—Los sábados siempre llueve —gruñó Kyle mientras cambiaba continuamente de canal.
Estaba sentado en la alfombra con las piernas cruzadas y Jake a su lado.
Mac estaba sumergido en el periódico de la mañana.
—No siempre —dijo distraído. Miró el reloj. Era casi mediodía—. Pon el Canal 3, quiero ver las noticias.
—De acuerdo —dijo Kyle apretando el botón del mando a distancia—. ¡Mira, ahí está Meghan!
Mac bajó el periódico.
—Sube el volumen.
—Siempre me dices que lo baje.
—¡Kyle!
—Vale, vale.
Meg estaba de pie en el vestíbulo del hospital.
—Hay que añadir un nuevo suceso aterrador a la evolución del caso de la Clínica Manning. Tras el asesinato de Helene Petrovic y el descubrimiento de la falsificación de su título, existía la preocupación de que la difunta Mrs. Petrovic hubiera cometido graves errores en la manipulación de los embriones congelados. Hace una hora nació un bebé aquí, en el Centro Médico Danbury, que supuestamente debía ser el gemelo de su hermano de tres años.
Mac y Kyle observaron cómo el ángulo de la cámara se ampliaba.
—A mi lado está el doctor Allan Neitzer, el tocólogo que acaba de asistir el parto de Dina Anderson. Doctor, ¿qué puede decirnos de la criatura?
—Es un varón sano y precioso de tres kilos seiscientos.
—¿Pero no es el hermano gemelo del hijo de tres años de los Anderson?
—No, no lo es.
—¿Es hijo biológico de Dina Anderson?
—Sólo una prueba de ADN puede establecerlo.
—¿Cuánto tiempo tardará?
—Entre cuatro y seis semanas.
—¿Cómo han reaccionado los Anderson?
—Están muy alterados, muy preocupados.
—El doctor Manning ha estado aquí. Ha subido antes de que pudiéramos hablar con él. ¿Ha visto a los Anderson?
—No puedo responderle.
—Muchas gracias, doctor. —Meghan se volvió directamente hacia la cámara—. Estaremos aquí siguiendo el desenlace de esta noticia. Te devuelvo la conexión al estudio, Mike.
—Apaga, Kyle.
Kyle apretó el botón y desapareció la imagen de la pantalla.
—¿Qué significa eso?
«Significa problemas graves —pensó Mac—. ¿Cuántos errores más habrá cometido Helene Petrovic con igual responsabilidad por ellos?».
—Es bastante complicado, Kyle.
—¿Tiene algo que ver con Meg?
Mac miró a su hijo. El cabello castaño claro, tan parecido al suyo, nunca se quedaba en su sitio y le caía por la frente. Los ojos marrones que había heredado de Ginger habían perdido su habitual brillo de alegría. Salvo por el color de los ojos, Kyle era un MacIntyre de cabo a rabo. «¿Cómo será —se preguntó— mirar a tu hijo y darte cuenta de que no es tuyo?».
Cogió a Kyle del hombro.
—Últimamente, las cosas no han sido fáciles para Meg. Por eso parece preocupada.
—Después de ti y de Jake, ella es mi mejor amiga —dijo Kyle seriamente.
Al oír su nombre, Jake movió el rabo.
Mac sonrió irónicamente.
—Estoy seguro de que Meg se sentirá muy halagada al saberlo.
Hacía días que se preguntaba si su ciega estupidez por no haberse dado cuenta de sus sentimientos hacia Meghan no lo habría relegado para siempre, a los ojos de Meg, a la condición de amigo y compañero.
*****
Meghan y el cámara estaban sentados en la sala de espera del Centro Médico Danbury. Steve parecía saber que Meghan no tenía ganas de hablar. Ni Donald Anderson ni el doctor Manning habían bajado todavía.
—Mira, Meg —dijo de pronto Steve—. ¿Aquél no es el hijo de Anderson?
—Sí. Ésa debe de ser la abuela.
Se pusieron de pie de un salto, los siguieron al otro lado del vestíbulo y los alcanzaron en el ascensor. Meg encendió el micrófono y Steve empezó a rodar.
—¿Podría hablar con nosotros un momento? —Preguntó Meghan a la mujer—. ¿Es usted la madre de Dina Anderson y la abuela de Jonathan?
—Sí —respondió con voz educada pero tensa. El cabello plateado enmarcaba una cara de preocupación.
Por la expresión, Meghan se dio cuenta de que la mujer estaba al tanto del problema.
—¿Ha hablado con su hija o con su yerno desde que nació la criatura?
—Me ha llamado mi yerno. Por favor, queremos subir. Mi hija me necesita. —Entró en el ascensor con el chiquillo cogido con fuerza de la mano.
Meghan no intentó detenerla.
Jonathan llevaba una chaqueta azul que combinaba con el color de sus ojos. Las mejillas sonrosadas acentuaban la blancura de su piel. Iba con la capucha bajada y unas gotas de lluvia brillaban como cuentas sobre la dorada cabellera.
—Adiós, adiós —dijo mientras se cerraban las puertas del ascensor.
—Qué niño tan guapo —observó Steve.
—Precioso —asintió Meghan.
Volvieron a sus asientos.
—¿Crees que Manning hará alguna declaración? —preguntó Steve.
—Si yo fuera el doctor Manning, hablaría con mis abogados.
«Y Collins y Carter también van a necesitar a los suyos», pensó.
Sonó el teléfono portátil de Meghan. La llamaban de la redacción; Tom Weicker quería hablar con ella.
—Si Tom está en la oficina el sábado, algo pasa —murmuró.
Algo pasaba. Weicker fue directo al grano.
—Meg, Dennis Cimini está en camino para reemplazarte. Va en helicóptero, así que llegará pronto.
Meghan no se sorprendió. El reportaje especial sobre los dos gemelos de tres años de diferencia se había convertido en una noticia mucho más importante. Ahora estaba relacionada con el escándalo de la Clínica Manning y el asesinato de Helene Petrovic.
—De acuerdo, Tom.
Ella advirtió que había algo más.
—Meg, ¿has hablado con las autoridades de Connecticut sobre la chica muerta que se parece a ti y la nota que llevaba en el bolsillo escrita por tu padre?
—Pensé que debía hacerlo. Estaba segura de que los detectives de Nueva York en algún momento se pondrían en contacto con ellos.
—Ha habido una filtración en alguna parte. También saben que has ido a hacerte una prueba de ADN. Tenemos que ocuparnos de la noticia ahora mismo. Los otros canales ya la tienen.
—Comprendo, Tom.
—Meg, a partir de ahora estás de vacaciones. Pagadas, por supuesto.
—De acuerdo.
—Lo siento, Meg.
—Lo sé. Gracias.
Cortó la comunicación y vio a Dennis Cimini entrar por la puerta giratoria y dirigirse al vestíbulo.
—Espero que vaya todo bien, Steve. Nos vemos —dijo, esperando que él no notara su amarga desilusión.