Martes, 27 de diciembre, 3.45 de la madrugada
Como casi todos los pasajeros, Maggie e Ivy se fueron directamente a la cama nada más llegar al camarote. No era fácil estar de pie con aquella tormenta, y de todas formas había sido un día muy largo. Maggie se durmió enseguida, pero a las cuatro menos cuarto se despertó y encontró a Ivy sentada al borde de la cama.
—¿Estás bien, Ivy? —preguntó, encendiendo la luz—. No habrás visto otro fantasma, ¿verdad?
—Muy graciosa. —Pero Ivy se echó a reír a pesar de todo—. Preferiría estar despierta por haber visto un fantasma, y no por sentirme como me siento. Estoy mareadísima. Y mira cómo tiemblo.
—Vamos a la enfermería ahora mismo.
Maggie empezó a levantarse.
—No, no podría llegar, con el mareo que tengo. Me voy a tumbar, a ver si se me pasa un poco.
Maggie cogió la bata.
—Pues entonces voy yo, a ver si me dan un parche para el mareo o lo que quiera que tengan para esto.
—No quiero que andes rondando sola por el barco a estas horas —protestó Ivy. Luego lanzó un gemido—. Pero si insistes —cedió débilmente—. No me imaginaba que sería de las que se marean en barco…
—Te voy a poner una toalla mojada en la frente, y bajo corriendo a la enfermería.