La mente de Kathleen rebosaba de imágenes confusas que iban y venían. La gente se movía a su alrededor y le hablaba.
Rory estaba enfadada.
«Kathleen, ¿se puede saber qué hace en la ventana? ¿Por qué no está en la cama?».
«La pistola se ensuciará…».
«Kathleen, está soñando. Venga, acuéstese».
Los brazos de Jonathan alrededor de su cuerpo.
«Kathleen, no pasa nada, estoy aquí».
El ruido.
El hombre mirándola.
La puerta cerrándose.
La joven de pelo largo y negro.
¿Dónde está?
Kathleen rompió a llorar.
—Quiero… —gimió.
¿Cuál era la palabra? La joven está en ese lugar.
—Casa —susurró—. Quiero ir a casa.
Entonces el hombre con la cara cubierta regresó de nuevo. Vagaba por la habitación, dirigiéndose hacia ella y hacia la joven de pelo negro.
Mariah.
Ahora las apuntaba a ambas con la pistola.
Kathleen se incorporó en la cama y cogió el vaso de agua de la mesa. Apuntó con él al hombre y trató de apretar el gatillo, pero no lo encontró.
Lo arrojó hacia él, en el otro extremo de la habitación.
—¡No te acerques! —gritó—. ¡No te acerques!