Hizo cuanto humanamente le fue posible para olvidarse de Suzanne. A veces lograba tranquilizarse durante unas horas o incluso conseguía dormir toda la noche. Era la única manera que tenía de funcionar, de seguir adelante con la tarea cotidiana de vivir.
¿Seguía queriéndola o simplemente la odiaba? No acertaba a saberlo con seguridad. Había sido tan hermosa, con aquellos luminosos ojos burlones, aquella mata de pelo oscuro, aquellos labios, que lucían una sonrisa seductora con la misma facilidad con que se torcían, como si fuera una niña a la que se le priva de un caramelo.
La tenía siempre en la cabeza, tal como se había mostrado en el último momento de su vida, provocándole primero y dándole la espalda a continuación
Y ahora, once años después, Kerry no estaba dispuesta a permitir que Suzanne descansara en paz. ¡Preguntas y más preguntas! Aquello era intolerable. Había que detenerla.
«Muerto el perro se acabó la rabia. Un viejo refrán que sigue siendo cierto», pensó. Había que detenerla, pasara lo que pasase.