Alvirah y Willy Meehan se encontraban en su viaje anual a bordo del Queen Mary 2 cuando se enteraron de que su buen amigo, el profesor Jonathan Lyons, había sido asesinado. Impresionada hasta el punto de quedarse sin palabras que expresaran su dolor, y con voz temblorosa, Alvirah comunicó la noticia a Willy. La mujer era consciente de que, aparte de dejar un mensaje de condolencia en el contestador automático, no había nada que pudieran hacer en ese momento. No llegarían a casa hasta el día del entierro.
El barco acababa de zarpar de Southampton y el único modo de regresar a tierra sería en un helicóptero medicalizado. Además, Alvirah era la conferenciante invitada, ya que se había convertido en una autora de éxito narrando historias sobre ganadores de lotería a los que conocía. Algunos habían perdido hasta el último céntimo en planes disparatados, y ella comentaba anécdotas de aquella gente que durante buena parte de su vida había tenido que trabajar muy duro, después había ganado millones y se había dejado embaucar para comprar hoteles que apenas producían beneficios, o cadenas de tiendas de fruslerías que no podían pagar el alquiler vendiendo artículos cursis como servilletas de cóctel, llaveros relucientes o cojines bordados.
Alvirah siempre explicaba que ella era empleada de la limpieza y Willy trabajaba de fontanero cuando ganaron cuarenta millones de dólares en la lotería. Eligieron recibir el dinero en pagos anuales durante veinte años. Lo primero que hacían todos los años era pagar sus impuestos, y después vivían con la mitad de lo que les quedaba. El resto lo habían invertido con prudencia.
A los pasajeros les encantaban las historias de Alvirah y no dejaban escapar la oportunidad de hacerse con un ejemplar de su exitoso libro De los cazos a los casos. Y aunque Alvirah se sentía muy afectada por la muerte de Jonathan, tenía experiencia en tales situaciones y supo disimular su pesar. Incluso cuando la gente comentaba los motivos por los que podían haber asesinado al destacado especialista, ni ella ni Willy mencionaron que habían tenido una buena relación con el profesor Lyons.
Habían conocido a Jonathan dos años atrás, cuando Alvirah dio una charla en un crucero de Venecia a Estambul. Ella y el profesor Lyons asistieron a sus respectivas conferencias, y la mujer se quedó tan fascinada con sus cautivadores relatos del antiguo Egipto, Grecia e Israel que, con su habitual naturalidad, lo invitó a cenar con ellos. El profesor aceptó de buen grado, pero aclaró que viajaba con su compañera, por lo que serían cuatro a la mesa.
Y fue entonces cuando conocimos a Lily, era la frase que le cruzó la mente una y otra vez durante la travesía. Me cayó muy bien. Es una mujer elegante y atractiva, de un modo particular que deja entrever que lo ha sido siempre; seguro que con solo seis años ya sabía qué ropa le sentaba bien. Le apasiona tanto la arqueología como al profesor Jon, y acumula la misma cantidad de títulos. No es en absoluto pretenciosa y, sin lugar a dudas, estaba locamente enamorada de Jonathan Lyons, aunque fuera mucho más joven que él.
Alvirah, por supuesto, había buscado información sobre el profesor Jonathan Lyons en Google y sabía que estaba casado y tenía una hija llamada Mariah. «Willy, supongo que su mujer y él se fueron alejando», había comentado con su marido. «Son cosas que pasan. Y, a veces, las parejas deciden aguantar mecha».
Willy tenía su propio sistema de mostrarse de acuerdo con Alvirah cuando la mujer llegaba a conclusiones definitivas.
«Como siempre, has dado en el clavo, cariño», comentó, si bien ni siquiera era capaz de imaginarse mirando a otra mujer cuando tenía la suerte de compartir la vida con su adorada Alvirah.
El último día de aquella travesía, al desembarcar en Estambul se produjo la habitual agitación. Todos habían disfrutado de esos días juntos y se repartían invitaciones unos a otros para que sus nuevos amigos fueran a visitarlos a Hot Springs, Hong Kong o a su preciosa pequeña isla a tan solo un paseo en barco de San Juan. «Willy, ¿te imaginas la cara que pondrían si apareciéramos allí con las maletas? Es solo una forma amable de decir que han disfrutado de nuestra compañía».
Por eso, cuando seis meses después de su regreso del viaje de Venecia a Estambul recibieron una llamada del profesor Jonathan Lyons, se quedaron estupefactos. Si bien no se presentó, su voz cálida y resonante resultó inconfundible. «Soy Jon Lyons. He hablado tanto de vosotros con mi mujer y mi hija que quieren conoceros. Si el martes os va bien, mi hija, Mariah, que vive en Manhattan, puede pasar a buscaros, traeros a nuestra casa de Garden State y dejaros de nuevo en casa al final de la velada».
