El helicóptero aterrizó en el Centro Médico Danbury. Atontada y terriblemente dolorida, Meghan vio cómo la cogían de los brazos de Mac y la ponían en una camilla.
Otra camilla. Llevan a Annie a urgencias. «No —pensó—, no».
—Mac.
—Estoy aquí, Meggie.
Luces cegadoras. El quirófano. Una máscara sobre su rostro. Quitan la máscara del rostro de Annie en el Hospital Roosevelt.
—Mac.
Una mano sobre las suyas.
—Estoy aquí, Meggie.
Se despertó en la sala de recuperación, consciente del grueso vendaje que tenía en el hombro. Una enfermera la miraba.
—No se preocupe.
Más tarde, la llevaron en una camilla con ruedas a una habitación. Su madre, Mac y Kyle la esperaban.
La cara de su madre estaba milagrosamente serena cuando sus miradas se encontraron. Pareció adivinarle el pensamiento.
—Meg, han recuperado el cuerpo de papá.
Mac, que cogía a su madre del hombro con las manos vendadas. Mac, su torre de fortaleza. Mac, su amor.
La cara de Kyle aguantando las lágrimas junto a la suya.
—Meg, si quieres besarme delante de los demás, no me importa.
*****
El domingo por la noche, el cuerpo del doctor Henry Williams fue hallado en su coche en las afueras de Pittsburg, Pennsylvania, en el tranquilo vecindario donde se habían criado y conocido él y su esposa. Había tomado una dosis mortal de pastillas para dormir. Había dejado cartas para su hijo y su hija, con mensajes de cariño y súplicas de perdón.
*****
El lunes por la mañana, Meghan salió del hospital. Tenía el brazo en cabestrillo y un dolor palpitante en el hombro. Por lo demás, se recuperaba deprisa.
Cuando llegó a casa, subió a su cuarto para ponerse una bata cómoda. Al desvestirse, dudó, se acercó a la ventana y cerró bien los postigos. «Espero no seguir haciendo esto durante mucho tiempo», pensó. Sabía que tardaría mucho antes de que desapareciera la imagen de Bernie espiándola.
Catherine acababa de hablar por teléfono.
—Acabo de cancelar la venta de la hostería —dijo—. Han extendido el certificado de defunción; eso significa que todos los bienes gananciales están desbloqueados. El seguro va a pagar todas las pólizas personales de papá, así como la de la empresa. Es mucho dinero, Meg. El seguro de vida tiene una cláusula de doble indemnización.
Meg besó a su madre.
—Me alegra mucho lo de la hostería. Estarías perdida sin Drumdoe.
Leyó los periódicos con un zumo y el café. Se había enterado en el hospital, por las noticias de la mañana, del suicidio de Williams.
—Están inspeccionando el Centro Franklin para ver a quiénes les implantaban los embriones robados de la Clínica Manning.
—Meg, qué terrible debe de ser, para alguien que tenga embriones congelados, preguntarse si sus hijos biológicos no habrán sido gestados por otra persona —dijo Catherine—. No hay dinero en el mundo para que alguien haga algo semejante.
—Aparentemente sí. Phillip Carter me dijo que necesitaba dinero. Pero mamá, cuando le pregunté si Helene Petrovic estaba robando embriones para el programa de donantes, me dijo que no era tan lista como pensaba. Había algo más. Espero que en la investigación del centro descubran qué era.
Meghan tomó un trago de café.
—¿Qué habrá querido decir? ¿Y qué le pasó a Stephanie Petrovic? ¿Habrá matado Phillip Carter a esa pobre chica? Mamá, su hijo tenía que nacer más o menos en estos días.
*****
Aquella noche, cuando llegó Mac, Meghan le dijo:
—Enterraremos a papá pasado mañana. Habría que avisar a Frances Grolier y explicarle lo ocurrido, pero temo llamarla.
Los brazos de Mac la rodearon. Los había esperado tantos años…
—¿Por qué no dejas que me ocupe yo, Meggie? —le preguntó.
Más tarde le dijo:
—Mac, todavía no lo sabemos todo. El doctor Williams era la última esperanza de que comprendiéramos lo que Phillip se proponía.
