Al salir de Greenwich Village en dirección norte, Kerry se encontró con la primera oleada de coches de la hora punta. A las cinco menos veinte sacaba el coche del garaje de la calle Doce y a las seis y cinco enfilaba hacia el camino de entrada de su casa y veía el Volvo de Geoff aparcado delante de una de las puertas de su garaje.
Había llamado a casa con el teléfono de su coche cuando salía de la calle Doce. Hablar con Robin y su canguro Alison sólo la había tranquilizado en cierta medida, por lo que les había dicho que no salieran por ninguna circunstancia y que no abrieran la puerta a nadie hasta que ella llegara a casa.
Al ver el automóvil del abogado, se dio cuenta de que el coche de Alison había desaparecido. ¿Había venido Geoff por algún problema? Kerry apagó el motor y las luces, salió del vehículo, cerró la puerta y echó a correr hacia la casa.
Evidentemente, Robin la había visto llegar. La puerta principal se abrió en el momento en que subía por los escalones.
—Rob, ¿ocurre algo?
—No, mamá, estamos perfectamente. Geoff ha venido y ha dicho a Alison que se podía ir a casa, que ya esperaría él a que volvieras. —Robin puso entonces cara de preocupación—. Hemos hecho bien, ¿no? Me refiero a lo de dejar pasar a Geoff.
—Claro que sí. —Kerry abrazó a su hija—. ¿Dónde está?
—Aquí —dijo Geoff apareciendo en el umbral de la puerta de la cocina—. He pensado que si el sábado pudisteis con una comida típica de los Dorso, os atreveríais con otra esta noche. El menú es muy sencillo. Chuletas de cordero, ensalada de lechuga y patatas al horno.
Kerry notó que estaba tensa y cansada.
—Me parece estupendo —dijo ella con un suspiro mientras se desabrochaba el abrigo.
Geoff se apresuró a cogérselo. Le pareció natural que al tiempo que se ponía el abrigo sobre un brazo, la cogiera con el otro y le diera un beso en la mejilla.
—¿Un día agotador en la fábrica?
Por un breve momento, Kerry apoyó la cara sobre su cálido pecho.
—Los ha habido mejores.
Robin dijo entonces:
—Mamá, voy arriba a acabar los deberes. De todos modos, creo que como soy yo quien está en peligro, debería saber exactamente qué está pasando. ¿Qué te ha dicho el doctor Smith?
—Acaba los deberes y déjame que me relaje un momento. Te prometo que te lo contaré todo luego.
—De acuerdo.
Geoff había encendido la hoguera de gas del salón. Había comprado jerez y los vasos ya estaban dispuestos al lado de la botella sobre la mesita.
—Espero no haberme tomado muchas libertades —dijo en tono de disculpa.
Kerry se dejó caer en el sofá y se quitó los zapatos con la punta de los pies. Movió la cabeza en un gesto de negación y sonrió.
—No, claro que no —dijo.
—Tengo noticias para ti. Pero tú primero, ¿qué te ha dicho Smith?
—Será mejor que primero te cuente lo de Green. Le dije que iba a salir temprano esta tarde y le expliqué por qué.
—¿Y qué te dijo él?
—Lo interesante es lo que no me dijo. En honor a la verdad, he de admitir que, pese a que se le atragantaban las palabras, me ha dicho que confía en que no piense que prefiere ver a un hombre inocente en prisión a permitir que se le complique su carrera política. —Se encogió de hombros. El problema es que no le creo.
—¿Y Smith?
—Ya le tengo, Geoff. Estoy segura. Ese hombre se está viniendo abajo. Como no se decida a contar la verdad, voy a sugerirle a Barbara Tompkins que lo denuncie por acoso. Cuando le he comentado esta posibilidad, se ha quedado de piedra. Creo que en lugar de arriesgarse a que lo hagamos, va a confesar y nos va a dar las respuestas que estamos buscando.
Kerry miró fijamente el fuego, observando cómo las llamas acariciaban los troncos artificiales. Entonces agregó lentamente:
—Geoff, le he dicho a Smith que tenemos a dos testigos que vieron el coche aquella noche y luego he añadido que tal vez la razón por la que deseaba tanto que condenaran a Skip sea que fue él quien mató a Suzanne. Geoff, creo que estaba enamorado de ella, no como hija, quizá ni siquiera como mujer, sino como obra suya. —Entonces se volvió hacia él—. Imagínate la situación. Suzanne está harta de que su padre esté todo el día encima de ella o de que aparezca en todos los lugares a los que va. Esto es lo que me dijo Jason Arnott, y le creo. Así que la noche del asesinato, el doctor va a verla. Skip vuelve a casa pero luego se marcha, tal como declaró. Suzanne está en el vestíbulo, poniendo en un jarrón las flores que le ha regalado otro hombre. No hay que olvidar que aún no se ha encontrado la tarjeta. El doctor Smith se enfada, se siente dolido y está celoso. No sólo tiene que competir con Skip, sino también con Jimmy Weeks. En un arrebato de ira, estrangula a Suzanne y como siempre ha odiado a Skip, coge la tarjeta, se inventa la historia de que su hija temía a su marido y se presenta como el principal testigo de la acusación. De ese modo, mata dos pájaros de un tiro: Skip, su rival a la hora de conseguir las atenciones de Suzanne, es condenado a un mínimo de treinta años de cárcel y la policía no se preocupa de buscar a otro sospechoso.
