Meghan entró discretamente en la iglesia de Saint Dominic a las doce y media, cuando la misa poco concurrida en memoria de Helene Petrovic estaba a la mitad. Según los deseos de la difunta, era una ceremonia sencilla sin flores ni música.
Había un puñado de vecinos de Lawrenceville y algunas mujeres mayores de la Asociación Rumana. Stephanie estaba sentada junto al abogado. Meghan se presentó en el momento en que salieron de la iglesia. La chica parecía contenta de verla.
—Déjeme despedirme de esta gente —le dijo— y después nos vamos.
Meghan observó los educados murmullos de pésame, pero no vio grandes manifestaciones de dolor por parte de nadie. Se acercó a dos mujeres que acababan de salir de la iglesia.
—¿Conocían bien a Helene Petrovic? —les preguntó.
—No éramos íntimas amigas —respondió una de ellas—. Algunas solemos ir a conciertos y Helene venía con nosotras de vez en cuando. Era miembro de la Asociación Rumana y le informábamos de todas las actividades. Algunas veces aparecía.
—¿Pero no muy a menudo?
—No.
—¿Tenía alguna amiga íntima?
La otra mujer meneó la cabeza.
—Helene era muy reservada.
—¿Y algún hombre? Conocí a Mrs. Petrovic; era una mujer muy atractiva.
Las dos negaron con la cabeza.
—Si tenía amigos íntimos, nunca dijo ni una palabra de ello.
Meghan vio que Stephanie se despedía de las últimas personas que salían de la iglesia y oyó, mientras la chica se acercaba a ella, que el abogado le decía:
—Preferiría que no hablaras con esa periodista. Con mucho gusto te llevaré a casa o a almorzar.
—No se preocupe.
Meghan cogió a la chica del brazo y bajaron juntas la escalera.
—Es bastante empinada.
—Y ahora estoy tan torpe. Casi no salgo de casa.
—Ésta es tu ciudad —dijo Meghan cuando subieron al coche—. ¿Adónde quieres que vayamos?
—¿Le importaría que volvamos a la casa? Hay mucha comida, y estoy tan cansada.
—Desde luego, vamos.
Cuando llegaron a la casa Petrovic, Meghan insistió en que Stephanie descansara un rato mientras ella preparaba algo de comer.
—Quítate los zapatos y pon los pies sobre el sofá —dijo con firmeza—. Mi familia tiene una hostería y me crié en la cocina. Estoy acostumbrada a preparar la comida.
Mientras calentaba sopa y servía un plato de pollo frío y ensalada, Meghan estudió la casa. La cocina estaba decorada como en una casa de campo francesa. Era evidente que las paredes de ladrillo y el suelo de terracota se habían hecho por encargo. Los apliques eran de primera calidad. La mesa redonda y las sillas de roble eran antigüedades. Saltaba a la vista que se habían cuidado los detalles y había mucho dinero invertido en el lugar.
Almorzaron en el comedor. También los sillones tapizados que rodeaban la mesa eran visiblemente caros. La mesa brillaba con la pátina de los muebles viejos. «¿De dónde salía el dinero?», se preguntó Meghan. Helene era cosmetóloga hasta entrar a trabajar de secretaria en la clínica de Trenton, y de ahí pasó a la Manning.
Meghan no tuvo que hacer preguntas. Stephanie estaba más que dispuesta a hablar de sus problemas.
—Van a vender esta casa. El dinero de la venta, más ochocientos mil dólares va a ir a parar a la clínica. Es tan injusto. Mi tía me prometió cambiar el testamento. Yo era su única pariente. Por eso me mandó a buscar.
—¿Y qué pasa con el padre de la criatura? —Preguntó Meghan—. Lo pueden obligar a que te ayude.
—Se ha ido.
—Es posible buscarlo. En este país hay leyes para proteger a los niños. ¿Cómo se llama?
Stephanie dudó.
—No quiero saber nada de él.
—Tienes derecho a que se ocupen de ti.
