Desde su posición detrás del puesto de fruta, Alvirah esperó a que Lillian saliera del banco. A las nueve y diez, Willy apareció por la esquina, la saludó con la mano y se dispuso a dar otra vuelta a la manzana. A las nueve y veinte se abrió la puerta del banco y Lillian salió a la calle. Como Alvirah había supuesto, la bolsa de tela doblada que llevaba debajo del brazo al entrar, ahora sin duda contenía algo, y Lillian la sujetaba con firmeza con la mano izquierda.
Willy aparecerá en cualquier momento, pensó Alvirah, y después observó decepcionada que Lillian avanzaba por la calle de sentido único en dirección contraria a la del tráfico. Es probable que vuelva a casa, decidió Alvirah. Lo mejor será que la siga y telefonee a Willy al móvil.
Sin embargo, en la esquina de Broadway, Lillian cruzó la avenida a toda velocidad y Alvirah se dio cuenta de que tal vez se dirigiera a la entrada del metro.
Lillian caminaba deprisa. Alvirah aceleró el paso, resoplando por el esfuerzo de no perderla de vista, aunque manteniéndose a una distancia prudencial. De reojo intentaba ver a Willy cuando torciera de nuevo por la esquina, pero cuando pasó frente a ella, lo hizo mirando en otra dirección. Tendrá que seguir dando vueltas. Ahora no puedo hurgar en el bolso para buscar el móvil, se dijo.
Tuvo que hacer acopio de todas sus fuerzas para mantenerse lo más cerca posible de Lillian sin que la mujer la viera, en particular cuando empezaron a bajar por las escaleras del metro. El metro no había llegado, pero el andén estaba abarrotado y se oía el ruido del próximo tren. Alvirah la siguió observando mientras ambas buscaban el pase del metro en sus bolsillos. A continuación, separada de Lillian por un par de personas en la fila, pasó tras ella por el torniquete y se fijó en que un convoy se detenía en la estación. Lillian corrió al andén para subir a él. Aliviada por el hecho de que estuviera atestado, Alvirah subió al mismo vagón, con cuidado de esconderse detrás de varios pasajeros corpulentos.
Desde el otro extremo, observó a Lillian, de pie, mirando al suelo, agarrada a la barra con una mano y sujetando con fuerza la bolsa de tela con la otra. Cuando unos veinte minutos después el tren se acercó a la estación de Chambers Street, Lillian empezó a abrirse paso hacia la puerta. El tren se detuvo y Alvirah esperó unos segundos para asegurarse de que Lillian se disponía a bajar, y acto seguido bajó también ella camuflada entre un numeroso grupo de gente.
La larga marcha por el andén hizo que Alvirah llegara a las escaleras cuando Lillian ya iba por la mitad del tramo, con prisa por salir a la calle. Alvirah resopló por la frustración cuando justo delante de ella se colocó una mujer gruesa con bastón, que subía los escalones de uno en uno. Por mucho que lo intentó, no logró adelantarla entre el tráfico de pasajeros que subían y bajaban.
Cuando por fin llegó a la calle, Alvirah, desesperada, volvió la cabeza en una y otra dirección.
No había rastro de Lillian.