Después de que Mariah, Alvirah y Willy se cansaran de esperar a Lillian y salieran del vestíbulo del edificio, cruzaron juntos la calle y se dirigieron al aparcamiento de Lincoln Center, donde habían dejado sus coches, a tan solo unas filas de distancia. Alvirah prometió telefonear a Mariah de inmediato si el portero de Lillian la avisaba de que había vuelto a casa.
Los detalles de ese día se repetían en la mente de Mariah mientras conducía de regreso a New Jersey. Quería estar cerca de su madre por si le permitían visitarla. Cuando llegó a la casa de sus padres, aparcó el coche en la entrada y, con una sensación de cansancio infinito, se acercó a la puerta y sacó la llave. Mientras entraba, se dio cuenta de que, hasta aquellos últimos días, pocas veces había estado allí sola. Será mejor que me vaya acostumbrando, se dijo mientras soltaba el bolso en la mesa del recibidor y se dirigía a la cocina. Había dado el día libre a Betty, así que puso agua a hervir, se preparó una taza de té y se la llevó al patio.
Mariah se sentó en una silla, junto a la mesa del parasol, y observó las primeras sombras de la noche que se posaban oblicuamente sobre los adoquines de color gris azulado. Ahora el colorido parasol estaba cerrado, y le trajo el recuerdo de una noche de haría unos diez años. Sus padres no estaban en casa y estalló una repentina tormenta de verano. El viento había tumbado el parasol. Este arrastró consigo la mesa y el tablero de cristal se hizo añicos, y los fragmentos salieron disparados como en una tormenta de granizo.
Como mi vida en estos momentos, pensó Mariah. Otra tormenta repentina hace poco más de una semana, y ahora tengo que recoger los pedazos. Cuando Alvirah muestre la grabación a los detectives, se dijo, ¿bastará para que acusen a Lillian y Richard de conspirar para comprar y vender material robado? ¿O serán ambos lo bastante inteligentes para inventarse una excusa que explique el hecho de que ella aceptara una oferta de él?
Y no creo que los registros de la caja fuerte del banco den ninguna pista sobre lo que ha sacado hoy de allí, decidió Mariah mientras sorbía lentamente el té.
¿Qué pasará con mamá el viernes en el juicio?, fue la siguiente pregunta que le cruzó la mente. Por lo que cuentan las enfermeras, parece bastante tranquila. Oh, Dios, ojalá la dejen volver a casa, pensó.
Notó que estaba refrescando de prisa y entró en casa con la taza de té ya vacía. Apenas había llegado a la cocina cuando Alvirah la telefoneó.
—Mariah, te he llamado al móvil y no has respondido. ¿Estás bien? —preguntó Alvirah con inquietud.
—Lo siento. Tengo el móvil en el bolso. Lo he dejado en la entrada y no lo he oído. Alvirah, ¿has sabido algo?
—Sí y no. He llamado al detective Benet y se ha mostrado muy interesado. Quiere una copia del mensaje de Lillian a Richard. De hecho, ahora mismo viene de camino a nuestro apartamento. Dios, ¡ese hombre no pierde el tiempo! Pero me ha dicho que Richard había quedado en ir a verlo a su oficina esta tarde y no ha aparecido ni ha avisado.
—¿Cómo lo interpretas? —preguntó Mariah, aturdida.
—La verdad es que no lo sé —respondió Alvirah—, pero nada de esto es propio del Richard que conozco. Aún no me creo lo que está sucediendo.
—Yo tampoco lo reconozco —dijo Mariah mordiéndose el labio, con la voz a punto de quebrarse.
—¿Sabes algo de Kathleen?
—No. Voy a llamar al hospital, aunque no creo que me digan nada nuevo —respondió Mariah con un nudo en la garganta—. Pero, como te he comentado, esta mañana me han dicho que ha dormido bastante bien.
—De acuerdo. De momento es todo, pero te llamaré si consigo hablar con Lillian o recibo alguna noticia del portero.
—No importa a qué hora, por favor, llámame. Me aseguraré de llevar el móvil en el bolsillo.
Unos minutos más tarde llamaron al timbre. Era Lisa Scott.
—Mariah, acabamos de llegar a casa y hemos visto tu coche en la entrada. Lloyd ha salido a comprar comida china. Ven a casa y cena algo con nosotros —ofreció.
—De acuerdo, pero será mejor que no lea los mensajes de las galletas de la fortuna —respondió Mariah con una leve sonrisa—. Me encantará pasar un rato con vosotros. Hoy no ha sido el mejor día de mi vida, ya os contaré. Estaré allí dentro de unos minutos. Primero quiero llamar al hospital y preguntar por mi madre.
—Claro. Quizá podamos tomar una copa de vino —comentó Lisa en tono de broma—. O dos —agregó.
—Suena bien. Hasta ahora mismo.
