Alvirah decidió esperar hasta la mañana siguiente para telefonear a Mariah.
—Willy, ya sabes cómo son las cosas después de un funeral. La decepción es tremenda. Apostaría a que cuando Mariah llegó a casa, lo único que le apetecía era estar tranquila. Y solo Dios sabe qué le pasa a la pobre Kathleen por la cabeza.
Seis de las hermanas de Willy habían ingresado en un convento. La séptima, que era la mayor y la única que se había casado, había muerto quince años atrás. Willy aún recordaba el alivio que sintió al volver a su apartamento de Jackson Heights después del entierro en Nebraska y el largo vuelo de regreso. Alvirah le sirvió un sándwich y una cerveza fría y dejó que se sentara a pensar en Madeline, que había sido su hermana favorita. Siempre fue serena y apocada, tan distinta a la maravillosa pero autoritaria Cordelia, la siguiente en edad.
—¿Cuándo fue la última vez que fuimos a cenar a casa de Jonathan? —preguntó a Alvirah—. ¿Me equivoco o fue hace un par de meses, a finales de junio?
Alvirah había terminado de deshacer el equipaje y de separar la ropa para la lavandería. Cómoda con sus pantalones elásticos preferidos y una camiseta de algodón, se acomodó en una silla frente a Willy en su apartamento de Central Park South.
—Sí —coincidió—. Jonathan nos invitó, y también vimos a Mariah, a Richard y a Greg. También estaban esos dos que siempre van a las expediciones. Ya sabes a quiénes me refiero. ¿Cómo se llaman? —Alvirah frunció el entrecejo en un gesto de concentración mientras repasaba los trucos para aumentar la capacidad de retención de la memoria que había aprendido en el curso de Dale Carnegie al que había asistido cuando ganó el dinero en la lotería—. Uno es un punto cardinal. Norte… no. Sur, no. Oeste…, eso es, West. Albert West. Es el tipo bajo con la voz grave. El otro se llama Michaelson. Ese es fácil de recordar. Michael es uno de mis nombres favoritos. Se le añade «son» y ya está.
—Su nombre de pila es Charles —ofreció Willy—. Y puedes estar segura de que nadie nunca le ha llamado «Charlie». ¿Te acuerdas de cómo interrumpió a West cuando este se equivocó al identificar una de las ruinas que salían en las fotografías que nos enseñaron?
Alvirah asintió con la cabeza.
—Recuerdo que Kathleen se encontraba bastante bien esa noche. Parecía disfrutar con las fotos, y no dijo una palabra sobre Lily.
—Supongo que Lily también estuvo en ese viaje, aunque no vimos ninguna foto en la que apareciera.
—Seguro que sí. —Alvirah suspiró—. Willy, puedes apostar que si al final fue Kathleen quien apretó el gatillo, fue a causa de Lily. Aún no sé cómo se las arreglará Mariah.
—Sin duda, Kathleen no irá a la cárcel —comentó Willy—. Es evidente que la mujer padece alzheimer y no es responsable de sus acciones.
—Eso dependerá del tribunal —respondió Alvirah con gesto serio—. Pero un hospital psiquiátrico no sería mucho mejor. Oh, Willy, Dios quiera que no suceda nada de eso.
El pensar en esa posibilidad no ayudó a que Alvirah descansara esa noche, si bien se alegraba de volver a estar en su cama, abrazada cómodamente a Willy, ya dormido. Las camas de esos barcos son tan grandes que apenas ves a quien tienes al lado, se dijo. Pobre Kathleen. Mariah me dijo lo felices que habían sido sus padres antes de que la demencia empezara a manifestarse. Sin embargo, Kathleen nunca fue a una expedición con él. Por lo que Mariah me contó, era una cosa que se reservaba para él, y su madre no soportaba el calor que hacía en los lugares que solía visitar. Tal vez esa fue una de las causas por las que Jonathan inició una relación con Lily. Por lo que me transmitió, sin duda compartía con él la pasión de excavar entre ruinas.
A su pesar, Alvirah recordó ese viaje de hacía dos años de Venecia a Estambul en el que habían conocido al conferenciante Jonathan Lyons y a su acompañante, Lily Stewart. No hay duda de que estaban enamorados, pensó. Estaban locos el uno por el otro.
Alvirah recordó también la primera vez que Jonathan los invitó a cenar, cuando conocieron a Mariah y a Kathleen, y que Mariah y ella habían almorzado juntas a la semana siguiente. «Eres la persona ideal para algunos de mis ganadores de lotería —le comentó a Mariah—. Se ve a la legua que eres la asesora de inversiones conservadora que necesitan para no despilfarrar su dinero ni invertir en acciones de alto riesgo».
Aproximadamente un mes después, Jonathan dio una conferencia en la calle Noventa y dos Y, e invitó a Alvirah y a Willy, proponiéndoles cenar juntos después. Lo que no les dijo era que Lily también iría.
Lily notó que Alvirah estaba incómoda y abordó el tema.
—Alvirah, le he dicho a Jonathan que Mariah y tú os habéis hecho buenas amigas y que a ella le dolería descubrir que sales a cenar con su padre y conmigo.
—Sí, yo también lo creo —respondió con sinceridad.
Jonathan trató descartar tal posibilidad.
—Mariah sabe que Richard y Greg, por mencionar solo a dos amigos, salen con Lily y conmigo de vez en cuando. ¿Qué diferencia hay?
Alvirah recordó que Lily había sonreído con tristeza.
—Jonathan, para Alvirah es distinto, y lo entiendo. Se siente falsa quedando con nosotros fuera de tu casa.
Me cae bien Lily, pensó Alvirah. No soy capaz de imaginar por lo que estará pasando, se dijo. Y si resulta que Kathleen mató a Jonathan, seguro que Lily se sentirá culpable por ser la causa del problema. Debería llamarla por teléfono y decirle lo mucho que lo lamento.
Pero no quedaré con ella, decidió mientras aceptaba con alegría el ofrecimiento de Willy de servirle una copa de vino.
—Es la hora bruja, cariño —comentó Willy—. Las cinco en punto de la tarde.
Por la mañana, esperó hasta que dieron las once para llamar a Mariah.
—Alvirah, no puedo hablar —respondió con precipitación, con la voz tensa y temblorosa—. Los detectives están aquí para hablar de nuevo con mi madre y conmigo. ¿Estás en casa? Te llamaré más tarde.
Alvirah no tuvo tiempo de decir más que «sí, estoy en casa» antes de oír un «clic» y saber que la comunicación se había interrumpido.
No habían transcurrido ni cinco minutos cuando sonó el teléfono. Era Lily Stewart. Se notaba que estaba llorando.
—Alvirah, es probable que no quieras saber nada de mí, pero necesito tu consejo. No sé qué hacer. Es que no sé qué hacer. ¿Podemos vernos cuanto antes?