En el camino de regreso a Newtown, Meghan llamó a su madre desde el teléfono del coche. Su alarma cuando oyó el contestador automático se convirtió en alivio cuando marcó el número de la hostería y le dijeron que Mrs. Collins estaba en el comedor.
—Dígale que voy para allá —dijo al recepcionista.
Durante los siguientes quince minutos Meghan condujo como si tuviera puesto el piloto automático. Estaba entusiasmada con la posibilidad del reportaje que le presentaría a Weicker. Y también podía pedirle orientación a Mac. Era especialista en genética. Podía proporcionarle asesoramiento experto y material de lectura que le permitiría estudiar más a fondo todo el espectro de la fecundación asistida, incluyendo estadísticas sobre los porcentajes de éxitos y fracasos. Cuando el tráfico se detuvo, marcó el número de Mac.
Contestó Kyle. Meghan levantó una ceja al advertir cómo cambiaba su tono de voz cuando se dio cuenta de que era ella quien llamaba. «¿Estará comiendo?», se preguntó, mientras el niño ignoraba manifiestamente sus saludos y le pasaba el teléfono a su padre.
—Hola, Meghan. ¿Qué tal?
La voz de Mac, como siempre, le produjo una punzada conocida de dolor. Cuando tenía diez años lo consideraba su mejor amigo. A los doce tuvo un flechazo y a los dieciséis se enamoró de él. Tres años más tarde Mac se casó con Ginger. Ella asistió a la boda y fue uno de los días más difíciles de su vida. Mac estaba loco por Ginger, y Meg sospechaba que incluso ahora, siete años más tarde, si ella aparecía por la puerta con la maleta, él la recibiría con los brazos abiertos. Meg jamás admitiría que nunca había podido dejar de querer a Mac, por mucho que lo hubiera intentado.
—Necesito tu ayuda profesional, Mac.
Mientras el coche dejaba atrás el tramo de carretera cortado y ella volvía a acelerar, le explicó la visita a la clínica y el reportaje que pensaba preparar.
—Necesito la información enseguida, así puedo presentarle el proyecto completo a mi jefe.
—Sí, te puedo pasar el material ahora mismo. Kyle y yo estábamos a punto de ir a la hostería. Te lo llevo allí. ¿Quieres cenar con nosotros?
—Buena idea. Nos vemos. —Y colgó.
Eran casi las siete cuando llegó a las afueras de la ciudad. La temperatura estaba bajando y la brisa de la tarde se había convertido en ráfagas de viento. Los faros iluminaron los árboles, todavía pesados por las hojas, que ahora se movían inquietos, proyectando sombras sobre la carretera. Le hicieron pensar en las oscuras y agitadas aguas del río Hudson.
«Concéntrate en cómo le vas a presentar la idea de un reportaje especial sobre la Clínica Manning a Weicker», se dijo con vehemencia.
*****
Phillip Carter estaba en la hostería Drumdoe, en una mesa junto a la ventana preparada para tres. Saludó a Meghan con la mano.
—Catherine está en la cocina peleándose con el chef —le dijo—. Los de allá —señaló a una mesa vecina—, querían la carne poco hecha. Tu madre dijo que lo que les habían servido parecía una suela de zapato. En realidad estaba al punto.
Meghan se hundió en la silla y sonrió.
—Lo mejor que podría pasarle es que se marchara el chef, así tendría que volver a ocuparse de la cocina. Le mantendría la mente ocupada. —Le tocó la mano a Carter por encima de la mesa—. Gracias por venir.
—Espero que no hayas cenado. Conseguí que Catherine me prometiera que comería conmigo.
—Fantástico, ¿qué tal si tomo el café con vosotros? Mac y Kyle llegarán de un momento a otro y les he dicho que cenaría con ellos. La verdad es que necesito un poco del cerebro de Mac.
Kyle, durante la cena, ignoró a Meghan. Al final, ella levantó las cejas en una mirada interrogativa a Mac.
—A mí no me preguntes —murmuró éste encogiéndose de hombros. A continuación le advirtió acerca del reportaje que planeaba—: Tienes razón. Hay muchos fallos y es un método muy caro.
Meg miró a Mac y a su hijo al otro lado de la mesa. Eran tan parecidos. Recordó cómo le había cogido su padre la mano en la boda de Mac. Siempre la había comprendido. Siempre.
Cuando padre e hijo estaban a punto de marcharse, les dijo:
—Voy a sentarme un rato con mi madre y Phillip. —Rodeó a Kyle con el brazo—. Hasta pronto, amigo.
El niño se apartó.
—¡Eh!, vamos —dijo Meghan—. ¿Qué te pasa?
Para su sorpresa vio lágrimas en los ojos del niño.
