El lunes por la tarde, cuando Mac volvió del trabajo, Kyle estaba alegre como siempre. Informó a su padre de que le había contado a todos los chicos de la escuela el incidente con el hombre del bosque.
—Todos dijeron que se habrían muerto de miedo —dijo satisfecho—. Les conté cómo había corrido y conseguido escapar. ¿Tú se lo has contado a tus amigos?
—No.
—Está bien, no tienes que contarlo si no quieres —dijo Kyle magnánimo.
Mientras Kyle se apartaba, Mac le cogió el brazo.
—Kyle, espera un momento.
—¿Qué pasa?
—Déjame ver una cosa.
Kyle llevaba una camisa de franela con el cuello abierto. Mac se la echó hacia atrás y vio unos cardenales amarillentos y morados en la base del cuello de su hijo.
—¿Te lo hiciste anoche?
—Ya te dije que el tío me agarró.
—Dijiste que te había empujado.
—Primero me cogió, pero me solté.
Mac maldijo en voz baja. La noche anterior no se le había ocurrido examinar a Kyle. Llevaba el disfraz de fantasma y, debajo, un jersey de cuello alto. Pensaba que el intruso con la cámara simplemente había empujado a Kyle, pero en cambio lo había cogido del cuello. Esos cardenales habían sido hechos por unos dedos fuertes.
Mac, sin soltar al niño, marcó el número de la policía. La noche anterior había accedido de mala gana a la petición de Meghan, que le había rogado que no los llamara.
«Mac, ya tenemos bastante sin necesidad de darle más material a los medios de comunicación —le había dicho—. Recuerda mis palabras, alguien va a escribir que papá ronda la casa. El ayudante de la fiscalía está convencido de que va a ponerse en contacto con nosotras».
«Ya he dejado que Meg me mantuviera al margen de todo esto bastante tiempo —pensó Mac decidido—. Se ha acabado. Esto no lo ha hecho un cámara que daba vueltas por el jardín».
Respondieron a la primera llamada.
—Policía Estatal de Thorne.
*****
Quince minutos más tarde un coche patrulla estaba en la casa. Era evidente que los dos policías estaban disgustados de que no los hubieran llamado antes.
—Doctor MacIntyre, anoche era Halloween. Siempre nos preocupa que algún loco ronde la zona para pillar a un niño. El hombre pudo irse a alguna otra parte de la ciudad.
—Es verdad, tendría que haber llamado —dijo Mac—, pero no creo que estuviera buscando niños. Estaba directamente frente a las ventanas del comedor de la casa de los Collins, con una vista directa de Meghan Collins.
Vio que los polis intercambiaban miradas.
—Creo que debemos informar a la oficina de la fiscalía —dijo uno de ellos.
*****
Meghan tuvo que hacerse cargo de la amarga verdad durante todo el camino hasta su casa. Ya estaba virtualmente confirmado que su padre tenía otra familia en Arizona.
Había hablado con la dueña de Artículos de Piel Palomino. La mujer se sorprendió cuando ella le preguntó por el mensaje.
—Nosotros no hemos llamado —dijo categóricamente.
Confirmó que tenían una clienta, la señora de E. R. Collins, que tenía una hija de veintitantos años. Y se negó a dar más información por teléfono.
Eran las siete y media cuando llegó a Newtown. Entró por el sendero y se sorprendió al ver el Chrysler rojo de Mac y otro coche desconocido aparcados delante de la casa. «¿Y ahora qué?», pensó temerosa. Frenó detrás, aparcó y subió deprisa la escalinata del porche, al tiempo que se daba cuenta de que cualquier suceso inesperado bastaba para que su corazón se acelerara por el susto.
*****
La investigadora especial Arlene Weiss estaba en la sala con Catherine, Mac y Kyle. No había un tono de disculpa en la voz de Mac cuando le explicó por qué había llamado a la policía local y después a la oficina de la fiscalía. En realidad se dio cuenta, por el tono cortante con que le hablaba, de que estaba enfadado. «Un lunático ha maltratado y aterrorizado a Kyle, hasta lo habría podido estrangular, y yo no lo dejé llamar a la policía —pensó—. No lo culpo por estar furioso».
Kyle estaba sentado en el sofá entre Mac y Catherine. Se escurrió y fue a su encuentro.
—Meg, no te pongas tan triste. Estoy bien. —Le acarició las mejillas—. De veras, estoy bien.
