El domingo por la noche, cuando por fin se acostó, a Mariah se le ocurrió que no había telefoneado a Rory para decirle que no era necesario que fuera a trabajar al día siguiente. Era demasiado tarde para llamarla por teléfono, y se dijo que sin duda la mujer habría visto las noticias de la noche. En realidad, le sorprendía que Rory no la hubiera llamado para decirle lo mucho que lamentaba los últimos hechos.
A las siete de la mañana del día siguiente, Mariah, ya vestida, estaba desayunando en la cocina cuando, para su sorpresa, oyó que se abría la puerta principal, tras lo cual le llegó el saludo de Rory.
—Mariah, siento mucho lo ocurrido. Tu pobre madre jamás habría hecho daño a nadie si hubiera estado en sus plenas facultades mentales.
¿Por qué su tono de lástima suena tan falso?, se preguntó Mariah.
—Mi pobre madre no hizo daño a nadie, Rory, aunque no esté en sus plenas facultades mentales.
Rory pareció aturullada. Llevaba su pelo canoso recogido en un moño, del que algunos mechones le habían quedado sueltos. Los ojos, aumentados tras las gafas de montura gruesa, se le humedecieron.
—Oh, Mariah, cariño, lo último que quiero es ofenderos, a ti o a tu madre. Creí que todo el mundo daba por hecho que su demencia había originado la tragedia. Oí en las noticias que estaba en una celda y que tiene que presentarse ante el juez esta mañana. Espero que la dejen en libertad bajo fianza. Quería estar aquí para cuidar de ella.
—Eres muy considerada —respondió Mariah—. Si, por casualidad, el juez deja que mamá vuelva hoy a casa, necesitaré tu ayuda. La semana pasada no aparecí por la oficina y tengo algunos asuntos que atender.
A las siete y media en punto, Lloyd Scott llamó al timbre.
—Espero que consiguieras conciliar el sueño anoche, aunque sospecho que no debes de haber dormido demasiado.
—No mucho, la verdad. Estaba agotada, pero no dejo de darle vueltas a cómo demostrar que han tendido una trampa a mi madre.
—Mariah, ¿me dejas acompañarte a los juzgados, por si sueltan hoy mismo a tu madre? —preguntó Rory.
Scott respondió por Mariah.
—No es necesario, Rory. Seguramente el juez ordenará una evaluación psiquiátrica antes de fijar la fianza. Y eso llevará dos o tres días.
—Rory, vete a casa. Por supuesto, te pagaré estos días, hasta que dejen a mi madre en libertad. Después te llamaré para contarte cómo va todo.
—Pero… —Rory empezó a oponerse pero enseguida añadió a regañadientes—: De acuerdo, Mariah, espero que vuelvas a necesitarme muy pronto.
Cuando llegaron al juzgado de Hackensack, Lloyd acompañó a Mariah al cuarto piso, a la sala del juez Kenneth Brown. Esperaron en silencio sentados en un banco del pasillo hasta que se abrieron las puertas. Eran solo las ocho y cuarto y sabían que durante la media hora siguiente los medios de comunicación tomarían el lugar.
—Mariah, llevarán a tu madre a la celda adyacente a la sala unos minutos antes de que aparezca el juez —dijo Lloyd—. Iré a hablar con ella cuando llegue. El agente judicial vendrá a avisarme. Cuando me vaya, tú espera en la primera fila. Y, Mariah, recuerda que es importante que no digas nada a los medios, por muchas ganas que tengas.
Mariah tenía la boca seca. Había sentido la tentación de ponerse la chaqueta blanca y negra que había llevado en el funeral, pero finalmente se decidió por un traje pantalón de hilo de un tono azul claro. Se envolvió las manos con la cinta del bolso azul marino que sostenía en el regazo.
Entonces la asaltó una idea extraña. Este es el traje que llevaba hace dos semanas, cuando quedé con papá para cenar en Nueva York. Me dijo que siempre había pensado que el azul era el color que me sentaba mejor.
