El ayudante del fiscal Peter Jones estaba en su oficina, no muy lejos de donde Richard Callahan estaba siendo interrogado por Simon Benet y Rita Rodriguez. Tras comentar con los detectives la llamada que había recibido de Joshua Schultz, abogado defensor de Wally Gruber, había ido a ver a su jefe, el fiscal Sylvan Berger, para informarlo de las novedades del caso. Berger le dijo que debía telefonear a Schultz.
«Dile que nos dé las matrículas robadas y la información sobre la tarjeta de peaje, y si todo cuadra, daremos el siguiente paso», ordenó Berger.
Schultz así lo hizo y recibió el informe de inmediato. Las matrículas habían sido robadas seis meses atrás. La tarjeta de peaje que Gruber decía haber utilizado a su regreso de Mahwah después de robar en la casa de Lloyd Scott había sido utilizada por el conductor de un coche que había viajado desde New Jersey la noche en que había muerto Jonathan Lyons. La hora en que ese coche había cruzado el puente George Washington en dirección a la ciudad coincidía con el tiempo aproximado que Gruber habría tardado en llegar al puente desde Mahwah si hubiera estado en el hogar de los Scott y oído el disparo que acabó con la vida de Jonathan Lyons.
Ahora, por orden del fiscal, Jones se disponía a telefonear de nuevo a Joshua Schultz. Cuando respondió al teléfono, Jones dijo:
—Queremos el nombre del perista que tiene las joyas de los Scott. Si su cliente dice la verdad y recuperamos las joyas, esta oficina presentará una recomendación ante el juez para que tenga en cuenta la colaboración del señor Gruber en el momento de emitir sentencia.
—¿Para que la tenga en cuenta hasta qué punto? —preguntó Schultz.
—Redactaremos una recomendación entusiasta para el juez de New Jersey al cargo del caso de robo de los Scott, y otra para el juez de Nueva York encargado del caso de la acusación de robo contra el señor Gruber en esta ciudad. Sin embargo, es evidente que tendrá que cumplir una condena de cárcel.
—¿Qué obtiene por facilitarles la cara de la persona que huyó de la casa después de que asesinaran al profesor?
—Planteémoslo como un proceso en dos pasos. Si el relato de Gruber nos lleva hasta las joyas, hablaremos sobre qué más podemos ofrecerle por el retrato robot. Como bien sabe, señor Schultz, su cliente es un hombre notablemente hábil para inventar formas de seguir a la gente rica, entrar en sus casas y, en el caso de los Scott, vaciar sus cajas fuertes sin hacer saltar las alarmas. Así que tal vez sea lo bastante listo también para inventarse esta historia sobre el rostro de la persona que asegura haber visto.
—Wally no se ha inventado nada —espetó Schultz—. Pero hablaré con él. Si recuperan las joyas, ¿le echarán una mano en Nueva York y en New Jersey?
—Sí. Y si nos proporciona un retrato robot que conduce a algo, sin duda recibirá un favor mayor.
—De acuerdo. Me parece bien por ahora. —Schultz se rió con un ruido breve y áspero—. ¿Sabe? Willy es bastante vanidoso. Le halagará saber que lo considera tan listo.
Ya veremos, pensó Peter Jones mientras colgaba el auricular. Se reclinó en la silla de su pequeña oficina y pensó que, durante meses, cada vez que había entrado en la amplia oficina del fiscal, había tenido la sensación de que un día sería él quien la ocupara.
Ahora esa sensación empezaba a desvanecerse.
Y había otra cosa que el fiscal le había pedido que hiciera. Había llegado el momento de informar a Lloyd Scott de que el hombre que había entrado en su casa sostenía haber visto a alguien saliendo del hogar de los Lyons segundos después de que Jonathan Lyons fuera asesinado. Y de que afirmaba que ese alguien no era Kathleen Lyons.