A pesar de los esfuerzos del personal de la Clínica Manning, no hubo manera de ocultar la tensión que reinaba en el ambiente. Algunos pacientes nuevos observaron intranquilos cómo una camioneta de la cadena de televisión CBS entraba en el aparcamiento, y un periodista y un cámara avanzaban deprisa por el camino de entrada.
Marge Walters, en su mejor actuación de recepcionista, se mostró firme con el periodista.
—El doctor Manning no concederá ninguna entrevista hasta que haya investigado todas las alegaciones —dijo.
No pudo detener al operador que había empezado a filmar la sala y a sus ocupantes.
Algunos pacientes se levantaron. Marge se precipitó hacia ellos.
—Ha sido todo un mal entendido —les rogó. De pronto se dio cuenta de que la estaban filmando.
Una mujer, cubriéndose el rostro con las manos, explotó colérica:
—Esto es un atropello. Ya es bastante terrible tener que recurrir a estos métodos para tener un hijo como para aparecer encima en las noticias de las once. —Y se marchó.
—Mrs. Walters, yo también me voy —dijo otra mujer—. Cancele mi visita.
—Comprendo —dijo Marge con una forzada sonrisa compasiva—. ¿Para cuándo quiere que le dé otra hora?
—Consultaré mi agenda y la llamaré.
Marge vio a las mujeres alejarse. Observó asustada cómo Mrs. Kaplan, una paciente que se visitaba por segunda vez en la clínica, se acercaba al periodista.
—¿Qué es lo que pasa? —preguntó.
—Que la jefa del laboratorio de la Clínica Manning durante los últimos seis años al parecer no era médico. El único título que tenía era de cosmética.
—Dios mío. Mi hermana tuvo un hijo hace dos años. Le hicieron una fecundación in vitro aquí. ¿Existe la posibilidad de que el embrión no fuera suyo? —La señora Kaplan se cogió las manos.
«Dios nos ayude —pensó Marge—. Esto es el fin». La noticia de la muerte de la doctora Petrovic la había conmocionado y entristecido, pero hasta llegar al trabajo, una hora antes, no se había enterado de los rumores sobre el título de la doctora. Pero ahora, al escuchar el severo comentario del periodista y observar la reacción de Mrs. Kaplan, se dio cuenta de la gravedad de las posibles consecuencias.
Helene Petrovic era la jefa del laboratorio donde se conservaban los embriones congelados, montones de tubos de ensayo del tamaño de un dedo meñique que contenían seres humanos en potencia. Un error en la etiqueta de uno de ellos podía convertir a la mujer implantada en madre, pero no en madre biológica de la criatura.
Marge observó a Mrs. Kaplan salir de la sala precipitadamente, seguida del periodista. Miró por la ventana. Llegaban más camionetas de noticiarios mientras una nube de periodistas trataba de interrogar a la mujer que acababa de salir.
Vio también a la periodista del Canal 3 de la PCD salir del coche. Meghan Collins. Ese era su nombre. Era la que planeaba hacer ese reportaje especial que el doctor Manning había suspendido tan abruptamente…
*****
Meghan no estaba muy segura de si debía estar allí, especialmente porque el nombre de su padre saldría sin duda a relucir en el transcurso de la investigación del supuesto título de Helene Petrovic. En el momento en que salía del despacho de Phillip Carter, la habían llamado de la redacción para decirle que Steve, el operador de cámara, se encontraría con ella en la clínica.
—Weicker ha dado el visto bueno —le aseguraron.
Ella había tratado de ponerse en contacto con él más temprano, pero Weicker todavía no había llegado. Era su deber hablarle sobre el posible conflicto de intereses. No obstante, en aquel momento, le pareció más fácil aceptar el encargo. De cualquier manera lo más probable era que los abogados de la clínica no permitieran ninguna entrevista con el doctor Manning.
No se acercó al resto de los periodistas que revoloteaban haciendo preguntas a las pacientes que se iban, sino que al ver a Steve le hizo una seña de que la siguiera al interior. Abrió la puerta silenciosamente y, tal como esperaba, vio a Marge Walters en su escritorio hablando ansiosamente por teléfono.
—Hemos tenido que cancelar todas las visitas de hoy —insistía—. Será mejor que les digas que tienen que hacer alguna declaración, sino lo único que el público va a ver es a un puñado de mujeres diciendo barbaridades ahí afuera.
Mrs. Walters levantó la vista en el momento en que la puerta se cerró detrás de Steve.
—No puedo seguir hablando —dijo deprisa, y colgó el teléfono.
Meghan no dijo nada hasta que se hubo sentado en la silla que había al otro lado del escritorio. La situación requería tacto y un manejo cuidadoso. Había aprendido a no asediar a preguntas a alguien que estaba a la defensiva.
—Vaya mañanita le están dando, Mrs. Walters —dijo con suavidad, y observó cómo la recepcionista se pasaba la mano por la frente.
—No lo dude.
Notó por el tono que la mujer estaba en guardia, pero advirtió también el mismo conflicto interno que el día anterior. Una parte de ella sabía que tenía que ser discreta; y la otra se moría por hablar con alguien de todo lo que pasaba. Marge Walters era una cotilla nata.
—Conocí a la doctora Petrovic en la fiesta —aventuró Meghan—, parecía una persona agradable.
—Lo era —coincidió Walters—. Me cuesta creer que no tuviera el título para el trabajo que hacía. Seguramente había estudiado en Rumania, pero con todos esos cambios de gobierno… Apostaría cualquier cosa a que tenía el título. No comprendo cómo el Hospital de Nueva York dice que no ha hecho prácticas allí. Apuesto a que también es un error. Pero cuando lo reconozcan puede que sea demasiado tarde. Esta publicidad acabará con la clínica.