—No te preocupes, Lloyd. No les diré nada —respondió al fin.
—De acuerdo. Ya han abierto las puertas. Vamos.
Durante la media hora siguiente, la sala empezó a llenarse de cámaras y reporteros. A las nueve menos diez, el agente judicial se acercó a Lloyd y le dijo:
—Señor Scott, su cliente está en la celda.
Scott asintió con la cabeza y se levantó.
—Mariah, cuando vuelva, estarán a punto de hacer entrar a tu madre. —Le dio una palmadita en el hombro—. Estará bien.
Mariah asintió y mantuvo la vista clavada al frente, consciente de que la estaban fotografiando. Observó al fiscal que, con una carpeta debajo del brazo, ocupaba su lugar en la mesa junto a la tribuna del jurado. Ahora que estaba allí, se sintió aterrada por lo que pudiera acabar pasando. ¿Y si, por alguna razón incoherente, deciden juzgar a mamá y el jurado la declara culpable?, se preguntó. No podría soportarlo. No podría.
Lloyd salió por una puerta lateral y se dirigió a su mesa. Fue entonces cuando el funcionario judicial anunció: «¡Todos de pie!», y el juez entró en la sala. El juez se volvió hacia el funcionario y le pidió que hiciera pasar a la acusada.
La acusada, pensó Mariah. Kathleen Lyons, la acusada cuyo único «delito» ha sido perder la razón.
La puerta por la que había entrado Lloyd se abrió de nuevo y aparecieron dos agentes judiciales, uno a cada lado de Kathleen, y la acompañaron junto a Lloyd. Kathleen llevaba el pelo alborotado. Vestía un mono de color naranja con las letras negras BCJ, las iniciales de Bergen County Jail, en la espalda. La mujer miró alrededor y vio a Mariah. Su rostro se deshizo en llanto. Mariah se horrorizó al descubrir que iba esposada. Lloyd no se lo había advertido.
El juez empezó a hablar.
—En el caso del Estado contra Kathleen Lyons, orden de arresto 2011/000/0233, por favor, hagan sus presentaciones.
—Señoría, en defensa del Estado comparece el ayudante del fiscal Peter Jones.
—Señoría, en defensa de Kathleen Lyons comparece Lloyd Scott. Hago constar que mi clienta, la señora Lyons, está presente en la sala.
—Señora Lyons —dijo el juez—, esta es su primera comparecencia en el juzgado. El fiscal leerá la acusación en su contra y a continuación su abogado nos dirá cómo se declara. Después determinaré la cantidad y las condiciones de la fianza.
Era evidente que Kathleen sabía que hablaba con ella. Lo miró, pero enseguida volvió la vista hacia Mariah.
—Quiero ir a casa —gimió—. Quiero ir a casa.
Abatida, Mariah escuchó al fiscal mientras leía en voz alta los cargos de asesinato y posesión de arma de fuego con fines delictivos, y después a Lloyd, que pronunció la palabra «inocente» con firmeza a modo de respuesta.
El juez Brown señaló que a continuación escucharía a los abogados para decidir la cuantía de la fianza.
—Fiscal Jones, habida cuenta de que la señora Lyons fue detenida anoche, aún no se ha fijado la fianza. Escucharé su recomendación y después hablará el señor Scott.
Mariah prestó atención mientras el fiscal argumentaba que el Estado tenía pruebas más que suficientes y recomendaba una fianza de quinientos mil dólares. Sin embargo, también pidió que, antes de quedar en libertad, fuera sometida a una evaluación psiquiátrica para que el juez pudiera establecer «las condiciones adecuadas a fin de proteger a la comunidad».
¿Proteger a la comunidad de mi madre? Mariah se enfureció para sus adentros. Necesita que la protejan a ella, eso es lo que necesita.
A continuación llegó el turno de Lloyd Scott.
