Mariah reconocía que la cuidadora de su madre durante los fines de semana, Delia Jackson, una atractiva mujer negra de casi cincuenta años, le gustaba más que Rory Steiger. Delia estaba siempre alegre. El único inconveniente era que, estando con ella, en ocasiones su madre se negaba a vestirse o a comer.
—Mamá se siente intimidada por Rory —coincidían Mariah y su padre—, pero con Delia se relaja.
El sábado por la mañana, cuando los detectives llegaron a la casa, pese a los ruegos de Mariah y de Delia, Kathleen seguía en camisón y bata, sentada en el sillón orejero del salón, con los ojos medio cerrados. Durante el desayuno había preguntado a Mariah dónde estaba su padre. Ahora hacía oídos sordos a los intentos de los detectives por iniciar una conversación con ella, y se limitó a decir que su marido bajaría en breve para hablar con ellos. Sin embargo, cuando reconoció la voz de Lloyd Scott, Kathleen se levantó de un salto, cruzó la sala a toda prisa y rodeó al hombre entre sus brazos.
—Lloyd, me alegro tanto de que hayas vuelto —gritó—. ¿Te has enterado de que Jonathan está muerto, de que alguien le disparó?
A Mariah se le encogió el corazón al fijarse en la mirada suspicaz que intercambiaron los detectives. Creen que mamá ha estado fingiendo, pensó. No entienden cómo entra y sale de la realidad.
Lloyd Scott acompañó a Kathleen al sofá y se sentó a su lado, sujetándole la mano. Miró directamente a Simon Benet y preguntó:
—¿Consideran a la señora Lyons sujeto de interés en esta investigación?
—Al parecer, la señora Lyons estaba a solas con su marido cuando le dispararon —respondió Benet—. No hay indicios de que se forzara ninguna entrada de la casa. Sin embargo, somos conscientes de que en el estado de la señora, sería fácil tenderle una trampa. Solo hemos venido a intentar hacernos una idea más completa de lo que sucedió el pasado lunes por la noche, en base a lo que pueda contarnos.
—Entiendo. Entonces, ¿se dan cuenta de que la señora Lyons padece una demencia avanzada y de que no es capaz de comprender sus preguntas ni sus propias respuestas?
—La pistola se encontró en el armario, entre las manos de la señora Lyons —aclaró Rita Rodriguez en voz baja—. En ella había tres huellas apreciables. El profesor Lyons, sin duda, la manipuló en algún momento. La pistola le pertenecía. El médico forense nos facilitó sus huellas. Mariah Lyons descubrió a su madre en el armario, sosteniendo la pistola, y se la quitó. Las huellas de Mariah están en el cañón. Las de Kathleen Lyons, en el gatillo. En el hospital tomamos sus huellas para establecer comparaciones. Según lo que Kathleen ha contado a su hija y a su cuidadora, recogió la pistola del suelo y la escondió en el armario. De acuerdo con la versión de la cuidadora Rory Steiger, y que el ama de llaves Betty Pierce ha corroborado, la señora Lyons se alteró durante la cena de la noche del asesinato por la relación de su marido con otra mujer, Lillian Stewart. Tanto la señora Lyons como Mariah Lyons declararon que abrazaron el cuerpo, lo cual concuerda con las manchas de sangre que se encontraron en su ropa.
Consternada, Mariah se dio cuenta de que, aunque los detectives estaban al corriente de la enfermedad de su madre, era evidente que creían que había apretado el gatillo. Que ella supiera, aún no habían descubierto que Kathleen había aprendido a disparar un arma de fuego. Como si le hubiera leído el pensamiento, Lloyd preguntó:
—¿Se encontraron rastros de sangre o de masa cerebral en la ropa de la señora Lyons?
—Sí. Aunque quien disparó el arma se encontraba al menos a tres metros del profesor Lyons; tanto la madre como la hija lo abrazaron, por lo que se mancharon de sangre.
Mariah y Lloyd Scott se miraron. Lloyd recuerda que mamá solía ir al campo de tiro con papá, pensó. Sabe que el tema saldrá. Que tarde o temprano lo descubrirán.
—Detective Benet —empezó a decir Lloyd—. Quiero que conste que soy el abogado de la señora Kathleen Lyons. Y…
Sus palabras se vieron interrumpidas por el timbrazo insistente en la puerta. Mariah corrió a abrir, pero Delia, que había salido del salón cuando llegaron los detectives, se le adelantó. Era Lisa Scott. Entró en la casa con precipitación.
—¡Nos han robado! —chilló—. Mis joyas han desaparecido.
Desde el salón, Lloyd Scott y los detectives oyeron lo que decía la mujer. Lloyd soltó la mano de Kathleen y se levantó del sofá como impulsado por un resorte. Los detectives se miraron sorprendidos y siguieron al hombre, dejando sola a Kathleen.
Al cabo de un instante, Delia estaba junto a la anciana.
—Y ahora, Kathleen, ¿por qué no se viste, aprovechando que las personas que hablaban con usted están ocupadas? —preguntó con dulzura mientras enlazaba un brazo con el de la anciana para obligarla a levantarse.
Un destello de memoria iluminó durante un instante la frágil mente de Kathleen.
—¿Estaba sucia la pistola? —preguntó—. Estaba llena de barro, en el parterre junto al camino.
—Oh, querida, no piense en eso —respondió Delia en tono tranquilizador—. La altera demasiado. Creo que hoy debería ponerse su bonita blusa blanca. ¿Le parece buena idea?