—Phillip, antes de que llegue papá, creo que sé por qué Helene Petrovic estaba en la Manning.
—¿Por qué, Meg?
No hizo caso del extraño tono de indiferencia en la voz de Phillip.
—Ayer, cuando estuve en la casa de Helene Petrovic, vi unas fotos de niños en su estudio. Algunas son iguales a las que vi en el despacho del doctor Williams en el Centro Franklin de Filadelfia.
»Phillip, esos niños nacieron por el tratamiento de la Clínica Manning, y estoy segura de que comprendo la relación de Helene con ellos. No perdía embriones por descuido, creo que los robaba y se los daba al doctor Williams para que los utilizara en el programa de donantes del Franklin.
¿Por qué la miraba Phillip de esa manera?, se preguntó de pronto. ¿No la creía?
—Piensa en ello, Phillip —le pidió—. Helene trabajó a las órdenes del doctor Williams durante seis meses. Los tres años anteriores, mientras era secretaria del Dowling, solía ir al laboratorio. Ahora podemos relacionarla con el doctor Williams también en aquella época.
Phillip parecía tranquilo.
—Meg, tiene lógica. ¿Y piensas que Victor, y no tu padre, mandó la carta de recomendación a la Manning?
—Sin duda. Papá estaba en Scottsdale. Annie había tenido un accidente y estaba al borde de la muerte. Podemos probar que papá no estaba en la oficina cuando se remitió la carta.
—Estoy seguro de que puedes demostrarlo.
*****
Phillip Carter había llamado al doctor Henry Williams el sábado a las tres y cuarto de la tarde. Carter había exigido que lo interrumpieran aunque estuviera examinando a un paciente. La conversación había sido breve pero estremecedora.
—Meghan Collins ha descubierto tu relación con Petrovic —le dijo Carter—, aunque piensa que fue Orsini el que mandó la carta de recomendación. Sé que Orsini estaba tramando algo, y puede que hasta sospeche lo que pasó. Aún se pueden arreglar las cosas, pero, pase lo que pase, mantén tu boca cerrada y no respondas a ninguna pregunta.
Henry Williams se las arregló para visitar a todos los pacientes. La última visita terminó a las cuatro y media. Era la hora en que el Centro Franklin cerraba los sábados.
—¿Doctor Williams, puedo hacer algo más por usted? —preguntó su secretaria entrando en el despacho.
«Nadie puede hacer nada por mí», pensó él. Logró sonreír.
—No gracias, Eva.
—¿Está usted bien, doctor? No tiene buen aspecto.
—Sí, estoy bien, un poco cansado nada más.
A las cinco menos cuarto todo el personal se había marchado y se quedó solo. Williams cogió la foto de su difunta esposa, se reclinó en el sillón y la estudió.
—Marie —dijo en voz baja—, no sabía en lo que me metía. Sinceramente pensaba que estaba haciendo algo bueno. Helene también creía lo mismo.
Dejó la foto, cruzó las manos bajo la barbilla y se quedó mirando fijamente. No se dio cuenta de que empezaba a hacerse de noche.
Carter se había vuelto loco. Había que detenerlo.
Williams pensó en sus hijos. Su hijo Henry era obstetra en Seattle; Barbara, endocrinóloga en San Francisco. ¿Cómo les afectaría un escándalo, especialmente si había un juicio largo?
La verdad estaba empezando a salir a la luz. Era inevitable. Ahora lo sabía.
Pensó en Meghan Collins, en las preguntas que le había hecho. ¿Sospechaba que le mentía?
—Y su padre, Edwin Collins. Era escalofriante saber, sin tener que preguntar, que Carter había matado a Helene para silenciarla. ¿También había tenido algo que ver con la desaparición de Edwin Collins? ¿Y era justo que se culpara a Edwin Collins de lo que habían hecho los demás?
¿Era justo que se culpara a Helene de los errores que no había cometido?
El doctor Henry Williams sacó un bloc del escritorio y empezó a escribir. Tenía que explicarlo, dejarlo bien claro, para deshacer el daño que había causado.
Cuando terminó, puso las hojas escritas en un sobre. Meghan Collins se las merecía para presentarlas a las autoridades. Él le había causado a ella y a su familia un daño terrible.
