El profesor Albert West sabía que había asumido un riesgo el viernes por la tarde, durante el trayecto en coche después del funeral, cuando le dijo a su colega el profesor Michaelson que Jonathan creía haber encontrado el pergamino de José de Arimatea. Había entrecerrado los ojos tras las gafas para estudiar con atención el rostro de Charles a la espera de su reacción.
La expresión de sorpresa de Charles pudo haber sido genuina, o tal vez una buena interpretación. Albert no estaba seguro. Sin embargo, el hecho de que Charles hubiera mencionado de inmediato que si Kathleen descubría el pergamino tal vez lo destruyera, abría el camino a otras posibilidades. ¿Se le habría ocurrido lo mismo a Jonathan? Y, de ser así, ¿habría decidido guardarlo fuera de su casa, o era incluso posible que lo hubiera dejado en manos de alguien de confianza?
¿Alguien como Charles?
Insomne de toda la vida, Albert no dejó de dar vueltas a esa idea durante la mayor parte de la noche de ese viernes.
El sábado por la mañana, después de un desayuno ligero, se metió en la pequeña habitación de su modesto apartamento donde tenía el despacho, se sentó a la mesa y se pasó la mañana organizando sus clases. Se alegraba de que el trimestre de otoño empezara la semana siguiente. Durante el verano no había impartido clases, y si bien nunca se sentía solo, disfrutaba enormemente de la interacción con sus alumnos. Sabía que, a causa de su escasa estatura y su voz grave, lo habían apodado el Bajo. El mote no solo le parecía adecuado, sino bastante ingenioso.
A mediodía, Albert se preparó un sándwich para comérselo en el coche, recogió su equipo de acampada y se dirigió al aparcamiento de su edificio. Mientras avanzaba hacia el utilitario, sus palabras favoritas, «y si», volvieron a rondarle por la cabeza. ¿Y si Charles mintió? ¿Y si Charles había visto el pergamino? ¿Y si le había dicho a Jonathan que también él creía que era auténtico?
¿Y si Charles había advertido a Jonathan que no llevara el pergamino a su casa? Era posible que le hubiera recordado que Kathleen había encontrado las fotografías de él y Lily, que creía haber escondido bien.
Era posible.
Tenía sentido.
Jonathan consideraba a Charles un reconocido experto en estudios bíblicos y le respetaba como amigo. Fácilmente podría haber dejado el pergamino a su cuidado. Mientras subía al coche, Albert recordó el escandaloso incidente ocurrido quince años atrás, cuando Charles aceptó un soborno para autenticar un pergamino que sabía que era falso.
Coincidió con la época en la que se estaba divorciando y necesitaba dinero desesperadamente. Por suerte para Charles, Desmond Rogers, el coleccionista que había adquirido el pergamino, era un hombre muy adinerado que se enorgullecía de su propia pericia y cuando descubrió el engaño, telefoneó a Charles y lo amenazó con acudir a la policía. Albert tuvo que interceder y rogarle que no lo hiciera. Consiguió convencerlo de que si el asunto salía a la luz, Charles quedaría en ridículo, puesto que se había burlado abiertamente de los expertos que le habían advertido que el pergamino era una falsificación. «Desmond, arruinarías a Charles, que a lo largo de los años te ha ayudado a adquirir algunas antigüedades espléndidas y muy valiosas —le dijo Albert—. Te ruego que comprendas que se encontraba en un momento económico y sentimental muy complicado, que le hizo actuar irracionalmente».
Desmond Rogers finalmente decidió asumir la pérdida de dos millones de dólares y, que Albert supiera, nunca comentó el asunto con nadie. Sin embargo, sí expresó su más absoluto desprecio hacia Charles Michaelson. «Soy un hombre que se ha hecho a sí mismo y conozco a mucha gente que ha atravesado graves apuros económicos. Ni una sola de esas personas habría aceptado un soborno a cambio de engañar a un amigo. Dile a Charles de mi parte que no hablaré con nadie de este incidente, pero dile también que no quiero volver a verlo en mi vida. Es un sinvergüenza».
Si Charles está en posesión del pergamino de Jonathan, es probable que lo venda, concluyó Albert. Encontrará a un comprador secreto.
¿Hasta qué punto estaba Charles dolido con Jonathan? Para Albert, era evidente que en la primera excursión arqueológica, hacía ya seis años, Charles se había mostrado sumamente interesado por Lillian Stewart, pero esa puerta se le cerró en las narices cuando vio a Lily caer en brazos de Jonathan prácticamente de la noche a la mañana.
El hecho de que Charles permitiera que todos creyeran que Lily y él mantenían una relación porque llegaban juntos a las cenas de Jonathan no era en absoluto propio de él. Debió de hacerlo porque Lily se lo pidió.
¿Qué más estaría dispuesto a hacer por ella?
Me pregunto qué sucederá a partir de ahora, se dijo Albert mientras arrancaba el coche para dirigirse al cámping que había frecuentado en los últimos tiempos, situado en las montañas Ramapo, a tan solo diez minutos del escenario del crimen de Jonathan.