—Voy a dar al niño en adopción. Es la única manera.
—Puede que no sea la única. ¿Cómo se llama y dónde lo conociste?
—Lo… lo conocí en Nueva York, en una de esas reuniones rumanas. Se llama Jan. Esa noche, a Helene le dolía la cabeza y se fue temprano. Él se ofreció a llevarme a casa. —Bajó la mirada—. No quiero hablar de cómo me comporté como una tonta.
—¿Salías con él a menudo?
—A veces.
—¿Le hablaste del niño?
—Cuando se lo dije, llamó para decirme que se iba a California. Dijo que era mi problema.
—¿Cuándo fue?
—En marzo pasado.
—¿De qué trabaja?
—Es… mecánico. Por favor, Mrs. Collins, no quiero saber nada de él. ¿Acaso no hay un montón de gente que quiere niños?
—Sí, así es. Pero a eso me refería cuando dije que podía ayudarte. Si encontramos a Jan, tendrá que mantener al bebé y ayudarte a ti al menos hasta que encuentres trabajo.
—Por favor, déjelo. Le tengo miedo. Estaba tan enfadado.
—¿Enfadado porque le dijiste que era el padre de la criatura?
—¡No me haga más preguntas sobre él! —Stephanie apartó su silla de la mesa—. Dijo que me ayudaría. Encuentre entonces a alguien que quiera quedarse con el niño y me dé algo de dinero.
—Lo siento, Stephanie —dijo Meghan arrepentida—, lo último que quería hacer era ponerte nerviosa. Vamos a tomar un té. Ya quitaré luego la mesa.
En la sala, puso una almohada más detrás de la espalda de Stephanie y le acercó un sillón para que apoyara los pies.
Stephanie sonrió disculpándose.
—Es muy amable, perdone mi brusquedad. Es que han pasado tantas cosas y tan rápido.
—Stephanie, vas a necesitar a alguien que te avale para el permiso de residencia hasta que consigas trabajo. Seguramente tu tía tendría alguna persona amiga que pueda ayudarte.
—¿Quiere decir que si algún amigo de ella me avala, me podría quedar?
—Sí. ¿No hay nadie, quizá alguien que le debía un favor a tu tía?
El rostro de Stephanie se iluminó.
—Sí, claro que hay alguien. Gracias, Meghan.
—¿Quién? —preguntó Meghan sin perder tiempo.
—A lo mejor me equivoco —dijo Stephanie repentinamente nerviosa—. Debo pensar en ello. —Y no dijo nada más.
Eran las dos de la tarde. Bernie había conseguido un par de viajes desde el aeropuerto de La Guardia por la mañana, y después otro del aeropuerto Kennedy a Bronxville.
Aquella tarde no tenía intenciones de ir a Connecticut. Pero cuando salió de Cross County se sorprendió girando hacia el norte. Tenía que ir otra vez a Newtown.
En el sendero de la casa de Meghan no había ningún coche. Fue hasta el final de la calle sin salida y giró en redondo. El chico y el perro tampoco estaban a la vista. Perfecto. No quería que advirtieran su presencia.
Volvió a pasar por delante de la casa de Meghan. No podía seguir vagando por allí.
Al pasar por delante de la hostería Drumdoe, se dijo: «Espera un minuto. Este es el negocio de su madre». Lo había leído en el periódico del día anterior. En un instante hizo un cambio de sentido y entró en el aparcamiento. «Aquí tiene que haber un bar —pensó—. Puedo tomar una cerveza y hasta pedir un bocadillo».
Suponiendo que Meghan estuviera allí, le contaría lo mismo que a los demás: que trabajaba para un canal local por cable de Elmira. No había razón para que no le creyera.
El vestíbulo de la hostería era mediano, con paredes revestidas y una alfombra a cuadros azul y roja. No había nadie en el mostrador de recepción. A la derecha, Bernie vio gente en el comedor y a los ayudantes de camarero limpiando las mesas. «Bueno —pensó—, ya ha pasado la hora de comer». La barra estaba a la izquierda. Sólo había un camarero tras ella. Se acercó, se sentó en un taburete y pidió una cerveza y la carta.