*****
El martes a las nueve de la mañana llamó Tom Weicker. Esta vez no le hizo la pregunta, medio en serio medio en broma, que le había hecho el día anterior: «¿Preparada para volver al trabajo, Meg?».
Tampoco le preguntó cómo estaba. Incluso antes de que le dijera; «Meg, tenemos el desenlace de la historia», ella se dio cuenta de la diferencia en su tono de voz.
—¿Qué pasa, Tom?
—Hay un sobre para ti del doctor Williams que dice «personal y confidencial».
—¡Del doctor Williams! Ábrelo. Léemelo.
—¿Estás segura?
—Sí, Tom; ábrelo.
Hubo una pausa. Meghan se imaginó a Tom rasgando el sobre y sacando las hojas.
—¿Tom?
—Meg, es la confesión de Williams.
—Léemela.
—No. ¿Tienes el fax de la oficina que te llevaste a casa?
—Sí.
—Dame otra vez el número y te la mandaré. La leeremos juntos.
Meghan le dio el número y corrió escaleras abajo. Llegó al estudio a tiempo de escuchar el pitido de la máquina que se ponía en marcha. La primera página de la declaración del doctor Williams empezaba a salir lentamente.
Era una carta de seis páginas. Meghan las leyó y releyó. Al final, la periodista que había en ella empezó a escoger párrafos específicos y frases aisladas.
Sonó el teléfono. Sabía que era Tom Weicker.
—¿Qué piensas, Meghan?
—Está todo. Necesitaba dinero para pagar las cuentas de la larga enfermedad de su mujer. Helene Petrovic era una persona dotada naturalmente para la medicina. Detestaba ver cómo se destruían embriones congelados, los consideraba niños en potencia que podían dar un sentido a la vida de las parejas sin hijos. Williams los veía como futuros niños por cuya adopción la gente pagaría fortunas. Tanteó a Carter, que estuvo más que dispuesto a colocar a Helene Petrovic en la Manning utilizando la firma de mi padre.
—Lo tenían organizado —comentó Weicker—. Una casa aislada donde pagaban diez mil dólares a mujeres extranjeras para que fueran madres de alquiler. También les daban un permiso de residencia falso. No es gran cosa teniendo en cuenta que Williams y Carter vendían a los bebés por un mínimo de cien mil dólares.
»Durante los últimos seis años —continuó Weicker— vendieron más de doscientos niños y planeaban abrir otros centros.
—Y entonces, Helene se marchó alegando que había cometido un error que se haría público —dijo Meghan.
»Lo primero que hizo el doctor Manning cuando Petrovic se marchó fue llamar a Williams para contárselo. Manning confiaba en Williams y tenía que hablar con alguien. Lo aterrorizaba la perspectiva de que la clínica perdiera su reputación. Le dijo a Williams lo alterada que estaba Helene Petrovic porque creía que había perdido el embrión del gemelo de los Anderson al tropezar en el laboratorio.
»Williams llamó a Carter, que se asustó inmediatamente. Éste tenía la llave del apartamento de Helene en Connecticut. Eran amantes. A veces, él tenía que transportar embriones que ella traía de la clínica, inmediatamente después de la fecundación y antes de que los congelaran. Phillip los llevaba a toda prisa a Pennsylvania para que los implantaran en el útero de alquiler.
—Carter se asustó y la mató —coincidió Weicker—. Meg, el doctor Williams incluye la dirección del lugar donde él y Carter tenían a esas chicas embarazadas. Estamos obligados a facilitar esa información a las autoridades, pero queremos estar presentes cuando lleguen. ¿Estas lista para ir?
—No lo dudes; Tom, ¿puedes mandarme un helicóptero? Envía uno de los grandes. Has pasado por alto algo importante de la declaración de Williams. Él fue la persona con la que Stephanie se puso en contacto cuando tuvo que pedir ayuda y quien le implantó un embrión. Está a punto de dar a luz. Si hay un gesto que puede redimir a Henry Williams, es que no le dijo a Phillip Carter que había escondido a Stephanie. Si lo hubiera hecho, su vida no hubiera valido un centavo.
