Tan pronto como Willy, Alvirah y el padre Aiden emprendieron el viaje de regreso a casa después de la cena, Alvirah reprodujo el mensaje que Lillian había dejado en el móvil de Richard. El horror y la decepción que ella había sentido al oírlo fue la misma reacción que mostraron los dos hombres. Todos estaban seguros de que cuando Lillian dijo que había decidido aceptar la oferta de Richard, se refería a la carta vaticana.
—Suena a que ha recibido otras ofertas —observó Willy—, si Richard está dispuesto a pagarle nada menos que dos millones de dólares por él.
—Yo diría que cualquier oferta que haya recibido ha sido como mínimo de un millón de dólares —respondió Alvirah—. No habría imaginado que Richard tuviera esa cantidad de dinero. Ser profesor de universidad no es exactamente lo mismo que trabajar en Wall Street.
—Creció en Park Avenue —terció el padre Aiden—. Sé que su abuelo fue un hombre de negocios de mucho éxito. Lo que me pregunto es: ¿qué hará Richard con el pergamino?
—Imagino que querrá devolverlo a la Biblioteca Vaticana —respondió Alvirah esperanzada.
—Eso sería muy noble, pero el hecho es que Richard ha negado haber visto el pergamino. Hemos descubierto que no solo sabe que Lillian lo tiene, sino que ha estado intentando hacerse con él —señaló el padre Aiden—. Y eso significa que sus motivos no están claros. Estoy seguro de que conoce a coleccionistas que pagarían una fortuna para hacerse con ese pergamino, solo por la emoción de poseerlo.
Alvirah reconoció con tristeza que el padre O’Brien había dado en el clavo.
—Esos dos detectives han quedado con Charles, Albert y Greg para hablar con ellos mañana —comentó la mujer—. Eso los mantendrá bastante ocupados. No me gustaría que ese par me interrogaran, si tuviera algo que ocultar.
—No los someterán a ningún interrogatorio —observó Willy—. Eso solo lo hacen en el juicio. Pero intentarán presionarlos. —A continuación agregó—: ¿Y qué me dices de esa cuidadora desaparecida? Alvirah, ¿la conocíamos?
—¿A Rory? Creo que la vimos una vez, el año pasado, mientras acompañaba a Kathleen a su habitación. No me fijé mucho en ella.
—Estuvo al lado de Kathleen en la funeraria, y todo el día durante el entierro —respondió el padre Aiden—. Sin duda estaba muy pendiente de ella.
—Tal vez se olvidó de que tenía esa fiesta y se marchó —sugirió Willy—. Mariah dijo a la policía que tenía intención de pagarle la semana entera, pero que Kathleen no volvería a casa hasta el viernes, como pronto. Rory no sería la primera en olvidar una cita. Tal vez haya decidido marcharse un par de días. Apuesto a que aparecerá el viernes.
—No creo que sea tan sencillo —respondió Alvirah—. Aunque se haya marchado, ¿por qué no responde al móvil?
Todos permanecieron en silencio durante los quince minutos siguientes, hasta llegar a las cabinas de peaje del puente George Washington en dirección a Manhattan. Entonces Willy preguntó:
—Cariño, ¿crees que habría sido mejor si hubieras reproducido ese mensaje delante de los detectives, allí mismo?
—Lo pensé, pero decidí que era demasiado pronto —respondió—. Richard podría haber dicho que la oferta era para comprar el coche de Lillian, y que habían bromeado sobre la cantidad. Tengo que hacer otra visita a la señorita Lillian mañana por la mañana. La cogeré desprevenida y reproduciré el mensaje. Ya has oído cómo suena su voz. Está nerviosa y asustada, y cuando alguien está en ese estado, necesita una buena amiga que le ayude a ver las cosas con claridad. Yo seré esa buena amiga.
Albert West y Charles Michaelson se habían peleado de camino a la cena. El rotundo comentario de Albert sobre que creía que Charles había visto el pergamino y que era posible que lo tuviera en su poder había provocado una respuesta mordaz por parte de Charles.