Ella miró los ojos serios del niño y lo abrazó con fuerza.
—No me cabe duda, compañero.
Arlene Weiss no se quedó mucho tiempo.
—Miss Collins, lo crea o no, queremos ayudar —le dijo mientras Meghan la acompañaba a la puerta—. Si no nos informa, o no permite que otras personas nos informen de incidentes como el de anoche, está obstaculizando la investigación. Si hubiera llamado, habríamos mandado un coche patrulla al cabo de pocos minutos. Según Kyle, el hombre llevaba una cámara grande que seguramente le entorpeció la huida. Por favor, si hay algo más que debamos saber…
—Nada —dijo Meg.
—Mrs. Collins me ha dicho que ha estado usted en su apartamento. ¿Ha encontrado algún otro fax?
—No. —Se mordió el labio pensando en la llamada a Artículos de Piel Palomino.
Weiss la miró fijamente.
—Comprendo. Bueno, si recuerda algo que crea que pueda interesarnos, ya sabe dónde encontrarnos.
Cuando Arlene Weiss se marchó, Mac le dijo a Kyle:
—Ve al otro cuarto. Puedes ver la tele quince minutos. Después nos tenemos que ir.
—Da igual; ahora no dan nada bueno. Puedo quedarme aquí.
—No es una sugerencia.
Kyle se levantó.
—De acuerdo, pero no tienes por qué decírmelo en ese tono.
—Es verdad, papá —lo apoyó Meghan—, no tienes por qué decírselo en ese tono.
Kyle chocó los cinco con ella al pasar a su lado.
Mac esperó hasta oír que se cerraba la puerta.
—¿Qué has descubierto en tu apartamento, Meghan?
Meg miró a su madre.
—El lugar donde está Artículos de Piel Palomino y que tienen una clienta que dice ser la señora de E. R. Collins.
Sin hacer caso del asombro de su madre, les contó lo de la llamada telefónica.
—Mañana tomo un avión hacia allí —dijo—. Tenemos que saber si esa supuesta Mrs. Collins es la mujer que Cyrus Graham vio con papá. No podemos saberlo hasta que la encuentre.
Catherine Collins esperaba que el dolor que veía en el rostro de su hija no se reflejara en su propia expresión cuando dijo en voz baja:
—Meggie, si te pareces tanto a la chica muerta, y la mujer de Scottsdale es su madre, se impresionará terriblemente al verte.
—La noticia no será fácil de ninguna manera para quien sea la madre de esa chica.
Meghan estaba agradecida de que no trataran de disuadirla.
—Meg, no le digas a nadie, pero a nadie, a donde vas —dijo Mac—. ¿Cuánto tiempo vas a estar?
—Una noche como máximo.
—Entonces diremos a todos que estás en tu apartamento. ¿Quedamos en eso?
Mac fue a buscar a Kyle.
—Catherine, si Kyle y yo vamos mañana por la noche a la hostería, ¿tendrás tiempo de cenar con nosotros?
Catherine forzó una sonrisa.
—Me encantaría. ¿Qué quieres en el menú, Kyle?
—¿Pollo McDonald’s? —preguntó esperanzado.
—¿Estás tratando de acabar con mi negocio? Ven, he traído unas galletas. Voy a darte algunas —dijo llevándoselo a la cocina.
—Catherine tiene mucho tacto —dijo Mac—. Creo que se ha dado cuenta de que quería estar un minuto a solas contigo. Meg, no me gusta que te vayas sola, pero creo que te comprendo. Ahora quiero que me digas la verdad. ¿Estás ocultando algo?
—No.
—Meg, no quiero que vuelvas a dejarme al margen. Acostúmbrate a la idea. ¿Cómo puedo ayudar?
—Llama por la mañana a Stephanie Petrovic y, si no está, llama al abogado. Tengo un extraño presentimiento. La he llamado tres o cuatro veces y no ha estado en todo el día. La he vuelto a llamar hace media hora desde el coche. Tiene que dar a luz dentro de diez días y se siente fatal. El otro día, después del funeral de su tía, estaba tan cansada que casi no podía esperar para tumbarse. Así que no me la imagino todo el día por ahí. Te daré los números.
Pocos minutos más tarde, Mac y Kyle se marcharon. El beso de despedida de Mac fue algo más que el habitual saludo de amigo. Le cogió las mejillas con las manos, como había hecho su hijo.
—Cuídate —le ordenó mientras la besaba con firmeza en los labios.