Cuando volvió en sí, estaba tumbada en el suelo con la cabeza sobre el regazo de alguien. Se esforzó por abrir los ojos, miró hacia arriba y vio la sonrisa de querubín de Bernie Heffernan. Sintió sus besos húmedos en la cara, los labios, el cuello.
Oyó un zumbido lejano —¿un avión, un helicóptero?— que se apagó enseguida.
—Me alegra haberte salvado, Meghan. Está bien usar la navaja para salvar a alguien, ¿no? —Preguntó Bernie—. No me gusta hacer daño a nadie. No quería hacer daño a Annie aquella noche. Fue un error. —Y repitió en voz baja, como un niño—: Annie fue un error.
*****
Mac escuchó los mensajes de radio que intercambiaba el helicóptero de la policía con los coches patrulla que se precipitaban hacia la zona. Tenían una estrategia coordinada.
De pronto se dio cuenta de que Meg estaba con dos asesinos: el loco del bosque del domingo por la noche, y Phillip Carter.
Phillip Carter, que traicionó y asesinó a su socio, y luego se erigió en protector de Catherine y Meg, enterándose así de cada paso de la investigación de éstas.
Estaban en una zona rural. Los helicópteros empezaban a descender. Mac trató en vano de ver el terreno que había debajo. Al cabo de quince minutos sería de noche. ¿Cómo iban a encontrar un coche de noche?
—Estamos en las afueras de West Redding —dijo el piloto señalando hacia adelante—, a un par de minutos de donde han visto el Chevrolet verde.
*****
«Está loco», pensó Meghan. ¿Era Bernie, el simpático empleado del garaje que a menudo le hablaba de su madre? ¿Cómo había llegado hasta allí? ¿Por qué la seguía? Y acababa de decir que había matado a Annie. ¡Dios mío, mató a Annie!
Trató de sentarse.
—¿No quieres que te sostenga, Meg? Soy incapaz de hacerte daño.
—Por supuesto, ya lo sé. —Sabía que tenía que calmarlo, mantenerlo tranquilo—. Es que el suelo está muy frió.
—Lo siento, debí pensarlo. Voy a ayudarte. —La rodeó con el brazo, mientras la ayudaba torpemente a ponerse en pie.
La presión del brazo alrededor del hombro le producía un dolor espantoso en la herida. Pero no debía llevarle la contraria.
—Bernie, por favor trata de no… —Iba a desmayarse otra vez—. Bernie —suplicó—, me duele mucho el hombro.
Vio la navaja con la que había matado a Phillip Carter en el suelo. ¿Había matado también a Annie con esa navaja?
Phillip todavía tenía la pistola en la mano.
—¡Ay!, lo siento. Si quieres puedo llevarte en brazos. —Tenía los labios en su cabello—. Pero quédate aquí un minuto. Quiero filmarte. ¿Has visto mi cámara?
Su cámara. Claro. Él era el hombre del bosque que casi había estrangulado a Kyle. Meghan se apoyó contra el pozo mientras Bernie la filmaba, y observó cómo caminaba alrededor del cuerpo de Phillip filmándolo también.
Bernie dejó la cámara y se acercó a ella.
—Meghan, soy un héroe —se jactó. Le brillaban los ojos como dos pequeños botones azules.
—Sí, así es.
—Te he salvado la vida.
—Sí, me has salvado.
—Pero no me permiten llevar armas. Una navaja es un arma. Me van a encerrar otra vez en el hospital penitenciario. Detesto estar allí.
—Yo hablaré con ellos.
—No, Meghan. Por eso tuve que matar a Annie. Empezó a gritar. Lo único que hice aquella noche fue caminar detrás de ella y decirle: «Éste es un barrio peligroso. Yo te cuidaré».
—¿Le dijiste eso?
—Yo pensé que eras tú, Meghan. A ti te hubiera gustado que te cuidara, ¿no?
—Claro que sí.
—No tuve tiempo de explicárselo. Había un coche de policía cerca. No quería hacerle daño. Ni siquiera sabía que llevaba la navaja conmigo. A veces no recuerdo si la llevo o no.
—Me alegro de que hoy la llevaras.
«El coche —pensó Meghan—. Las llaves están puestas; es mi única oportunidad».
—Bernie, es mejor que no dejes aquí tu navaja, por si la encuentra la policía —dijo señalándola.
Bernie miró hacia atrás por encima del hombro.
—¡Ah!, gracias, Meghan.
—Y no olvides la cámara.
Si no era lo bastante rápida, Bernie se daría cuenta de que trataba de escapar y además tendría la navaja en la mano. Cuando éste se volvió y empezó a andar los seis pasos que le separaban del cuerpo de Phillip, Meghan giró a trompicones por su debilidad, abrió de un tirón la puerta del coche y entró cogiéndose del volante.
