A las cuatro, Mac llamó a Catherine para preguntar cómo se sentía. Como no contestaba nadie, probó en la hostería. En el momento en que la operadora le iba a pasar la llamada a su despacho, sonó el intercomunicador de su escritorio.
—No, déjelo —dijo deprisa—. Llamaré más tarde.
La siguiente hora estuvo muy ocupado y no volvió a llamar. Estaba en las afueras de Newtown cuando marcó de nuevo su número desde el teléfono del coche.
—Si vas a estar en casa pasaré un minuto a verte, Catherine —le dijo.
—Te agradezco el apoyo moral, Mac. —Catherine le habló rápidamente sobre la médium y le dijo que iba en camino con un investigador.
—Dentro de cinco minutos estaré ahí.
Mac colgó el teléfono y frunció el ceño. No creía en médiums. «Dios sabe lo que Meghan estará averiguando de Edwin en Chestnut Hill —pensó—. Y Catherine está agotada. No les hace falta una charlatana que las perturbe más».
Tomó el sendero de la casa Collins en el momento en que un hombre y una mujer salían de un coche. «El investigador y la médium», pensó.
Los alcanzó en el porche. Bob Marron se presentó y presentó a continuación a Fiona Black como alguien que esperaba ayudar a localizar a Edwin Collins.
Mac estaba preparado para presenciar una auténtica exhibición de abracadabras y trucos preparados, pero en cambio, y a pesar de sí mismo, le asombró el aplomo y la serenidad de la mujer que saludaba compasivamente a Catherine.
—Sé que ha sufrido mucho —dijo—. No sé si puedo ayudarla, pero debo intentarlo.
Catherine tenía ojeras, pero Mac vio una luz de esperanza en su mirada.
—Creo en lo profundo de mi corazón que mi marido ha muerto —le dijo a Fiona Black—. Sé que la policía cree que no. Todo sería más fácil si encontráramos la manera de estar seguros, de probarlo, de descubrirlo de una vez por todas.
—A lo mejor hay alguna manera —dijo Fiona cogiéndole las manos a Catherine.
Caminó lentamente por la sala, observando. Catherine la miraba junto a Mac y el investigador.
Fiona se volvió hacia ella.
—Mrs. Collins, ¿todavía tiene la ropa de su marido y sus efectos personales aquí?
—Sí, vamos arriba —dijo mostrándole el camino.
Mac sintió que su corazón se aceleraba cuando empezó a subir la escalera detrás de ellas. Fiona Black tenía algo; no era una impostora.
Catherine la llevó al dormitorio principal. En el tocador había un marco gemelo con una foto de Meghan y otra de Catherine y Edwin vestidos de etiqueta. «La última nochevieja en la hostería», pensó Mac. Había sido toda una celebración.
Fiona Black estudió la foto y dijo:
—¿Dónde está esta ropa?
Catherine abrió la puerta del armario. Mac recordó que hacía unos años ella y Edwin habían tirado la pared que daba a un pequeño cuarto contiguo para hacer dos armarios vestidores. Ése era el de Edwin. Filas de chaquetas, pantalones y trajes. Estantes del suelo al techo con camisas y jerséis. Abajo, un mueble para guardar zapatos.
Catherine miraba las prendas del armario.
—Edwin tenía muy buen gusto para la ropa. A mi padre, en cambio, siempre tenía que elegirle yo las corbatas —dijo como si se lo recordara a sí misma.
Fiona Black entró en el vestidor, rozando ligeramente con los dedos la solapa de un abrigo, las hombreras de otro.
—¿Tiene sus gemelos favoritos o un anillo?
Catherine abrió un cajón del tocador.
—Éste es el anillo de bodas que le regalé. Una vez lo extravió. Pensamos que lo había perdido. Estaba tan disgustado que le compré otro, después encontré éste detrás del cajón. Como se le había quedado un poco pequeño, siguió usando el otro.
Fiona Black cogió el fino anillo de oro.
—¿Puedo llevármelo por unos días? Le prometo no perderlo.
Catherine dudó, pero al fin dijo.
—Si cree que puede resultarle útil.
*****
El operador de cámara de la PCD de Filadelfia se encontró con Meghan a las cuatro menos cuarto en la puerta del Centro Franklin.
—Perdona por las prisas —se disculpó ella.
El operador, un hombre flaco que se presentó como Len, se encogió de hombros.
—Estamos acostumbrados.
Meghan estaba contenta de que tuviera que concentrarse en el reportaje. La hora que había pasado con Cyrus Graham, el hermanastro de su padre, había sido tan dolorosa que tenía que evitar pensar en todo ello hasta que, poco a poco, pudiera aceptarlo. Le había prometido a su madre no ocultarle nada. Iba a ser difícil, pero mantendría su palabra. Esa noche hablarían.
