Kathleen estaba sentada en la cama, con una bandeja con té, zumo y tostadas frente a ella. El olor de las tostadas le hizo imaginarse que estaba sentada a la mesa del desayuno con Jonathan. Él la acompañaba, pero no la miraba. Estaba sentado en una silla junto a la cama, y tenía la cabeza y los brazos inclinados sobre sus piernas.
En cualquier momento empezará a sangrar, pensó.
Kathleen apartó la bandeja y no se dio cuenta de que la enfermera llegó a tiempo de atraparla para evitar que se derramara el té y el zumo.
Una voz le preguntó:
—¿Qué quiere, Kathleen? ¿Por qué hace eso?
Kathleen se aferraba a la almohada e intentaba quitarle la funda.
No se dio cuenta de que la enfermera hizo un gesto para detenerla, y después dio un paso atrás.
Con los dedos temblorosos, Kathleen arrancó la funda y se la ató a la cara.
—Kathleen, tiene miedo. Algo la asusta.
—No le veo la cara —gimió Kathleen—. Tal vez, si él no me ve, no me dispare también a mí.