Las manos de Bernie agarraron la manija de la puerta en el momento en que ella arrancó el coche. Estaba aún cogido cuando ella puso la primera y apretó el pedal del acelerador.
El coche dio un salto hacia adelante. Bernie se mantuvo agarrado unos tres metros hasta que se soltó y cayó. Ella giró alrededor de la casa y el granero y lo vio emerger por el pasadizo, entre la casa y el cobertizo. Meghan tomó el camino de tierra, a campo abierto.
No había llegado al bosque cuando vio por el retrovisor que el coche de Bernie se tambaleaba detrás de ella. Estaban sobrevolando el bosque. El helicóptero de la policía estaba delante de ellos. El periodista y el cámara se esforzaban por ver algo debajo.
—¡Mirad! —Gritó el piloto—. ¡Ahí está la granja!
Mac jamás supo qué le hizo mirar atrás.
—Da la vuelta —gritó—. ¡Da la vuelta!
El Mustang blanco de Meg salía a toda velocidad del bosque, un coche verde la seguía a pocos centímetros de distancia, chocando repetidamente. Mientras Mac miraba, el coche verde se puso a la altura del Mustang, y empezó a girar a un lado tratando de sacar al otro del camino.
—¡Baja! —Gritó Mac al piloto—. En el coche blanco va Meghan. ¿No ves que el otro está tratando de matarla?
*****
El coche de Meghan era más rápido, pero Bernie era mejor conductor. Ella había conseguido ir delante durante un trecho breve, pero ahora no podía escapar. Bernie estaba chocando contra la puerta del conductor. El cuerpo de Meghan se balanceaba adelante y atrás, mientras la bolsa de aire se inflaba en el centro del volante. Durante un instante perdió la visión, pero no soltó el pie del acelerador, y el coche zigzagueó violentamente por el campo mientras Bernie seguía atacándola.
La puerta del conductor se incrustó contra su hombro en el momento en que el Mustang se balanceó y dio una vuelta de campana. Al cabo de un instante, las llamas surgieron del capó.
*****
Bernie quería ver cómo se incendiaba el coche de Meghan, pero venía la policía. Oía el gemido de las sirenas que se acercaban y el rugido de un helicóptero. Tenía que huir.
«Algún día le harás daño a alguien,, Bernie. Eso es lo que nos preocupa, le había dicho el psiquiatra. Pero si se iba a casa con mamá, ella lo cuidaría. Conseguiría otro trabajo en algún aparcamiento y se quedaría en casa con ella todas las noches. De ahora en adelante sólo llamaría a las mujeres por teléfono; nadie se enteraría.
El rostro de Meghan se desdibujaba en su mente. La había olvidado tal como había olvidado a todas las demás que le habían gustado. «En realidad nunca le he hecho daño a nadie, y no quería hacérselo a Annie —recordó mientras conducía a través de la oscuridad que caía deprisa—. Si me encuentran, a lo mejor me creen».
Cruzó el segundo bosque y llegó al cruce en el que desembocaba el camino de tierra. Se encontró frente a los faros de un coche.
—Policía, Bernie —le dijeron por el altavoz—. Ya sabes lo que tienes que hacer. Sal con las manos en alto.
Bernie se echó a llorar.
—Mamá, mamá —sollozaba mientras abría la puerta y salía con las manos en alto.
*****
El coche había quedado de lado. La puerta del conductor presionaba contra ella. Meghan tanteó en busca del botón para desabrocharse el cinturón de seguridad, pero no lo encontraba. Se sentía desorientada.
Olió a quemado. El humo empezó a entrar por el ventilador. «Dios mío, estoy atrapada», pensó. El coche estaba tumbado sobre la puerta del acompañante.
Sintió oleadas de calor. Los pulmones se le llenaron de humo. Trató de gritar pero no pudo emitir sonido alguno.
*****
Mac corrió frenéticamente desde el helicóptero hasta el coche de Meg. Las llamas se elevaban del motor en el momento en que llegó. Vio a Meghan forcejeando para soltarse, su cuerpo iluminado por el fuego que se extendía por el capó.
—Tenemos que sacarla por la puerta del pasajero —gritó.
Él, el piloto, el periodista y el cámara pusieron las manos en el techo recalentado del Mustang y empujaron al unísono; balancearon el coche y volvieron a empujar.
—¡Ahora! —gritó Mac.
Con un gruñido, empujaron el coche con todo su peso y lo sostuvieron con las manos ampolladas por el calor.
El vehículo empezó a moverse, primero despacio, con resistencia, hasta que por fin cedió y con un rápido movimiento quedó sobre las cuatro ruedas.
El calor empezaba a ser insoportable. Meghan vio la cara de Mac como en un sueño y de algún modo consiguió estirar la mano para abrir el pestillo de la puerta antes de desmayarse.