Alvirah quedó encantada con la invitación, pero después de colgar el auricular, dijo: «Willy, me pregunto si su esposa está al corriente de lo de Lily. Recuerda no hablar más de la cuenta».
Puntualmente, a las seis de la tarde del martes siguiente, el portero llamó al interfono del apartamento de los Meehan en Central Park South para anunciar que la señorita Lyons había llegado a recogerlos.
Si Alvirah le había tomado simpatía a Jonathan Lyons, el sentimiento que le despertó su hija fue igualmente grato. Mariah era agradable y afectuosa, y no solo se había tomado la molestia de leerse el libro de Alvirah, sino que compartían la inquietud de ayudar a la gente a invertir su dinero con sensatez y con un riesgo mínimo. Cuando llegaron a Mahwah, New Jersey, Alvirah ya había decidido que Mariah era la clase de persona a quien le gustaría poner en contacto con algunos ganadores de la lotería, sobre todo con aquellos que habían perdido gran parte de sus ganancias en planes descabellados.
Al llegar a la entrada de su casa, Mariah preguntó en tono vacilante:
—¿Les ha dicho mi padre que mi madre tiene demencia senil? Ella lo sabe y trata de disimularlo, pero si les pregunta lo mismo dos o tres veces, no se extrañen.
Tomaron un cóctel en el estudio de Jonathan porque el profesor estaba seguro de que a Alvirah le interesaría ver algunos de los objetos que había coleccionado a lo largo de los años. Betty, el ama de llaves, había cocinado una cena deliciosa, y entre Mariah y su padre lograron disimular los lapsus en la conversación de la delicadamente hermosa, aunque anciana, Kathleen Lyons. Fue una velada estimulante y amena a la que, Alvirah estaba segura de ello, seguirían muchas más.
Mientras se despedían, Kathleen preguntó de repente a Willy y a Alvirah cómo habían conocido a Jonathan. Cuando le dijeron que fue en una travesía reciente que los llevó de Venecia a Estambul, la mujer se disgustó.
—Tenía tantas ganas de hacer ese viaje —comentó—. Fuimos de luna de miel a Venecia, ¿os lo dijo Jonathan?
—Cariño, te he explicado cómo conocí a los Meehan, y acuérdate de que el médico te advirtió que no te convenía hacer ese viaje —aclaró Jonathan Lyons con dulzura.
Mientras iban en el coche de regreso a casa, Mariah preguntó con brusquedad:
—¿Estaba Lilian Stewart en el viaje en que conocieron a mi padre?
Alvirah vaciló, tratando de decidir qué responder. No pienso mentir, se dijo, y sospecho que Mariah intuye que Lily estaba allí.
—Mariah, ¿no crees que deberías preguntárselo a tu padre? —sugirió.
—Ya lo he hecho. Se negó a responder, pero su evasiva ha confirmado mis sospechas.
Alvirah estaba sentada delante junto a Mariah. Willy ocupaba satisfecho el asiento trasero, y Alvirah supo que si había alcanzado a oír la conversación, debía de alegrarse de no participar en ella. La voz de Mariah se quebró, y Alvirah supo que estaba al borde de las lágrimas.
—Mariah, tu padre es muy cariñoso y atento con tu madre. Hay cosas que es mejor no remover, sobre todo teniendo en cuenta que a tu madre empieza a fallarle la cabeza.
—No le falla tanto cuando recuerda lo mucho que le apetecía hacer ese viaje —respondió Mariah—. Les ha dicho que fueron de luna de miel a Venecia. Mamá sabe que está enferma. Quería viajar ahora que aún puede hacerlo, pero sospecho que con la aparición de Lillian, papá habló con un especialista para que convenciera a mi madre de que sería demasiado para ella. De vez en cuando se disgusta mucho por ese tema.
—¿Sabe que existe Lily? —preguntó Alvirah sin rodeos.
—¿Puede creer que mi padre solía invitarla a casa a cenar, junto a algunos de los amigos con los que se marcha a sus excavaciones anuales? Jamás sospeché que estuvieran juntos, pero mi madre encontró un par de fotografías de los dos en el estudio de mi padre. Cuando me las enseñó, le pedí a mi padre que no volviera a invitar a esa mujer a casa, pero a veces mi madre aún pregunta por ella, y se enfada.
En el último año, habían visitado a Jonathan y Kathleen con cierta frecuencia, y Mariah estaba en lo cierto. Kathleen, pese a la creciente pérdida de memoria, solía sacar a relucir el viaje a Venecia.
Esas ideas ocupaban el pensamiento de Alvirah cuando el Queen Mary 2 se acercó al puerto de Nueva York. Y ahora Jonathan está bajo tierra, pensó. Descanse en paz.
A continuación, con su infalible sentido para detectar los problemas que se avecinaban, agregó:
—Por favor, Dios mío, ayuda a Kathleen y a Mariah.
»Y por favor, Señor, que descubran que Jonathan fue asesinado por un intruso —agregó con fervor.