Estaba oscureciendo. Mariah encendió las luces exteriores, a continuación se dirigió al estudio y encendió las lámparas de las mesas a cada lado del sofá. Vaciló, y finalmente decidió que no quería llamar desde el estudio de su padre. Volvió a la cocina y marcó el número del hospital. Cuando habló con la enfermera que atendía el mostrador de la planta de psiquiatría y preguntó por su madre, notó en su respuesta pausada que estaba siendo cautelosa.
—Su madre ha pasado una tarde difícil y le hemos tenido que suministrar más sedación. Ahora está tranquila.
—¿Qué ha pasado? —preguntó Mariah.
—Señorita Lyons, como sabe, su madre está siendo sometida a una evaluación ordenada por el juez, y no tengo autorización para decirle mucho más. Estaba bastante agitada, pero le aseguro que ahora se encuentra tranquila.
Mariah no intentó disimular la frustración en la voz.
—Como entenderá, estoy preocupadísima por mi madre. ¿No puede decirme nada más?
—Señorita Lyons, el juez ha ordenado que se le envíe el informe por fax antes de las dos de la tarde del jueves. Es decir, mañana. Por experiencias anteriores, supongo que el abogado recibirá una copia del informe. El comportamiento de su madre y las conclusiones del médico aparecerán allí detalladas.
Mariah sabía que no podía seguir presionándola. Gracias, supongo, pensó mientras se despedía educadamente de la enfermera antes de colgar el auricular.
Media hora después, frente a una sopa won ton, explicó a Lloyd y a Lisa todo lo sucedido desde que Lloyd pasara a verla esa mañana.
—Parece que, desde esta mañana, haya transcurrido una semana entera. Y ahora tenemos motivos de sobra para creer que Lillian fue al banco a sacar el pergamino y después fue a entregárselo a Richard. De ser así, si se demuestra que prácticamente lo han robado, ¿pueden acusarlos a ambos de un delito?
—Por supuesto, y si se demuestra, así será —respondió Lloyd con entusiasmo—. Al parecer, Jonathan dio el pergamino a Lillian para que se lo guardara, y Richard lo sabía o bien lo imaginó. Lo único que no entiendo de momento es el papel de Rory en la historia. Puede ser tan sencillo como que sabía que los detectives investigarían a todo el mundo, y con esa orden de libertad condicional de hace años pendiendo sobre su cabeza, simplemente decidió desaparecer.
—Por otro lado, tal vez esté implicada de algún modo —especuló Mariah—. Si alguien tenía la posibilidad de tender una trampa a mi madre, esa era Rory.
Lisa no había dicho nada.
—Mariah, tendría sentido que, si tu padre y Lillian estaban a punto de romper, ella quisiera librarse de él para poder quedarse con el pergamino. ¿Alguna vez observaste una conversación en voz baja entre Lillian y Rory?
—La verdad es que no, pero Rory solo llevaba seis meses trabajando como cuidadora de mi madre cuando aparecieron esas fotos de Venecia. Lillian no volvió a entrar en casa. Pero no sé si Lillian y Rory hablaban por teléfono.
—Rory desapareció hace cuarenta y ocho horas. Nadie ha vuelto a verla —dijo Lloyd despacio—. Y ahora dices que Lillian salió de su apartamento un poco antes de las nueve de esta mañana, y hace unos cuarenta minutos, cuando hablaste con Alvirah, aún no había regresado.
—Así es —confirmó Mariah—. Se me ocurre que tal vez esté con Richard, celebrándolo por ahí.
—Has dicho que Richard no acudió a la cita con los detectives. Me parece raro. Lo lógico es que llegara temprano para mostrarse dispuesto a colaborar y evitar levantar sospechas.
—Lloyd, como te he dicho, cuando he hablado con la enfermera me ha comentado que el juez tendrá el informe psiquiátrico antes de mañana a las dos de la tarde, y que los abogados recibiréis una copia. No se me ha ocurrido preguntarte a qué hora lo tendrás tú.
—Estoy seguro de que el juez nos lo dará, al fiscal y a mí, antes de que termine el día, para que podamos echarle un vistazo por la noche.
—¿Puedes enseñármelo cuando llegues a casa?
—Por supuesto, Mariah. Y ahora, por el amor de Dios, come un poco de ese pollo al sésamo tan rico. Apenas has probado la sopa.
Con una sonrisa de disculpa, Mariah empezó a servirse, pero entonces sonó su móvil. Se lo sacó del bolsillo mientras murmuraba:
—Espero que sea Alvirah. —Sin embargo, al ver el nombre en la pantalla, comentó—: No os lo creeréis, pero es Richard. No pienso responder. Veamos si deja un mensaje y qué mentira me cuenta.
Los tres permanecieron en silencio hasta que oyeron el pitido que anunciaba que había recibido un nuevo mensaje. Mariah conectó el altavoz.
«Mariah, lo siento mucho. He cometido un error espantoso. Llámame, por favor».
—Tal vez deberías llamarlo —comenzó a decir Lloyd, pero enseguida se interrumpió.
Mariah ocultaba la cara entre las manos y el llanto le agitaba los hombros.
—No puedo hablar con él —susurró—. No puedo.