*****
Tom le prometió un helicóptero en la hostería Drumdoe al cabo de una hora. Meghan hizo dos llamadas telefónicas. La primera a Mac: «¿Puedes venir, Mac? Quiero que hagamos esto juntos». La segunda a una madre reciente: «¿Pueden, usted y su marido, encontrarse conmigo dentro de una hora?».
*****
La residencia que el doctor Williams había descrito en su confesión se hallaba ubicada a sesenta kilómetros de Filadelfia. Tom Weicker y el equipo del Canal 3 estaban esperando cuando el helicóptero que traía a Meghan, Mac y los Anderson aterrizó en un campo vecino.
Media docena de coches oficiales estaban aparcados en el lugar.
—Hice un trato con las autoridades para que pudiéramos entrar con ellos —les dijo Tom.
—¿Para qué hemos venido nosotros, Meghan? —preguntó Dina Anderson mientras subían a un coche del Canal 3 que los esperaba.
—Si estuviera segura, se lo diría —dijo Meghan.
Su intuición le decía que tenía razón. El doctor Williams, en su confesión, había escrito: «Ni me imaginé que, cuando Helene me trajo a Stephanie para que le implantara un embrión, tuviera intenciones de criar al niño como propio si el embarazo prosperaba».
*****
Las chicas de la vieja residencia atravesaban por distintas etapas de embarazo. Meghan vio el miedo aterrador cuando se enfrentaron a las autoridades.
—No me mandarán a casa, ¿verdad? —Rogó una adolescente—. He hecho lo que había prometido. Cuando nazca el niño, me pagarán, ¿no? Por favor…
—Madres de alquiler —murmuró Mac a Meghan—. ¿Indicó Williams si tenían algún registro de quiénes eran los padres biológicos de las criaturas que llevaban estas chicas?
—En su confesión dijo que todas eran criaturas de mujeres que tenían embriones congelados en la Clínica Manning —respondió Meghan—. Helene Petrovic venía regularmente para comprobar si las chicas estaban bien atendidas. Quería que todos los embriones tuvieran la oportunidad de convertirse en seres vivos.
Stephanie Petrovic no estaba allí.
—Está en el hospital del pueblo —dijo una enfermera llorosa—. Ahí dan a luz todas nuestras chicas. Está de parto.
*****
—¿Para qué estamos aquí? —volvió a preguntar Dina Anderson, una hora más tarde, cuando Meghan regresó al vestíbulo del hospital.
Habían permitido a Meghan que acompañara a Stephanie en los últimos momentos del parto.
—Dentro de unos minutos vamos a ver al bebé de Stephanie —dijo—. Lo tuvo para Helene. Era un trato.
—¿Es lo que pienso? —preguntó Mac.
Ella no respondió.
Veinte minutos más tarde, el tocólogo que había asistido al parto de Stephanie salió del ascensor y les hizo una seña.
—Ya pueden subir —dijo.
Dina Anderson le cogió la mano a su marido. «¿Será posible?», se preguntó, demasiado turbada para hablar.
Tom Weicker y el cámara los acompañaron y empezaron a rodar en el momento en que una sonriente enfermera traía a un bebé envuelto en una manta y lo levantaba delante del cristal del cuarto de los niños.
—¡Es Ryan! —exclamó Dina Anderson—. ¡Es Ryan!
*****
Al día siguiente, fueron enterrados los restos mortales de Edwin Collins en un funeral privado en Saint Paul. Mac, Catherine y Meghan estaban junto a la tumba.
«Ya he derramado tantas lágrimas por ti, papá, que creo que no me quedan más», pensó Meghan.
—Te quiero, papá —dijo en voz tan baja que nadie llegó a oírla.
Catherine pensó en el día en que había sonado el timbre de la puerta y se encontró con Edwin Collins, guapo, con esa sonrisa fácil que a ella tanto le gustaba, y una docena de rosas en la mano. Te estoy cortejando, Catherine.
«Dentro de un tiempo recordaré sólo los buenos momentos», se prometió.
Los tres, cogidos de la mano, se dirigieron al coche que los aguardaba.