Después de decidirse por una hamburguesa, se puso a hablar con el hombre.
—Bonito lugar.
—Sí que es bonito —asintió el camarero.
El hombre tenía un distintivo con su nombre, «Joe», y alrededor de cincuenta años. El periódico local estaba sobre una estantería detrás de la barra. Bernie lo señaló.
—Lo leí ayer. Parece que los propietarios de este lugar tienen muchos problemas.
—Así es —admitió Joe—. Es una lástima. Mrs. Collins es la mujer más agradable del mundo y su hija, Meg, una muñeca.
Entraron dos hombres y se sentaron en el extremo de la barra. Joe les tomó el pedido y se quedó hablando con ellos. Bernie, mientras se terminaba la cerveza y la hamburguesa, miró a su alrededor. Las ventanas traseras daban al aparcamiento, y más allá había una zona arbolada que llegaba hasta el fondo de la casa de los Collins.
Se le ocurrió una idea interesante. Si venía por la noche, podía aparcar junto a los coches de la gente que cenaba y escurrirse entre los árboles. Quizá desde allí podría filmar a Meghan en su casa. Tenía un teleobjetivo. Sería fácil.
Antes de irse le preguntó a Joe si tenían algún chico que aparcara los coches.
—Sólo los viernes y los sábados por la noche —respondió éste.
Bernie asintió. Decidió volver el domingo por la noche.
*****
Meghan se despidió de Stephanie Petrovic a las dos.
—Me mantendré en contacto contigo —le dijo en la puerta—. Quisiera que me avisaras cuando te lleven al hospital. Es duro tener el primer hijo sin nadie cerca.
—Sí, estoy empezando a asustarme —admitió Stephanie—. Mi madre lo pasó muy mal cuando nací yo. Me gustaría que todo hubiera pasado ya.
La imagen de la joven cara desesperada se quedó grabada en la retina de Meghan. ¿Por qué esa obstinación de Stephanie de no pedir ayuda al padre de la criatura? Claro que si estaba decidida a dar al niño en adopción, probablemente no valía la pena.
Antes de dirigirse a su casa, Meghan quería hacer otra parada. Trenton no estaba lejos de Lancesville, y Helene Petrovic había trabajado allí de secretaria en el Centro Dowling, una institución de reproducción asistida. A pesar de que se había marchado a la Clínica Manning seis años atrás, quizá alguien la recordara. Meghan estaba decidida a descubrir algo más sobre ella.
*****
El Centro Dowling de Reproducción Asistida estaba en un pequeño edificio adyacente al Valley Memorial Hospital. El vestíbulo de recepción tenía sólo un escritorio y una silla. Era obvio que no estaba al nivel de la Clínica Manning.
Meghan no mostró su credencial de la PCD. No estaba allí como periodista. Cuando dijo en la recepción que quería hablar con alguien sobre Helene Petrovic, la expresión de la mujer cambió.
—No tenemos nada más que añadir. Mrs. Petrovic trabajó aquí de secretaria durante tres años. Jamás se ocupó de ningún procedimiento médico.
—La creo —dijo Meghan—, pero mi padre es el responsable de contratarla en la Clínica Manning. Tengo que hablar con alguien que la haya conocido bien. Necesito saber si la empresa de mi padre pidió alguna vez referencias sobre ella.
La mujer parecía indecisa.
—Por favor —pidió Meghan en voz baja.
—Veré si la directora puede recibirla.
*****
La directora era una mujer bien parecida, de cabello canoso y unos cincuenta años. Cuando Meghan entró en su despacho, se presentó como la doctora Keating.
—Soy doctora, pero no en medicina —dijo cortante—. Me ocupo de la parte administrativa del centro.
Tenía el expediente de Helene Petrovic en el cajón.
—La fiscalía de Connecticut pidió una copia hace dos días —comentó.
—¿Le molesta que tome notas?
—No, en absoluto.