Meghan le había dejado su tarjeta. Williams la buscó y puso en el sobre su nombre, la dirección del Canal 3 y los sellos.
Se demoró durante un buen rato estudiando las fotos de los niños que habían nacido gracias a su clínica. La tristeza de su corazón se alivió durante un minuto al ver aquellas caritas.
El doctor Williams apagó la luz y se marchó por última vez de su despacho.
Subió al coche con el sobre, se detuvo en un buzón cercano y echó la carta. Meghan Collins la recibiría el martes.
Para entonces, ya no le importaría.
*****
El sol empezaba a ponerse. El viento agitaba cortos tallos de hierba. Meghan sentía escalofríos. Había cogido la gabardina deprisa al salir de casa, sin recordar que le había quitado el forro para su viaje a Scottsdale.
Phillip Carter llevaba téjanos y una chaqueta gruesa de invierno. Tenía las manos en los amplios bolsillos. Estaba apoyado contra la pared de piedra del pozo.
—¿Crees que Victor mató a Helene Petrovic porque ésta había decidido irse? —preguntó.
—Victor o el doctor Williams. Quizá Williams estaba aterrorizado. Helene Petrovic sabía demasiado; si hablaba, podía mandar a ambos a la cárcel durante años. El párroco me dijo que él tenía la sensación de que había algo que la perturbaba terriblemente.
Meg empezó a temblar. ¿Eran los nervios o el frío?
—Voy a sentarme en el coche hasta que llegue papá. ¿Viene de muy lejos?
—No, Meg. En realidad está asombrosamente cerca. —Phillip sacó las manos de los bolsillos. En la mano derecha tenía una pistola. Señaló el pozo—. La médium tenía razón, Meg. Tu padre está debajo del agua. Y hace tiempo que está muerto.
*****
«¡No dejes que le suceda nada a Meg!», era el ruego que Mac susurraba mientras entraba con Kyle a la hostería. La recepción estaba llena de policías y periodistas. Los empleados y los huéspedes observaban desde las puertas. Catherine estaba sentada en el salón contiguo, en el borde de un pequeño sofá, con Virginia Murphy a su lado y el rostro lívido.
Cuando Mac se acercó, le cogió las manos.
—Mac, Victor Orsini ha hablado con la policía. Phillip está detrás de todo esto. ¿Puedes creerlo? Le tenía una confianza ciega. Creemos que fue él quien llamó a Meg fingiendo ser Edwin. Y además, hay un hombre que la sigue, un sujeto peligroso con un historial de fijaciones obsesivas con mujeres. Probablemente fue ese individuo el que asustó a Kyle en Halloween. La policía de Nueva York informó sobre él a John Dwyer. Y ahora Meghan se ha ido, y no sabemos por qué ni adonde. Tengo tanto miedo, no sé qué hacer. No puedo perderla, Mac. No lo soportaría.
Arlene Weiss entró precipitadamente en el salón. Mac la reconoció.
—Mrs. Collins, la tripulación de un helicóptero de tráfico cree haber visto el coche verde aparcado cerca de una vieja granja de West Redding. Les dijimos que se alejaran de la zona. Llegaremos en menos de diez minutos.
Mac dio a Catherine lo que le pareció un abrazo tranquilizador.
—Encontraré a Meg —le dijo— y la pondré a salvo.
Salió corriendo. El periodista y el cámara de la televisión de New Haven se precipitaron a su helicóptero. Mac los siguió agachado debajo de las hélices.
—¡Eh!, usted no puede subir —gritó el fornido periodista por encima del ruido del motor que empezaba a acelerar para el despegue.
—Sí que puedo; soy médico y quizá me necesiten —dijo Mac.
—Cierra la puerta —dijo el periodista al piloto— y salgamos.
*****
Meghan lo miró confundida.
—Phillip, no…, no comprendo —balbuceó—. ¿El cuerpo de mi padre está en ese pozo?
Dio un paso adelante y apoyó las manos sobre la superficie áspera y redondeada. Se agarró al borde y sintió la humedad de la piedra. Había olvidado a Phillip y la pistola que la apuntaba, los áridos campos tras ella y el viento frío que soplaba.