—Señoría, mi clienta tiene setenta años y su estado de salud es sumamente frágil. Sufre demencia avanzada. Quinientos mil dólares es una cantidad excesiva, e innecesaria en este caso. Lleva treinta años viviendo en Mahwah y no existe el menor riesgo de fuga. Le aseguro a este tribunal que estará bajo vigilancia las veinticuatro horas del día y supervisada en su casa. Rogamos a su señoría que le conceda hoy mismo la libertad bajo fianza y concertemos otra vista dentro de una semana para concretar la cantidad una vez se le haya realizado una evaluación psiquiátrica. Le comunico que ya he dado orden a un fiador judicial para que deposite la cantidad que su señoría elija establecer hoy en este caso.
Mariah se dio cuenta de que estaba rezando. Dios mío, por favor, haz que el juez lo entienda. Haz que le permita volver a casa conmigo.
El juez se inclinó hacia delante.
—El propósito de la fianza es asegurar la comparecencia del acusado ante el tribunal y las condiciones se establecen para proteger a la comunidad. Esta mujer está acusada de asesinato. Se le presume la inocencia, pero teniendo en cuenta las circunstancias, es urgente que sea sometida a una evaluación psiquiátrica con ingreso hospitalario y que se me haga llegar un informe detallado para poder tomar una decisión fundamentada acerca de la cuantía y las condiciones de la fianza. Será remitida al centro médico Bergen Park para que se le realice una evaluación, y celebraré otra vista en esta sala el viernes a las nueve de la mañana. No podrá salir bajo fianza hasta que esa vista haya tenido lugar. Es la decisión de este tribunal.
Atónita, Mariah observó a los agentes judiciales mientras acompañaban a Kathleen a la celda, seguidas de Lloyd. Mariah se levantó en el momento en que el abogado se volvió para pedirle con un gesto que lo esperara. Los fotógrafos que habían podido tomar fotografías durante la sesión empezaron a marcharse por orden de los agentes del juzgado. Al cabo de un par de minutos, se encontró a solas en la sala.
Cuando Lloyd regresó después de diez minutos, Mariah le preguntó:
—¿Puedo ver a mi madre?
—No. Lo siento, Mariah. Está detenida. No lo permiten.
—¿Cómo está? Dime la verdad.
—No te mentiré. Está muy asustada. Quiere su pañuelo. ¿Por qué querría atárselo a la cara?
Mariah lo miró fijamente.
—Lleva haciendo eso desde que asesinaron a mi padre. Lloyd, escúchame. Supongamos que oyó el disparo y corrió a las escaleras. Supongamos que vio a alguien que llevaba la cara cubierta con algo. Y que eso no se le va de la cabeza.
—Mariah, cálmate. De verdad creo que la dejarán en libertad el viernes. Tal vez entonces podamos hablar con ella de eso.
—Lloyd, ¿no te das cuenta? Si alguien entró en casa con la cara tapada, significa que tenía llave o que la puerta se quedó abierta. La última vez que se escapó, instalamos una cerradura que mi madre no puede abrir desde dentro. Sabemos que la policía dijo que no se había forzado la entrada. Ese es parte del motivo por el que culpan a mi madre.
»Betty, nuestra ama de llaves, me dijo que se marchó sobre las siete y media esa noche, después de que mis padres cenaran y ella terminara de limpiar la cocina. Lleva con nosotros más de veinte años. Confío en ella ciegamente. Rory lleva en casa dos años. Estuvo con mi madre mientras cenaba y después la acompañó a la cama. Mi madre no había dormido bien la noche anterior y estaba nerviosa y cansada. Rory dijo que se durmió enseguida. También dijo que comprobó que la puerta delantera estaba cerrada con llave, como hace siempre, y que después se marchó. Según ella, unos minutos después de que lo hiciera Betty.
—Tal vez debamos hablar con Rory —añadió Lloyd—. En alguna ocasión, trabajo con un investigador privado muy bueno. Lo llamaré. Si hay algo de su pasado que debamos saber, él lo descubrirá.