Rory divisó el coche esperando en la esquina cuando llegó al escalón superior de la salida del metro el lunes por la noche. Había corrido por la escalera y ahora respiraba con dificultad. La sensación de que la estaban cercando era insoportable. Tenía que conseguir el dinero y escapar. Años atrás había desaparecido y podía hacerlo de nuevo. En cuanto salió de prisión después de cumplir siete años de condena por robar a una anciana, violó la libertad condicional.
Me reinventé, se dijo. Había adoptado la identidad de una prima que se había jubilado tras años de trabajar como cuidadora y que se había trasladado a Italia, donde murió de manera repentina. Trabajé duro, pensó furiosa. Y ahora, aunque no puedan demostrar que dejé la pistola fuera y la puerta abierta, volveré a la cárcel por haber violado la condicional. Y vi a la chiflada de Kathleen mirando por la ventana cuando escondí la pistola en el parterre. ¿Me vería? Tiene un don para dejar caer detalles que nadie diría que ha observado.
La puerta del acompañante se abrió desde el interior. En la calle había mucho movimiento, sobre todo de gente acalorada que se desplazaba deprisa. Todo el mundo corre en busca de aire acondicionado, pensó Rory mientras notaba que el sudor empezaba a aflorarle en la frente y en el cuello. Se retiró un mechón de pelo que le rozaba la mejilla. Estoy hecha un desastre, pensó mientras subía al coche. Cuando me marche, iré a un balneario a recuperarme. ¿Quién sabe? Si me pongo guapa y tengo dinero, tal vez haya otro Joe Peck esperándome en algún sitio.
Agarró el tirador y cerró la puerta.
—Las ocho en punto —comentó el hombre en tono de aprobación—. Eres puntual. Acabo de llegar.
—¿Dónde está mi dinero?
—Mira en el asiento trasero. ¿Ves las maletas?
Rory torció el cuello.
—Parecen pesadas.
—Lo son. Querías una bonificación y aquí la tienes. Te la mereces.
Puso una mano en el cuello de la mujer. Con el pulgar, le presionó una vena con todas sus fuerzas.
La cabeza de Rory se desplomó hacia delante. No sintió la aguja que le clavó en el brazo ni oyó el sonido del motor cuando el coche arrancó en dirección al almacén.
—Lástima que no vivas lo suficiente para disfrutar el sarcófago que te he preparado, Rory —dijo en voz alta—. Por si no lo sabes, se trata de un ataúd. Este en concreto es digno de una reina. Aunque lamento decir que no creo que pudieras pasar por alguien de la realeza —añadió con una sonrisa de suficiencia.