El domingo por la noche, Alvirah y Willy esperaron en casa de Mariah a que ella volviera del juzgado con Lloyd Scott. Betty les había dejado en la mesa un surtido de sándwiches y fruta antes de que Delia y ella se marcharan esa noche. Alvirah comentó:
—Sé que Mariah no tendrá mucho apetito, pero tal vez coma algo cuando llegue a casa.
Era evidente que cuando Mariah llegó, agradeció que la estuvieran esperando. Lloyd Scott entró con ella en el salón. Alvirah y Willy no lo conocían, pero lo habían visto en las noticias y ambos supieron de inmediato que era el hombre indicado para defender a Kathleen y proteger a Mariah.
Lloyd no tenía previsto quedarse, pero Alvirah le dijo que quería hablar con él sobre su encuentro con Lillian.
—Estaba a punto de contárselo a Mariah antes, pero entonces entró usted con la noticia de que Kathleen tenía que entregarse —aclaró. A continuación, añadió—: Pero hablemos mientras tomamos un bocado.
Se sentaron a la mesa del comedor. Mariah, que se sentía como si la hubiera arrastrado un tsunami, cayó en la cuenta de que apenas había almorzado y de que tenía hambre. Incluso consiguió sonreír cuando Willy le colocó delante una copa de vino tinto.
—Después de lo que has pasado la última semana, la necesitas —dijo decidido.
—Gracias, Willy. Y gracias a los dos por esperarme, y por todo esto —dijo mientras señalaba la comida en la mesa.
Lloyd Scott cogió un sándwich y aceptó la copa de vino que Willy le servía.
—Señora Meehan —empezó a decir.
—Por favor, puede tutearnos. Somos Alvirah y Willy —lo interrumpió Alvirah.
—Entonces yo soy Lloyd. Como sabréis, soy el vecino de Kathleen y Mariah. Conocía muy bien a Jonathan. Era un buen hombre. Por él, y por el bien de Kathleen y de Mariah, haré todo lo que esté en mis manos para ayudar a Kathleen. Sé que es lo que él querría.
Alvirah vaciló un instante y después respondió:
—Voy a decirlo claramente. Todos sabemos que es posible que Kathleen disparara a Jonathan. Sin embargo, no habría sido difícil tenderle una trampa para convertirla en cabeza de turco. No puede defenderse. Así que mirémoslo desde otro ángulo. Ayer almorcé con Lillian Stewart.
—¿Ah, sí? —preguntó Mariah, asombrada.
—Sí. Me telefoneó. Estaba muy afectada. Recuerda, Mariah, que la conocí en aquel crucero en el que viajaba con tu padre. Después de eso, la vi solo una vez, cuando tu padre nos invitó a su charla en la calle Noventa y dos Y. Cenamos juntos, pero entonces ya te conocía y su presencia me incomodó un poco. Esa fue la última vez que supe de ella hasta que ayer me sorprendió con su llamada. Me dijo que quería comentarme algo, de modo que acepté.
—¿Qué te dijo? —preguntó Lloyd Scott.
—Ahí voy. Nada. Cuando me llamó parecía que tuviera muchas ganas de hablar, pero al cabo de unas horas, cuando nos vimos en el restaurante, era evidente que había cambiado de opinión al respecto. Básicamente, me dijo lo mucho que echaba de menos a Jonathan y que hacía mucho tiempo que debería haber ingresado a tu madre en una residencia. —Alvirah se reclinó en la silla—. Sin embargo, sin saberlo, puede que me facilitara una información muy importante.
—¿Qué, Alvirah, de qué se trata? —Lloyd Scott y Mariah preguntaron al tiempo.
—Le pregunté cuándo había hablado con Jonathan por última vez y me respondió que la noche del miércoles anterior al lunes en que lo asesinaron.
—¡Es imposible! —exclamó Mariah—. Sé que mi padre iba a verla todos los fines de semana. Delia, que, como sabes, está en casa los fines de semana cuando Rory libra, me lo ha dicho. Pasaba parte del sábado con mamá y después se marchaba. A menudo no volvía hasta el domingo por la tarde, a menos que supiera que yo iría por la mañana.
—Piénsalo con calma —dijo Alvirah, permitiéndose cierto grado de entusiasmo—. ¿Y si es cierto que no se hablaron durante esos últimos cinco días? ¿Y si pasó algo entre ellos? Mariah, no hemos tenido tiempo de comentarlo, pero he leído en el periódico que es posible que tu padre hubiera descubierto un valioso pergamino, y que nadie sabe dónde está. Me pregunto: ¿es posible que se lo diera a Lillian, y que terminaran peleándose por eso? ¿Y después tu padre aparece asesinado? Y Kathleen se convierte en la segunda víctima de… ¿quizá una trampa?