—Len, al principio me gustaría una toma del edificio. Estas calles empedradas no son como la gente piensa que es Filadelfia.
—Tendrías que haber visto este barrio antes de la renovación —dijo Len mientras empezaba a rodar.
En el centro, los recibió la recepcionista. Había tres mujeres sentadas en la sala de espera, bien arregladas y maquilladas. Meghan estaba segura de que eran las pacientes con las que el doctor Williams se había puesto en contacto para la entrevista.
Tenía razón. La recepcionista se las presentó. Una de ellas estaba embarazada. Explicó ante la cámara que esperaba su tercer hijo, todos mediante fecundación in vitro. Las otras dos tenían un hijo cada una y estaban intentando un segundo embarazo con sus embriones conservados en frío.
—Dispongo de ocho embriones congelados —dijo una de ellas sonriendo alegremente a la cámara—. Me van a implantar tres, con la esperanza de que alguno prospere. Si no, esperaré unos meses y después descongelaremos otros y probaremos de nuevo.
—Si consigue quedarse embarazada enseguida, ¿volverá el año que viene? —pregunto Meghan.
—No; mi marido sólo quiere dos hijos.
—¿Pero conservará los embriones congelados que tiene en el laboratorio?
—Sí —afirmó la mujer—; pagaremos para que los sigan conservando. ¿Quién sabe? Tengo sólo 28 años. Quizá cambie de idea y dentro de unos años decida volver. Está bien saber que tengo algunos embriones disponibles.
—¿Suponiendo que alguno de ellos sobreviva el proceso de descongelamiento? —preguntó Meghan.
—Por supuesto.
A continuación, entraron en el despacho del doctor Williams. Meg se sentó al otro lado del escritorio para entrevistarlo.
—Doctor, gracias otra vez por recibirnos —dijo—. Me gustaría que en la toma explicara la fecundación in vitro con la misma sencillez que me la explicó a mí. Luego, si no tiene inconveniente, podríamos rodar algunas escenas en el laboratorio, y usted nos puede mostrar cómo se conservan los embriones; no queremos robarle mucho tiempo.
El doctor Williams era la persona ideal para una entrevista. Con una brevedad admirable, explicó rápidamente los posibles motivos por los que las mujeres tenían dificultades para concebir y el procedimiento de la fecundación in vitro.
—Se administran a la paciente ciertas drogas que estimulan la producción de óvulos; se extraen los óvulos de los ovarios y se fecundan en el laboratorio. El resultado son embriones viables. Por lo general, se implantan en el útero de la madre dos o tres embriones en la primera fase, con la esperanza de que por lo menos uno derive en embarazo. Los otros son crioconservados, o en términos sencillos, congelados, para que eventualmente se utilicen más adelante.
—Doctor, dentro de unos días vamos a ser testigos del nacimiento de un bebé cuyo gemelo tiene tres años —dijo Meghan—. ¿Podría explicar cómo es posible que dos gemelos nazcan con tres años de diferencia?
—Es posible, pero muy infrecuente, que el embrión se divida en dos partes idénticas en la probeta, del mismo modo que lo haría en el útero. En este caso, la madre aparentemente decidió que le implantaran uno inmediatamente, y conservar el otro para más adelante. Afortunadamente, y pese a los pronósticos, ambos implantes tuvieron éxito.
Antes de abandonar el despacho del doctor Williams, Len realizó una toma de las paredes con las fotos de los niños nacidos por reproducción asistida. Después rodaron en el laboratorio, haciendo hincapié en las cámaras de larga conservación donde se mantenían los embriones en una solución de nitrógeno.
Eran casi las cinco y media cuando Meghan dijo:
—Muy bien, ya está. Gracias a todo el mundo. Doctor, le estoy muy agradecida.
—Yo también —le aseguró éste—. Le garantizo que este tipo de publicidad aumentará las visitas de parejas sin hijos.
Una vez en el exterior, Len guardó la cámara en la camioneta y acompañó a Meghan al coche.
—Qué engendro, ¿no? —preguntó—. Tengo tres hijos y me repugnaría pensar que empezaron su vida en un congelador como estos embriones.
—Hay que tener en cuenta que, por otro lado, los embriones representan vidas que no hubieran llegado a existir sin este procedimiento —dijo ella.
Cuando Meghan emprendió el largo viaje de regreso a Connecticut, se dio cuenta de que la agradable y tranquila entrevista con el doctor Williams había constituido un respiro.
En ese momento sus pensamientos volvían al momento en que Cyrus Graham la había saludado como Annie. Pasaron otra vez por su mente las palabras que él había dicho.
Esa misma tarde, a las ocho y cuarto. Fiona Black llamó a Bob Marron.
—Edwin Collins está muerto —dijo en voz baja—. Hace meses que está muerto. Su cuerpo está bajo el agua.