Después de almorzar, Mariah y Alvirah volvieron a esperar en el edificio de apartamentos donde vivía Lillian. Alvirah le llevó un sándwich y un café a Willy. Esperaron en el vestíbulo el resto de la tarde. A las cinco, fue Willy quien expresó el creciente temor que todos sentían.
—Si Lillian había quedado con Richard solo para venderle el pergamino, está tardando demasiado —comentó mientras se levantaba para estirar las piernas.
Mariah asintió con la cabeza. Durante el almuerzo, había intentado seguir la conversación, pero se sentía hundida y decepcionada después de haber escuchado el mensaje de Lillian a Richard. Le había privado del ligero optimismo que le había permitido creer que, después de enfrentarse a Lillian, tal vez pudiera convencerla para que devolviera el pergamino sin causar problemas.
Ahora se planteó que el descubrimiento de que Lillian tenía el pergamino y de que Richard estaba dispuesto a comprárselo, tal vez no fuera suficiente para que se presentaran cargos contra ellos.
Papá, esta es la mujer a la que amaste, pensó, y se dio cuenta de que el resentimiento que tanto se había esforzado por superar, volvía con toda su fuerza. Sabía que durante el almuerzo, Greg había comentado lo callada que estaba, y había intentado asegurarle que el pergamino sería recuperado y devuelto a la Biblioteca Vaticana.
«Jamás habría creído a Richard capaz de hacer algo tan turbio —había observado Greg—. Me he quedado totalmente helado». A continuación añadió: «Nada de lo que hiciera Lillian me sorprendería. Incluso cuando mantenía una relación con Jonathan, siempre me pregunté si no tendría también algo con Charles. Quizá porque ambos eran grandes aficionados al cine. Aun así, cuando Lillian no estaba con Jonathan, me daba la impresión de que pasaba mucho tiempo con Charles».
Mariah sabía que lo último que Greg quería era molestarla, pero la idea de que Lillian pudiera haber mantenido una relación con Charles al mismo tiempo le resultaba mortificante. Era en lo único que podía pensar mientras transcurrían las horas de espera. Por fin, a las cinco y media, anunció:
—Creo que lo que deberíamos hacer es asegurarnos de que el detective Benet escuche tu grabación de esa llamada telefónica, Alvirah. Supongo que será suficiente para que pida explicaciones a Lillian y a Richard. Me parece que volveré a casa. Por lo que sabemos, esos dos podrían estar celebrándolo juntos en algún sitio.
—Vuelvo enseguida —dijo Alvirah—. El otro portero acaba de empezar su turno. Hablaré con él. —Cuando regresó, cinco minutos después, era evidente que estaba orgullosa de sí misma—. Le he dado veinte pavos. Le he dicho que tengo una sorpresa para Lillian, que su prima ha venido a la ciudad a visitarla de manera inesperada. Esa eres tú, Mariah. Le he dado mi número de teléfono. Me avisará cuando regrese.
Mariah buscó en el bolso y sacó la tarjeta de Benet.
—Alvirah, no creo que debamos esperar más. Ya es hora de llamar al detective Benet. Puedes ponerle la cinta en cuanto llegues a casa y que sea lo que tenga que ser.