En cuanto se dio cuenta de que había perdido de vista a Lillian, Alvirah telefoneó a Willy.
—¿Dónde te has metido, cariño? —preguntó—. Estaba preocupado por ti. He dado mil vueltas a la manzana. El policía de tráfico cree que estoy al acecho. ¿Qué está pasando?
—Lo siento, Willy. La he seguido hasta el metro. He entrado en el mismo vagón y me he escondido detrás de unos tipos altos. Ha bajado en Chambers Street, pero la he perdido entre la multitud que salía a la calle.
—Mala suerte. ¿Qué quieres hacer ahora?
—Voy a volver y la esperaré en el vestíbulo de su edificio. Aunque tenga que esperar todo el día, pienso mantener una conversación con esa señorita. ¿Por qué no vuelves a casa?
—Ni hablar —respondió con firmeza—. No me gusta este asunto, y ahora que Rory ha desaparecido, ¿quién sabe qué está pasando? Aparcaré en Lincoln Center e iré a hacerte compañía.
Alvirah sabía que cuando Willy utilizaba ese tono de voz, no era posible hacerle cambiar de opinión. Tras echar un último vistazo alrededor por si Lillian salía de alguno de los edificios de la zona, soltó un suspiro de resignación y se dirigió nuevamente al metro.
Veinticinco minutos después se encontraba a las puertas del edificio de apartamentos de Lillian, frente a Lincoln Center. El portero le informó de que la señorita Stewart no estaba en casa y añadió:
—Hay otra pareja esperándola en el vestíbulo, señora.
Debe de ser Willy, pensó Alvirah. Me pregunto quién será la mujer. Enseguida pensó que sería Mariah.
No se equivocó. Mariah y Willy estaban sentados en las butacas de cuero, uno frente al otro separados por una mesa redonda de cristal situada en un rincón del vestíbulo. Estaban conversando, pero ambos alzaron la vista cuando oyeron el sonido de pasos sobre el suelo de mármol.
Mariah se levantó y abrazó a Alvirah.
—Willy me ha puesto al corriente de la situación —dijo Mariah—. Veo que todos hemos llegado a la misma conclusión: Lillian tiene el pergamino y es hora de plantarle cara.
—Lo tiene o lo tenía —respondió Alvirah con gravedad—. Como Willy te habrá dicho, ha salido del banco con una bolsa en la que llevaba algo. Deduzco que el pergamino estaba en su caja de seguridad y que ha ido a llevárselo a alguien esta mañana.
Alvirah notó la mirada inquisitiva de Willy y supo que tendría que contar a Mariah que había oído y grabado el mensaje que Lillian había dejado en el contestador de Richard la noche anterior.
—Mariah, creo que vas a llevarte una sorpresa desagradable —anunció mientras se sentaba junto a ella. Presionó el botón de reproducción de su broche en forma de sol y activó el mensaje.
—No me lo puedo creer —dijo Mariah, mordiéndose un labio tembloroso mientras la sorpresa y la decepción se apoderaban de ella—. Eso quiere decir que es probable que Lillian haya salido esta mañana a reunirse con Richard. Él llegó a jurarme que no había visto el pergamino. Y ahora resulta que ha llegado a un trato por conseguirlo. Dios, me siento tan traicionada, y no solo por mí, sino mucho más por mi padre. Sé que quería y respetaba de verdad a Richard.
—Bueno, nos quedaremos aquí a esperarla —dijo Alvirah—. Me gustará verla intentar escabullirse de esta.
Resuelta a contener las lágrimas que le asomaban a los ojos, Mariah dijo:
—Alvirah, cuando venía hacia aquí, sobre las diez, me ha llamado Greg. Quería saber cómo estaba y si sabía algo sobre Rory. Le he dicho que iba de camino a la ciudad para hablar con Lillian porque creía que mi padre le dio el pergamino para que se lo guardara. Le he advertido que si Lillian no estaba en casa, tenía intención de esperarla todo el día en el vestíbulo si fuera necesario, y me ha dicho que vendría sobre las doce y media, a menos que lo llamara y le dijera lo contrario.
A las doce y veinte, Greg entró en el edificio. Alvirah observó con aprobación el abrazo protector que dio a Mariah mientras se inclinaba sobre ella y le besaba la cabeza.
—¿Ya la habéis visto?
—No —contestó Willy—. Y tengo una sugerencia. Greg, ¿por qué no te llevas a las chicas a almorzar y me traéis un sándwich? Alvirah y Mariah, prometo que os llamaré de inmediato si ella aparece. No podemos pasar por alto que el portero le dirá que la estoy esperando. Y aunque salga corriendo hacia el ascensor, podéis llamarla cuando volváis y ponerle esa grabación. Podéis decirle que pensáis entregársela a la policía. Creedme, hablará con nosotros.
—Me parece buena idea —respondió Greg—. Pero después de almorzar tengo que salir hacia New Jersey. A las tres tengo una cita con esos detectives.