Lillian Stewart avanzó con discreción hasta el fondo de la iglesia cuando la misa funeral por Jonathan ya había comenzado. Se marchó antes de las últimas oraciones para evitar encontrarse con Mariah o su madre después de la gélida acogida que le habían dispensado en la funeraria. A continuación condujo hasta el cementerio, aparcó a cierta distancia de la entrada y esperó hasta que el cortejo fúnebre se hubo marchado. Solo entonces se acercó al camino que llevaba a la tumba de Jonathan, bajó del coche y caminó hasta la sepultura, con una docena de rosas en la mano.
Los enterradores estaban a punto de bajar el féretro. Se apartaron con actitud respetuosa mientras la mujer se arrodillaba, dejaba las rosas sobre el ataúd y susurraba: «Te quiero, Jon». A continuación, pálida pero serena, pasó junto a una hilera de tumbas en dirección a su coche. Solo cuando estuvo de nuevo en su interior, perdió la compostura y hundió el rostro entre las manos. Las lágrimas que había estado conteniendo empezaron a deslizarse por las mejillas al tiempo que los sollozos le sacudían el cuerpo.
Un momento después, oyó que se abría la puerta del acompañante. Sobresaltada, alzó la vista intentando en vano enjugarse las lágrimas de los ojos. Unos brazos consoladores la rodearon y la sostuvieron hasta que logró contener el llanto.
—Supuse que estarías aquí —dijo Richard Callahan—. Te he visto un momento al fondo de la iglesia.
Lily se apartó de su lado.
—Dios mío, ¿crees que es posible que Mariah o su madre me hayan visto también? —preguntó la mujer con voz ronca y temblorosa.
—No lo creo. Yo estaba buscándote. No sabía adónde habías ido al salir de la funeraria. Pero ya has visto que la iglesia estaba a rebosar.
—Richard, es un detalle precioso que hayas pensado en mí, pero ¿no te esperan en el almuerzo?
—Sí, pero primero quería saber cómo estabas. Sé lo mucho que Jonathan significaba para ti.
Lillian había conocido a Richard Callahan en la primera excavación arqueológica en la que había participado, cinco años atrás. Profesor de historia bíblica en la Universidad de Fordham, le había contado que había estudiado para convertirse en jesuita, pero que se había apartado del sacerdocio antes de hacer los últimos votos. Ahora ese hombre de porte larguirucho y trato fácil se había convertido en un buen amigo, lo cual la sorprendía un poco. Pensaba que lo más probable es que reprobara su relación con Jonathan, pero, si lo hacía, jamás se lo había demostrado. Fue durante su primera excavación juntos cuando Jonathan y ella se enamoraron perdidamente el uno del otro.
Lily consiguió esbozar una leve sonrisa.
—Richard, te estoy muy agradecida, pero será mejor que vayas a ese almuerzo. Jonathan me dijo muchas veces que la madre de Mariah te tiene mucho cariño. Estoy segura que le hará bien tu compañía.
—Ya voy —dijo Richard—, pero Lily, tengo que preguntarte algo. ¿Te explicó Jonathan que creía haber descubierto un manuscrito sumamente valioso entre los que estaba traduciendo, unos que encontró en una vieja iglesia?
Lillian Stewart miró fijamente a los ojos de Richard Callahan.
—¿Un manuscrito antiguo de gran valor? No, en absoluto —mintió—. Nunca me habló de ellos.