El expediente contenía la información publicada por los periódicos. En su solicitud, Helene Petrovic había sido veraz. Había solicitado el puesto de secretaria y mencionado antecedentes de cosmetóloga y el reciente certificado de la Escuela de Secretarias Woods de Nueva York.
—Sus referencias fueron verificadas —dijo la doctora Keating—. En la entrevista me causó buena impresión, tenía buenos modales. La contraté y estuve muy satisfecha con ella durante los tres años que trabajó aquí.
—Al marcharse, ¿le dijo que se iba a la Clínica Manning?
—No, dijo que pensaba volver a trabajar de cosmetóloga en Nueva York porque una amiga abría un salón de belleza. Por eso no nos sorprendió que nadie nos pidiera referencias.
—¿Tenían ustedes tratos con Selección de Ejecutivos Collins y Carter?
—Ninguno.
—Doctora Keating, Mrs. Petrovic consiguió engañar al equipo médico de la Clínica Manning. ¿Dónde cree usted que adquirió los conocimientos necesarios para manipular embriones congelados?
Keating frunció el ceño.
—Como les dije a los investigadores de Connecticut, Helene se sentía fascinada con la medicina, y especialmente con la que se lleva a cabo aquí, con el proceso de reproducción asistida. Solía leer libros médicos cuando no había mucho trabajo y a menudo visitaba el laboratorio para observar lo que se hacía. Debo añadir que jamás se le permitió entrar sola. En realidad, nunca permitimos a nadie la entrada con menos de dos miembros del equipo técnico. Es una especie de sistema de seguridad. Creo que debería ser una regla en las instituciones de este tipo.
—¿Cree usted entonces que adquirió sus conocimientos médicos a través de la lectura y la observación?
—Cuesta creer que alguien que no haya tenido la oportunidad de hacer prácticas bajo supervisión sea capaz de engañar a expertos; pero es la única explicación que se me ocurre.
—Doctora Keating, todo lo que he oído sobre Helene Petrovic la describe como una persona amable, respetada, pero solitaria. ¿Es cierto?
—Diría que sí. Que yo sepa, nunca hizo amistad con otras secretarias ni con el resto del personal.
—¿Algún amigo?
—No estoy muy segura, pero siempre sospeché que se estaba viendo con alguien del hospital. A veces, cuando no estaba en su escritorio, alguna de las chicas atendía su teléfono. Después le hacían bromas preguntándole quién era su doctor Kildare.[1] Al parecer, dejaban el recado de que llamara a una determinada extensión del hospital.
—¿No sabe qué extensión?
—Fue hace más de seis años.
—Comprendo. —Meghan se puso de pie—. Ha sido usted muy amable, doctora. ¿Puedo dejarle mi número por si recuerda algo que le parezca que pueda servirme de ayuda?
La doctora Keating le tendió la mano.
—Comprendo las circunstancias, Miss Collins. Ojalá pudiera ayudarla.
Mientras se dirigía al coche, estudió la impresionante mole del Memorial Valley Hospital. Un edificio de diez pisos que ocupaba media manzana, con cientos de ventanas que empezaban a iluminarse a medida que caía la noche.
Tal vez detrás de alguna de esas ventanas estuviera el médico que había ayudado a Helene Petrovic a perfeccionar su peligroso engaño.
*****
Meghan salía de la carretera Siete cuando escuchó las noticias de las cinco de la radio WPCD:
«El asistente de la fiscalía John Dwyer ha confirmado que el coche que Edwin Collins conducía la noche del accidente del puente Tappan Zee el pasado mes de enero ha sido localizado en la puerta del edificio de su hija, en Manhattan. Las pruebas de balística demuestran que con el arma hallada en el vehículo se efectuaron los disparos responsables de la muerte de Helene Petrovic, la jefa de laboratorio de la Clínica Manning, cuyo título falsificado fue supuestamente avalado por Mr. Collins. Se ha emitido una orden de búsqueda y captura contra Edwin Collins como sospechoso de asesinato».