—Probablemente —asintió Meghan—. ¿Cree que tiene algo que ver que ella hubiera dejado el trabajo con la decisión que tomó ayer el doctor Manning?
Walters miró la cámara que Steve sostenía.
Meghan se apresuró a decir:
—Si puede decir algo que evite toda esta mala publicidad, tendré mucho gusto en incluirlo.
Marge Walters se decidió. Confiaba en Meghan Collins.
—Mire, Helene Petrovic era una de las personas más maravillosas y trabajadoras que he conocido. Jamás he visto a nadie más feliz cuando un embarazo llegaba a término. Amaba a cada uno de los embriones del laboratorio y solía insistir para que se revisara regularmente el generador de emergencia, para que la temperatura se mantuviera constante si había un corte en la electricidad. —Se le humedecieron los ojos—. Recuerdo que el año pasado, en una reunión del personal, el doctor Manning nos contó que una noche, durante una tormenta terrible de nieve en diciembre en la que se había cortado la luz, él había acudido a toda prisa a comprobar si funcionaba el generador. ¿Adivina quién llegó al cabo de un minuto? Helene Petrovic. Y eso que detestaba conducir con nieve o hielo. Le daba pánico, pero a pesar de todo consiguió llegar hasta aquí en medio de la tormenta. Lo suyo era abnegación.
—Cuando la entrevisté tuve exactamente la misma impresión —comentó Meghan—. Parecía una persona que se preocupaba mucho por todo. Lo vi por la forma en que trataba a los niños durante la fiesta del domingo.
—Me la perdí. Tuve que ir a una boda familiar. ¿Puede apagar la cámara ahora?
—Por supuesto. —Meghan le hizo una seña a Steve.
Walters sacudió la cabeza.
—Quería venir, pero mi prima Dodie se casó por fin con su novio después de vivir juntos ocho años. Tendría que haber oído a mi tía. Cualquiera pensaría que la novia era una chica de diecinueve años que acababa de salir de un colegio de monjas. Juraría que la noche anterior a la boda le contó a Dodie cómo nacen los niños.
Mrs. Walters emitió una risita por lo incongruente de semejante comentario justamente en esa clínica.
—Bueno, quiero decir cómo nace la mayoría de los niños.
—¿Hay alguna posibilidad de que pueda ver al doctor Manning?
Meghan sabía que si existía alguna era a través de esa mujer.
Walters negó con la cabeza.
—Entre nosotras, en este momento un ayudante del fiscal y algunos investigadores están con él.
No era de extrañar. Sin duda estaban investigando la abrupta partida de la clínica de Helene Petrovic y su vida personal.
—¿Tenía Helene amigos íntimos aquí?
—No, en realidad no. Era muy agradable, pero un poco formal…, ya me entiende. Quizá porque era rumana. Aunque, pensándolo bien, las Gabor también son de allí, y tenían más de un amigo; especialmente Zsa Zsa.
—Estoy casi segura de que las Gabor eran húngaras, no rumanas. ¿Así que Helene Petrovic, que usted sepa, no tenía amigos íntimos ni ninguna relación amorosa?
—Lo más cercano a eso sería el doctor Williams; era el ayudante del doctor Manning. Me pregunté alguna vez si no pasaba algo entre él y Helene. Una noche que salí con mi marido los vi en un restaurante: No parecieron alegrarse mucho de que me acercara a saludarlos. Pero eso fue sólo una vez y hace seis años. Debo decir que después de aquello los observé detenidamente y nunca se comportaron de manera especial.
—¿Todavía trabaja aquí el doctor Williams?
—No; le ofrecieron trabajo para iniciar y dirigir un centro nuevo y lo aceptó. El Centro Franklin de Filadelfia. Tiene muy buena fama. Entre nosotras, el doctor Williams era un gestor de primera. Organizó todo el equipo médico de aquí, y créame, hizo un trabajo fantástico.
—¿Entonces fue él quien contrató a la doctora Petrovic?
—Técnicamente sí, pero todo el personal jerárquico de aquí se contrata a través de una de esas empresas de selección de personal. Se encargan de estudiar y filtrar a los candidatos. Pero aun así, él estuvo aquí unos seis meses después de que ella entrara, y créame, se hubiera dado cuenta si era incompetente.
—Me gustaría hablar con él, Mrs. Walters.
—Llámeme Marge, por favor. Ojalá pudiera hablar con él; le diría lo maravillosa que era Helene en el laboratorio.
Meghan oyó que alguien abría la puerta principal. Walters levantó la mirada.
—¡Más cámaras! Meghan, mejor ahora me callo.
Meghan se puso de pie.
—Ha sido de gran ayuda hablar con usted.
Camino de su casa, Meghan pensó que no debía darle la oportunidad al doctor Williams de negarse a atenderla. Se presentaría directamente en el Centro Franklin de Filadelfia y trataría de verlo. Con suerte podía convencerlo de que le concediera una entrevista sobre la fecundación in vitro.
¿Qué tendría que decir sobre Helene Petrovic? ¿La defendería, como Marge Walters? ¿O se sentiría ultrajado de que Helene lo hubiera engañado como a los demás colegas?
Meghan se preguntó de qué otras cosas se enteraría en su otra parada en Filadelfia, en la casa de Chestnut Hill desde donde le habían notificado a su padre la muerte de su madre.