—Pensé que eras mi amiga —dijo. Se volvió rápidamente y salió corriendo hacia la puerta.
—Ya se lo sonsacaré —prometió Mac, y se dio prisa para alcanzar a su hijo.
*****
A las siete, en los alrededores de Bridgewater, Dina Anderson tenía a su hijo Jonathan en el regazo mientras apuraba el café y le contaba a su marido lo sucedido en la fiesta de la Clínica Manning.
—A lo mejor nos hacemos famosos —dijo—. Meghan Collins, una reportera del Canal 3, va a pedir el visto bueno de su jefe para estar en el hospital cuando nazca el niño y filmar las primeras imágenes de Jonathan con su nuevo hermanito. Si el jefe está de acuerdo, le gustaría visitarnos de vez en cuando para ver cómo van las cosas entre ellos.
Donald Anderson parecía dudar.
—Querida, no estoy muy seguro de que necesitemos ese tipo de publicidad.
—Oh, vamos. Puede ser divertido. Además estoy de acuerdo con Meghan en que, si más personas que desean tener hijos estuvieran al corriente de los diferentes métodos de reproducción asistida, se darían cuenta de que la fecundación in vitro es un método viable. El niño realmente ha valido todo el gasto y el esfuerzo.
—El niño va a meter la cabeza en tu taza. —Anderson se levantó, rodeó la mesa y cogió al pequeño de brazos de su mujer—. Es hora de que el bonzo se vaya a la cama —anunció, y añadió—: Si quieres hacerlo, por mí no hay problema. Supongo que será divertido tener algunos vídeos profesionales de los niños.
Dina observó con cariño cómo su marido, rubio con los ojos azules, se llevaba a su hijo, rubio también, hacia la escalera. Tenía a mano todas las fotos de Jonathan de bebé. Qué divertido iba a ser compararlas con las de Ryan. Todavía tenía un embrión congelado en la clínica. «Dentro de dos años, intentaremos tener otro hijo, y quizá se parezca a mí», pensó mirándose al espejo que había sobre la mesa. Estudió su imagen: la piel olivácea, los ojos castaños, el cabello negro azabache. «Tampoco sería tan mal negocio», se dijo.
*****
Meghan, sorbiendo una segunda taza de café, escuchaba cómo Phillip exponía sobriamente a su madre los hechos concernientes a la desaparición de su padre.
—El voluminoso préstamo que Edwin pidió sin decirle nada le facilitó las cosas a los aseguradores. Como te han dicho, piensan que es un indicio de que estaba acumulando efectivo por razones personales. Del mismo modo que se niegan a pagar su seguro personal, me han notificado que tampoco harán efectivo el pago del seguro como socio de la empresa, que te hubiera correspondido a ti en compensación por su posición de socio mayoritario de Selección de Ejecutivos.
—Lo que significa —dijo Catherine Collins en voz baja— que como no puedo demostrar que mi marido ha muerto, tengo que prepararme para perderlo todo. Phillip, ¿la empresa le debe a Edwin más dinero atrasado?
La respuesta fue simple.
—No.
—¿Cómo anda este año el negocio de selección de personal?
—Bastante mal.
—Nos has adelantado cuarenta y cinco mil dólares mientras esperábamos que encontraran el cuerpo de Edwin.
Phillip de repente la miró con severidad.
—Catherine, me alegra hacerlo. Ojalá pudiera aumentar esa suma. Cuando hayamos probado la muerte de Ed, podrás devolverme el dinero con el seguro del negocio.
Ella apoyó su mano sobre la de él.
—No puedo permitirlo, Phillip. El viejo Pat se revolvería en su tumba si supiera que estoy viviendo con dinero prestado. Lo cierto es que si no encontramos pruebas de que Edwin muriera en aquel accidente, perderé el lugar que mi padre tardó toda la vida en levantar, y tendré que vender mi casa. —Miró a Meghan—. Meggie, gracias a Dios que te tengo a ti.
En aquel momento, Meghan decidió no regresar a Nueva York como tenía pensado, sino quedarse a pasar la noche con su madre.
*****
Cuando regresaron a la casa, por acuerdo tácito decidieron no hablar del hombre que había sido esposo y padre. En cambio, vieron las noticias de las diez y se dispusieron a irse a dormir. Meghan llamó a la puerta del cuarto de su madre para darle las buenas noches. Se dio cuenta de que ya no lo consideraba el cuarto de sus padres. Cuando abrió la puerta, Meghan observó, con una punzada de dolor, que su madre había puesto las almohadas en el centro de la cama.
Supo que era un signo inequívoco de que si Edwin Collins estaba vivo, ya no había espacio para él en esa casa.