El miércoles por la mañana, uno de los teléfonos de prepago de Lillian sonó a las seis en punto. Sabiendo quién estaría al otro lado de la línea, alargó un brazo por encima de la almohada hacia la mesita de noche. Aunque ya estaba despierta, le molestó la llamada tan temprana. Su «¿sí?» sonó abrupto y arisco.
—Lillian, ¿llamaste a Richard ayer por la noche? —preguntó su interlocutor, en tono glacial, casi amenazante.
Lillian se planteó mentir, pero decidió que no merecía la pena.
—Sabe que tengo el pergamino —espetó—. Jonathan le dijo que me lo había dado. Si no se lo vendo a él, acudirá a la policía. ¿Te das cuenta de lo que implicaría eso? Cuando los polis estuvieron aquí, tuve que admitir que la noche en que Jonathan murió estuve cenando a tan solo veinte minutos de su casa de New Jersey. Ambos sabemos que Kathleen lo mató, pero si Richard les dice que tengo el pergamino, podrían darle la vuelta al asunto y decir que fui a la casa, que Jonathan me dejó entrar, y que después lo maté y me llevé el pergamino.
—Te estás poniendo histérica y sacas conclusiones absurdas —repuso su interlocutor—. Lillian, ¿cuánto va a pagarte Richard?
—Dos millones de dólares.
—Yo te ofrezco cuatro millones. ¿Por qué haces esto?
—¿No entiendes por qué lo hago? —gritó—. Porque si no se lo vendo a Richard, irá a hablar con los detectives. Ya ha visto el pergamino. Confía en la opinión de Jonathan de que es auténtico. Jonathan le dijo que me lo había dado a mí. Y, por supuesto, Richard negará haber intentado comprármelo. Les dirá a los detectives que ha estado tratando de convencerme para que lo devuelva.
—Richard ha negado, tanto a Mariah como a los detectives esos de anoche, haber visto el pergamino. Si cambia su versión empezarán a sospechar de él. Deberías retarlo y decirle que te deje en paz.
Lillian se incorporó en la cama.
—Tengo un dolor de cabeza espantoso. No aguantaré mucho más tiempo esta presión. Ya mentí a los policías cuando les dije que Jonathan iba a intentar salir de casa y reunirse conmigo para cenar la noche que lo asesinaron. Pero después le dije a Alvirah que no hablé con Jonathan durante esos últimos cinco días, y estoy segura de que se lo habrá comentado a Mariah y a la policía.
—Lillian, escúchame. Tengo un plan alternativo con el que vas a salir ganando. Te pagaré cuatro millones de dólares por el pergamino. Dale largas a Richard hasta el viernes. Puedo conseguir que un experto de primera haga una copia perfecta utilizando como soporte un pergamino de dos mil años de antigüedad, que después puedes darle a Richard. Te pagará dos millones, así que al final te embolsarás seis. Eso te secará las lágrimas por Jonathan. Y cuando Richard descubra que es una falsificación, pensará que Jonathan se equivocó. ¿Qué crees que hará? ¿Ir a la policía? Él estará metido hasta el cuello. No olvides que estamos hablando de un pergamino que fue robado de la Biblioteca Vaticana. Nuestro querido Richard no tendrá más remedio que tragárselo.
Seis millones de dólares, pensó Lillian. Si decidiera dejar de dar clases, podría viajar. ¿Quién sabe? Puede que conozca a un tipo agradable que no tenga una esposa desquiciada.
—¿Dónde tienes guardado el pergamino, Lillian? Lo quiero tener hoy mismo.
—En mi caja fuerte del banco, a un par de manzanas de mi casa.
—Te advertí que la policía podía pedir una orden de registro de tu casa y de cualquier caja de seguridad a tu nombre. Tienes que sacarlo de allí ahora mismo. Ve al banco cuando abran, a las nueve. Y ni se te ocurra llevarlo a tu apartamento. Te llamaré dentro de una hora y te diré dónde podemos encontrarnos cuando salgas del banco.
—¿Y qué hay de los cuatro millones de dólares? ¿Cuándo los cobraré y cómo?
—Te enviaré el dinero por giro telegráfico a una cuenta en el extranjero y te pasaré toda la documentación necesaria cuando te dé la copia el viernes por la mañana. Mira, Lillian, tenemos que confiar el uno en el otro. Cualquiera de los dos podría delatar al otro. Tú quieres el dinero. Yo quiero el pergamino. Le das a Richard la falsificación el viernes por la tarde y cobras el dinero que te pague. Y todos contentos.