Se iba a subastar una propiedad cerca del límite de Rhode Island. Phillip Carter tenía planeado ir a echarle una mirada.
Necesitaba un día libre de la oficina y del aluvión de problemas de la semana anterior. Los informadores habían estado omnipresentes. Los investigadores no paraban de entrar y salir. Y hasta lo habían invitado a un programa de debate de televisión sobre personas desaparecidas.
Victor Orsini no se había equivocado al decir que cada palabra que se dijera o imprimiera sobre el título falso de Helene Petrovic era un clavo del ataúd de Collins y Carter.
El sábado antes del mediodía. Carter estaba ya en la puerta cuando sonó el teléfono. Se debatió entre atender o no; al final lo hizo. Era Victor Orsini.
—Phillip, tengo puesta la televisión: pura dinamita. El primer error de Helene Petrovic en la Clínica Manning acaba de nacer.
—¿De qué estás hablando?
A Phillip se le heló la sangre mientras Orsini se lo explicaba.
—Esto sólo es el principio —dijo Orsini—. ¿Cuánto cubrirá el seguro por algo así?
—No hay seguro en el mundo que lo cubra —dijo Carter en voz baja antes de colgar.
«Uno cree que lo tiene todo bajo control —pensó—, pero no es así». El pánico no era una emoción con la que estuviera familiarizado, pero de repente los acontecimientos lo estaban acorralando.
Al cabo de un momento pensaba en Catherine y Meghan. Abandonó la idea de un día de paseo por el campo. Las llamaría más tarde. A lo mejor podía cenar con ellas esa noche. Quería saber qué hacían, qué pensaban.
*****
Cuando Meg llegó a casa a la una y media, Catherine tenía el almuerzo listo. Había visto el avance informativo del hospital.
—Probablemente es el último que hago para el Canal 3 —dijo Meg en voz baja.
Durante un momento, ambas, demasiado abrumadas para hablar, comieron en silencio.
—Mamá —dijo al fin Meghan—, por muy malo que sea todo esto para nosotras, ¿te imaginas cómo se sentirán las mujeres que han tenido hijos por fecundación in vitro en la Clínica Manning? Después de lo de los Anderson no habrá ni una que no se pregunte si recibió su propio embrión. ¿Qué pasará cuando se descubran los errores, y las madres biológicas y las que han dado a luz reclamen al mismo hijo?
—Me lo imagino. —Catherine Collins cogió la mano de su hija al otro lado de la mesa—. Meggi, hace nueve meses que vivo en un vaivén emocional tan intenso que estoy aturdida.
—Mamá, te comprendo.
—Escúchame. No tengo ni idea de cómo va a terminar todo esto, pero sí sé una cosa: no quiero perderte. Si alguien mató a esa chica creyendo que eras tú, no puedo más que sentir pena por ella de todo corazón, y agradecerle a Dios de rodillas que sigas con vida.
Ambas se sobresaltaron al oír el timbre.
—Voy yo.
Era un paquete certificado a nombre de Catherine. Ésta rasgó el papel para abrirlo y leyó en voz alta la nota que contenía:
—«Querida Mrs. Collins: Le devuelvo el anillo de bodas de su marido. Pocas veces he estado tan segura de algo como cuando le dije al investigador Bob Marron que Edwin Collins estaba muerto desde hacía varios meses.
»Reciba mis saludos y sepa que rezo por usted. Fiona Campbell Black».
Meghan se dio cuenta de que agradecía ver las lágrimas que borraban parte del dolor que atenazaba el rostro de su madre.
Catherine cogió el fino anillo de oro de la caja y lo apretó en su mano.