Phillip fue el primero en llamar el jueves por la mañana.
—Anoche vi las noticias y esta mañana está todo en los periódicos. ¿Puedo pasar un rato?
—Por supuesto —le dijo Catherine—, si es que puedes abrirte paso entre los periodistas. Están acampados fuera de la casa.
—Entraré por detrás.
Eran las nueve. Meg y Catherine estaban desayunando.
—Me pregunto si pasa alguna otra cosa. Phillip parecía preocupado —dijo Catherine.
—Recuerda que prometiste no decir que Victor Orsini estuvo ayer aquí —la previno Meghan—. De todas formas me gustaría hacer mis propias averiguaciones sobre él.
Cuando llegó Phillip, se veía claramente que estaba muy preocupado.
—El dique ha estallado, si es que vale como metáfora —les dijo—. Ayer presentaron la primera demanda. Se ha notificado a una pareja que había pagado por el almacenamiento de diez embriones congelados en la Clínica Manning que sólo quedan siete en el laboratorio. Es evidente que Petrovic cometió muchos errores, además de la falsificación de los informes para ocultarlos. Han demandado a la clínica y a Collins y Carter.
—Lo único que se me ocurre decir es que lo siento muchísimo —dijo Catherine.
—No debí decírtelo, porque ni siquiera es la razón por la que estoy aquí. ¿Has visto la entrevista con Frances Grolier a su llegada al Kennedy esta mañana?
—Sí, la hemos visto —respondió Meg.
—¿Qué pensáis de sus declaraciones acerca de que cree que Edwin está vivo y ha comenzado una nueva vida?
—No lo creo ni por un instante —dijo Meghan.
—Debo advertirte que John Dwyer está tan seguro de que Ed se esconde en alguna parte, que va a interrogarte sin tregua. Meg, el martes, cuando vi a Dwyer, prácticamente me acusó de obstruir la investigación judicial. Me hizo una pregunta hipotética: suponiendo que Ed tuviera una relación afectiva en alguna parte, ¿dónde creía yo que vivía la mujer? Está claro que tú sabías dónde buscar.
—Phillip —preguntó Meghan—, ¿no estarás diciendo que mi padre está vivo y yo sé dónde?
No había ni rastros de la alegría habitual de Carter ni de su expresión tranquilizadora.
—Meg, no creo que sepas dónde encontrar a Edwin. Pero esa mujer, Grolier, lo conocía tan bien. —Se detuvo consciente del impacto de sus palabras—. Perdóname.
Meghan sabía que Phillip Carter tenía razón, que sin duda el ayudante de la fiscalía le preguntaría cómo había sabido que tenía que ir a Scottsdale.
Cuando Carter se marchó, Catherine dijo:
—Todo esto también está hundiendo a Phillip.
Una hora más tarde, Meghan llamó a Stephanie Petrovic. Nadie respondió.
Llamó a Mac al trabajo para ver si había averiguado algo.
Cuando Mac le contó lo de la nota que había dejado la chica, ella dijo categóricamente:
—Mac, esa nota es un engaño. Stephanie no se fue con ese hombre por propia voluntad. Vi su reacción cuando le mencioné que lo buscara para que mantuviera a la criatura. Ese hombre la aterroriza. Creo que el abogado de Helene Petrovic haría mejor si la denunciara como persona desaparecida.
«Otra desaparición misteriosa», pensó Meghan. Era demasiado tarde para conducir hasta el sur de Nueva Jersey. Iría al día siguiente, saldría antes del amanecer. De ese modo evitaría a los periodistas.
Quería ver a Charles Potters y pedirle que la dejara inspeccionar la casa de Petrovic. Quería ver al sacerdote que había celebrado el oficio por Helene. Era evidente que él conocía a las mujeres rumanas que habían asistido.
La posibilidad más terrible era que Stephanie, una chica joven a punto de dar a luz, supiera algo de su tía que pudiera ser peligroso para el asesino de Helene Petrovic.