojos azules y el modo en que el sol de la tarde realzaba el brillo de su melena hasta los hombros, Greg sintió ganas de decirle que continuaba enamorado de ella y que estaría dispuesto a seguirla hasta el fin del mundo. En lugar de eso, comentó:
—Te llamaré la semana que viene para ver cómo se encuentra tu madre.
—Muy bien.
Sujetó la puerta para que entrara en la limusina y después la cerró, a su pesar. Se quedó observándola sin saberse también él observado, mientras el coche avanzaba con lentitud por la rotonda.
Richard Callahan se encontraba entre el grupo de asistentes que estaban a punto de marcharse y esperaban para sacar sus coches. Había visto la expresión de Greg iluminarse cada vez que Mariah asistía a una de las cenas que organizaba Jonathan, pero también había notado que la joven no mostraba ningún interés por él. Por supuesto, la situación podía cambiar ahora que su padre había fallecido, pensó. Tal vez se mostrara más receptiva hacia un hombre que estaría dispuesto a hacer cualquier cosa por ella.
Mientras el mozo acercaba su Volkswagen de ocho años a la acera, Richard pensaba en las habladurías que había oído en la mesa; si serían verdad. Por lo que he entendido, esa cuidadora tiene muchas cosas que contar a los vecinos sobre lo mucho que Kathleen se enfada cada vez que sale el tema de la relación entre Jon y Lily. No era necesario que Rory hablara de Lily. No es asunto suyo, ni de nadie.
Kathleen estaba a solas con Jonathan la noche que lo asesinaron. Mariah debe de saber que su madre podría ser sospechosa del crimen, pensó. Esos detectives llamarán a Lily, a Greg, a Albert, a Charles y a mí, y nos citarán por separado. ¿Qué se supone que debemos decirles? Sin duda ya deben de saber que Lily y Jonathan mantenían una relación, y que Kathleen estaba muy afectada por eso.
Richard dio una propina al mozo y subió a su coche. Durante un momento sintió la tentación de pasar a comprobar cómo se encontraban Kathleen y Mariah, pero supuso que preferirían estar solas un tiempo. De camino a su casa, pensó en la expresión de asombro que había visto en el rostro de Mariah mientras el padre Aiden hablaba con ella justo antes de que terminara el almuerzo.
¿Qué le habría dicho el padre Aiden?, se preguntó. Y ahora que el entierro ya ha pasado, ¿se centrarán esos detectives en el hecho de que la única explicación que existe para la muerte de Jonathan es que Kathleen apretó el gatillo el lunes por la noche?