En Rikers Island, Wally Gruber estaba sentado en una sala de reuniones del penal, escuchando con gesto agrio mientras Joshua Schultz le relataba la conversación que había mantenido con el ayudante del fiscal, Peter Jones.
—¿Me estás diciendo que le entregue el retrato del tipo que se cargó al profesor y que a cambio lo único que obtendré es una media promesa de que le hablará bien de mí al juez que me condene? —Wally meneó la cabeza—. Ni hablar.
—Wally, no estás en situación de decir la última palabra. Supón que describes a alguien que se parece a Tom Cruise. ¿Esperas que te den las gracias y encima te premien?
—El tipo al que vi no se parece a Tom Cruise —espetó Wally—, y me juego lo que quieras a que cuando me siente con ese retratista, se tratará de alguien que la familia reconocerá. ¿Por qué crees que el tipo llevaba la cara tapada? Puede que creyera que si se encontraba con esa anciana, ella lo reconocería, aunque esté chalada.
Joshua Schultz empezaba a desear no haber aceptado el caso del Estado de Nueva York contra Wally Gruber.
—Verás, Wally, puedes elegir. O nos arriesgamos con el fiscal o llamamos al abogado de la anciana. Si piensas que este último te dará alguna compensación o que luchará para que obtengas la condicional, olvídalo. No pasará.
—La compañía aseguradora de las joyas que robé en la casa de New Jersey está dispuesta a pagar una recompensa de cien mil dólares por cualquier pista que les lleve a ellas —comentó Wally.
—¿Y tienes el descaro de pensar que se la pagarán a la persona que las ha robado? —preguntó Schultz con incredulidad.
—No te hagas el listo conmigo —espetó Wally—. Lo que digo es que probablemente crean que a estas horas las joyas ya están desmontadas. Y yo sé que siguen engastadas igual que las encontré.
—¿Cómo lo sabes?
—Porque el perista con el que hago tratos tiene muchos clientes en Sudamérica. Me dijo que iba a llevarse el botín a Río de Janeiro el mes que viene, y que es mucho más valioso si se vende intacto y no por piezas. La señora Scott es diseñadora de joyas, ¿no? Imagina que delato al perista y recuperan las joyas. La compañía de seguros se libra de una buena. La señora Scott se pone contentísima. Y encima, describo la cara del asesino a su marido, el abogado que defiende a la anciana. Todos estarán dispuestos a perdonar y a olvidar. Me nombrarán hombre del año.
—Sobre el papel suena bien, Wally, pero creo que pasas por alto un par de puntos muy importantes. Primero, como el abogado de Kathleen Lyons es también el marido de la propietaria de las joyas, tendrá que abandonar el caso de asesinato porque se encontrará ante un conflicto como ninguno que haya visto antes. En segundo lugar, tendríamos que pasar tu información sobre el perista y las joyas al fiscal, porque es quien debe llevar a cabo esa investigación. Lo que sugieres de dar parte de la información a Lloyd Scott y otra parte al fiscal no va a funcionar.
—De acuerdo. Daré otra oportunidad al fiscal. Empezaremos con él, seguro que cuando se dé cuenta de que puedo darle pistas sobre las joyas, cambiará de opinión. Entonces decidiremos si nos quedamos con él por el caso de asesinato o si acudimos a Lloyd Scott. De una manera o de otra, dentro de unos días me sentaré con un retratista de la policía.
—Entonces, ¿quieres que llame al fiscal y le diga que estás también dispuesto a proporcionar información sobre las joyas?
Wally empujó su silla hacia atrás, notablemente impaciente por terminar la conversación.
—Eso es, Josh. Tal vez así se convenza de que puedo resolver su caso de asesinato.