—La historia encaja —dijo Geoff lentamente—. Pero entonces ¿por qué le preocupa a Jimmy Weeks que se vuelva a investigar el caso?
—También he pensado en eso. En realidad, también hay razones para defender la idea de que fuera él el asesino: se entendía con Suzanne, aquella noche se peleó con ella y la mató. Otra posibilidad sería que ella le hablara de los terrenos de Pensilvania que Skip tenía pendientes de pago. Tal vez Jimmy le contara por descuido que se iba a construir una autopista en esos terrenos y la matase para impedir que se lo dijera a Skip. Creo que los terrenos le costaron muy poco dinero.
—Pues sí que has pensado hoy, amiga mía —comentó Geoff—. Has presentado unos argumentos muy convincentes para cada situación. ¿No habrás escuchado las noticias al volver a casa?
—Mis neuronas necesitaban un descanso. He estado escuchando la emisora de clásicos; si no me hubiera vuelto loca con todo ese tráfico.
—Has hecho bien. De todos modos, si hubieras escuchado las noticias, te habrías enterado de que el fiscal ya tiene en su poder lo que Barney Haskell tenía pensado entregar para llegar a un acuerdo con él. Por lo visto, Barney llevaba las cuentas como nadie. Si Frank Green es listo, en lugar de obstaculizar tu investigación, mañana solicitará permiso para ver los documentos que hagan referencia a las joyas que Weeks compró durante los meses previos a la muerte de Suzanne. Si logramos averiguar que compró la pulsera con los signos del Zodíaco, por ejemplo, tendremos en nuestro poder la prueba de que Smith es un mentiroso. —Geoff se puso en pie—. Kerry McGrath, creo que se merece usted una buena cena. Quédate aquí. Ya te avisaré cuando esté todo listo.
Kerry se acurrucó en el sofá y bebió un trago de jerez. Sin embargo, a pesar del fuego, la habitación le parecía menos acogedora. Segundos más tarde, se levantó y fue a la cocina.
—¿Te importa si miro mientras haces de cocinero? Se está mejor aquí.
*****
Geoff se fue a las nueve. En cuanto se hubo marchado, Robin preguntó a su madre:
—Mamá, tengo que preguntarte una cosa sobre el hombre al que está defendiendo papá. Por lo que has dicho antes, papá no va a ganar el juicio, ¿verdad?
—No, si las pruebas que creemos que han encontrado son realmente lo que se dice que son.
—¿Y será eso malo para papá?
—A nadie le gusta perder un juicio. De todos modos, Robin, creo que lo mejor que le podría suceder a tu padre sería que condenaran a Jimmy Weeks.
—¿Estás segura de que Weeks es la persona que está intentando asustarme?
—Sí, bastante segura. De ahí que cuanto antes averigüemos qué clase de relación tuvo con Suzanne Reardon, mejor, porque así ya no tendrá razones para asustarte.
—Geoff es abogado defensor, ¿verdad?
—Sí.
—¿Defendería Geoff a alguien como Jimmy Weeks?
—No, Robin. Estoy segura de que no.
—Creo que yo tampoco lo haría.
A las nueve y medida, Kerry se acordó de que había prometido a Jonathan y Grace contarles su conversación con el doctor Smith.
—¿Crees que se derrumbará y confesará que mintió? —preguntó Jonathan tras escuchar a Kerry.
—Creo que sí.
Grace había cogido el supletorio.
—Déjame que cuente a Kerry mi noticia, Jonathan. Una de dos, Kerry, o me he portado como una buena detective o he quedado como una estúpida.
Durante la cena del domingo, cuando había hablado a Jonathan y Grace sobre el doctor Smith y Jimmy Weeks, Kerry no se había parado a pensar que el nombre de Jason Arnott tuviera la suficiente importancia como para mencionárselo. Al oír decir a Grace lo que había descubierto, se alegró de que la pareja no pudiera ver la expresión de su cara.
Jason Arnott. El amigo que siempre acompañaba a Suzanne Reardon. A pesar de su aparente franqueza, Kerry había tenido la sensación de que su comportamiento era excesivamente amanerado para resultar sincero. Si Arnott era un ladrón y, según decía Grace, también era sospechoso de asesinato, ¿dónde encajaba en el enigma que rodeaba al caso de las rosas rojas?