—Que mi padre no hablara con Lillian durante cinco días es muy significativo —respondió Mariah en voz baja—. El padre Aiden me dijo en el funeral que mi padre había ido a verlo el miércoles por la tarde y le había dicho que estaba seguro de que el pergamino era auténtico, pero también muy preocupado porque uno de los expertos a los que se lo había enseñado parecía interesado solamente por su valor económico. De lo que deduzco que esa persona pretendía venderlo en el mercado negro. Mi padre estaba decidido a devolverlo a la Biblioteca Vaticana.
—¿Sabes si tu padre se confesó ese día con el padre Aiden? —preguntó Alvirah.
—El padre Aiden no me lo dijo, pero sé que si lo hubiera hecho tampoco me lo habría comentado, porque es confidencial.
—No soy católico —dijo Lloyd Scott—, pero si tu padre fue a confesarse, ¿no sería para pedir perdón por algo que creía haber hecho mal?
—Sí —respondió Alvirah con seguridad—. Y vayamos un paso más allá. Si Jonathan quería confesarse, es probable que hubiera tomado la decisión de dejar a Lillian. Supongamos que fue eso lo que sucedió, y supongamos que le dijo que su relación había terminado ese miércoles por la noche, que es, precisamente, la última vez que habló con él.
—Esta mañana la policía se ha llevado cajas repletas de documentos de su estudio —comentó Mariah—. Algunos de ellos eran los pergaminos que estaba traduciendo, pero no creo que guardara allí algo de tanto valor. En realidad, no creo que tuviera la carta en casa, pues sabía que a veces mi madre se dedicaba a fisgar en su estudio. Lo supimos con certeza el día que encontró las fotografías de Lillian y él juntos.
—Me parece lógico que decidiera confiarle a ella el cuidado del pergamino —dijo Lloyd—. Todos sabemos que mantenían una relación íntima. Puede que lo guardara en su apartamento o en cualquier otro lugar seguro. Se me ocurre que tal vez Jonathan quisiera recuperar el pergamino ese miércoles por la noche, a no ser, claro, que Lillian lo tuviera en otro lugar y que no pudiera devolvérselo inmediatamente. En ese caso, habrían vuelto a ponerse en contacto durante los días siguientes. Así que quizá sí se lo devolviera antes de su muerte y es posible que estuviera en su estudio la noche del asesinato.
—Vuelvo a decir que cuando Lillian me llamó era evidente que intentaba tomar una decisión acerca de algo —respondió Alvirah con seguridad—. Lo que fuera que se guardó tiene que ver con ese pergamino y tal vez también con la muerte de Jonathan.
—Deberíamos conseguir los registros de llamadas del teléfono fijo y los móviles de Jonathan de inmediato —intervino Lloyd—. Si utilizó alguno de esos teléfonos para llamarla, entonces sabremos si Lillian dice la verdad cuando asegura que no tuvo contacto con él durante esos últimos días.
—Dudo que mi padre lo hiciera —respondió Mariah—. Una vez lo descubrí utilizando un móvil que sabía que no era el que usaba habitualmente. Me da la impresión de que no encontraremos ninguna llamada a Lillian en las facturas de teléfono que le llegaban a casa. Sinceramente, creo que temía que yo pudiera descubrirlas.
—He visto muchas situaciones parecidas —comentó Alvirah—. Cuando la gente quiere mantener sus conversaciones en secreto, se compra uno de esos móviles de prepago y los recarga según sus necesidades.
—En mi opinión —dijo Lloyd Scott con lentitud—, es muy posible que la última visita de Jonathan a Lillian tuviera como objetivo romper su relación. En ese caso, y si ella tenía el pergamino, tal vez se lo devolviera, de modo que es de esperar que la oficina del fiscal lo encuentre en una de esas cajas. No podemos perder de vista que solo contamos con su palabra para creer que Jonathan no habló con ella durante esos días. También es muy posible que, enfadada, Lillian se negara a devolverle el pergamino y que las veces siguientes que Jonathan hablara con ella para intentar recuperarlo lo hiciera a través de ese otro teléfono.
Muy atenta, Mariah sintió como si le quitaran un enorme peso de encima.
—Hasta ahora, por mucho que me costara aceptarlo, en lo más hondo de mi corazón estaba convencida de que mi madre había matado a mi padre en un arrebato de locura —dijo con voz queda—. Pero ahora ya no lo creo así. Creo que hay otra explicación, y que tenemos que descubrirla.
Lloyd Scott se levantó de la silla.
—Mariah, necesito asimilar estos datos y decidir qué información desvelamos al fiscal en estos momentos. Pasaré a recogerte a las siete y media mañana. Así tendremos tiempo de sobra para llegar a los juzgados antes de las nueve. Buenas noches a todos.