—Solo porque me ayudaras cuando tuve aquel problema no significa que tengas derecho a acusarme de mentir sobre el pergamino —dijo Charles, furioso—. Como he repetido mil veces, Jonathan me dijo que quería enseñármelo, pero después lo asesinaron. No tengo ni idea sobre dónde está. Supongo que se lo daría a Lillian por seguridad, para evitar que la chiflada de su mujer lo encontrara y lo destrozara. ¿Quieres que te recuerde lo que hizo con esas fotos? Y, Albert, ya que hablamos del tema, ¿qué hay de ti? ¿Cómo puedo estar seguro de que no sabes mucho más de lo que dices? A lo largo de los años has ganado mucho dinero vendiendo antigüedades. Sin duda, sabrías dónde encontrar un comprador en el mercado negro.
—Como sabes bien, Charles, trabajé para interioristas comprando antigüedades que habían salido a la venta en el mercado legal —espetó Albert—. Nunca me he visto implicado en la compra ni en la venta de documentos bíblicos.
—Siempre hay una primera vez cuando lo que está en juego es tanto dinero —respondió Charles—. Has vivido toda la vida con un sueldo de profesor. Estás a punto de jubilarte con una pensión de profesor. No podrás trotar mucho por el mundo con esos ingresos.
—Lo mismo podría decir de ti, Charles. Yo, en cambio, nunca he ganado un céntimo timando a un coleccionista.
La conversación terminó cuando llegaron a casa de Mariah.
De regreso a Manhattan, la tensión fue en aumento. Ambos tenían que presentarse en la oficina del fiscal a la mañana siguiente para prestar declaración ante los detectives.
Los dos eran conscientes de que los polícias comprobarían las llamadas de sus teléfonos móviles. Pese a la detención de Kathleen, era evidente que seguían investigando las circunstancias que rodeaban la muerte de Jonathan, el pergamino desaparecido y ahora a la cuidadora desaparecida.
El apartamento de Greg en el Time Warner Center tenía buenas vistas de Central Park South. Cuando llegó a casa después de la cena, se quedó un buen rato de pie junto a la ventana, observando a los paseantes nocturnos caminar por las aceras que bordeaban el parque. Era un hombre analítico por naturaleza y procedió a repasar mentalmente los acontecimientos de esa noche.
¿Era demasiado esperar que Mariah estuviera empezando a sentir algo por él? Había notado que, durante un instante, había respondido a su abrazo antes de apartarse. El secreto para ganarse su cariño era sacar a su madre de ese lío, se dijo. Incluso si el fiscal tenía las pruebas suficientes para demostrar que Kathleen había asesinado a Jonathan, si la declararan enferma mental, entonces el juez podría permitir su vuelta a casa, aunque tuviera que estar vigilada las veinticuatro horas del día. Puedo ayudar a Mariah a encontrar a los psiquiatras adecuados y también proporcionarle la vigilancia necesaria para su madre, pensó.
¿De cuánto dinero dispondrá Mariah en estos momentos?, se preguntó. No creo que Jonathan tuviera una pensión muy elevada. Llevaba mucho tiempo costeando cuidadoras, así que debió dejarse mucho dinero en ello. Mariah no querrá vender la casa. Quiere que su madre siga viviendo allí. Si su madre termina volviendo a ella, los gastos en seguridad ascenderán a una fortuna. Y tendría que afrontarlo antes incluso de que se celebre el juicio; si su madre queda en libertad el viernes, el juez insistirá en que la seguridad se contrate de inmediato.
Al parecer, esos detectives creen que la desaparición de Rory puede estar relacionada con la muerte de Jonathan. ¿Piensan que Rory se marchó porque estaba implicada de algún modo en el asesinato? ¿O creen que alguien se libró de ella porque sabía demasiado?
Greg se encogió de hombros, se dirigió a su estudio y encendió el portátil. Era el momento de empezar a buscar a los mejores psiquiatras forenses, decidió.
Richard regresó a su apartamento cercano a la Universidad de Fordham, exultante porque Lillian hubiera decidido aceptar su oferta. Cumpliré mi parte del trato, pensó. Nunca diré que fue Lillian quien me lo vendió. Me ha dicho que además de la mía tiene otras dos ofertas, pero la creo cuando dice que no ha admitido ante nadie que lo tiene. Richard sonrió mientras aparcaba en el garaje. Estoy seguro de que se ha creído la historia que le conté, pensó.
No debería ser tan crédula.