Miró la boca del pozo con un espanto paralizador, imaginándose el cuerpo de su padre en el fondo.
—No puedes verlo, Meg. No hay mucha agua, pero la suficiente para cubrirlo. Por si te consuela, ya estaba muerto cuando lo tiré. Le disparé la noche del accidente del puente.
Meg se volvió hacia él.
—¿Cómo pudiste hacerle eso? Era tu amigo, tu socio. ¿Cómo pudiste hacerle algo así a Helene y a Annie?
—Me estás atribuyendo muchos méritos. No tuve nada que ver con la muerte de Annie.
—Querías matarme a mí. Mandaste ese fax diciendo que la muerte de Annie había sido un error.
Los ojos de Meghan echaron un vistazo a su alrededor. ¿Había algún modo de que llegara a su coche? No, la mataría antes de que diese un paso.
—Meghan, fuiste tú la que me habló de aquel fax. Fue como un regalo. Necesitaba que la gente creyera que Ed seguía con vida, y tú me mostraste la manera de hacerlo.
—¿Qué te hizo mi padre?
—Ed me llamó desde la oficina la noche del accidente. Estaba muy alterado. Me contó lo cerca que había estado de la explosión del puente. Me dijo que sabía que Orsini nos engañaba y que Manning le había hablado de una embrióloga, llamada Helene Petrovic, que habíamos recomendado nosotros, y de la que él nunca había oído hablar. Había ido directamente a la oficina a mirar la carpeta de la Clínica Manning y no encontraba ninguna ficha de ella. Culpaba a Orsini.
»Meghan, trata de comprender. Podría haber acabado allí. Le dije que viniera a casa, que lo resolveríamos, que hablaríamos juntos con Orsini por la mañana. Cuando llegó, ya estaba preparado para acusarme. Se había dado cuenta de todo. Tu padre era muy listo. No me dejó alternativa. Supe lo que tenía que hacer.
«Tengo tanto frío —pensó Meghan—, tanto frío…».
—Todo salió bien durante un tiempo —continuó Phillip—. Después, Helene Petrovic dejó el trabajo diciéndole a Manning que había cometido un error que causaría muchos problemas. Yo no podía correr el riesgo de que lo echara todo a perder, ¿comprendes? El día que tú fuiste a la oficina y me contaste lo de la chica apuñalada que se parecía a ti y lo del fax; me di cuenta de que tu padre tenía alguna historia oculta por el oeste. No fue muy difícil imaginar que podía tratarse de una hija. Me pareció el momento perfecto para devolverle la vida.
—Puede que no enviaras el fax, pero hiciste la llamada que mandó a mi madre al hospital. Enviaste esas rosas y te sentaste a su lado cuando las recibió. ¿Cómo pudiste hacerle algo así?
«Ayer el padre Radzin me dijo que buscara la razón», recordó Meghan.
—Meghan, perdí un montón de dinero con mi divorcio. Gasté cada dólar que gané en comprar propiedades que estoy tratando de conservar. Tuve una niñez pobre. Vengo de una familia de diez hermanos; vivíamos en una casa de tres habitaciones. No pienso volver a ser pobre. Williams y yo encontramos la manera de hacer dinero sin causar daño a nadie. Y Helene Petrovic también ganó lo suyo.
—¿Robar embriones para el programa de donantes del Centro Franklin?
—No eres tan lista como pensaba, Meghan. Hay mucho más que eso. Los embriones donados son calderilla.
Phillip levantó la pistola. Meghan vio el cañón apuntando a su corazón y el dedo tensándose sobre el gatillo. Oyó que le decía:
—Tuve el coche de Edwin en el granero hasta la semana pasada. Guardaré el tuyo en su lugar. Tú puedes ir a hacerle compañía.
Meghan se echó a un lado en un acto reflejo.
La primera bala le pasó junto a la cabeza. La segunda la alcanzó en el hombro.
Antes de que disparara otra vez, una figura surgió de repente de la nada. Una figura sólida con un brazo estirado. Los dedos que ceñían el puño de la navaja y la brillante hoja se fundían en un todo, una espada vengadora que alcanzó la garganta de Phillip.
Meghan sintió un dolor cegador en el hombro izquierdo y la envolvió la negrura.