El fiscal, en colaboración con las fiscalías de los condados de Middlesex y Ocean, había conseguido una orden para registrar el domicilio habitual y la residencia de verano del difunto Barney Haskell. Como vivía separado de su esposa la mayor parte del tiempo, Barney tenía una cómoda casa de dos plantas en una tranquila calle de Edison, una atractiva población de clase media. Sus vecinos habían dicho a los medios de comunicación que Barney nunca había molestado a ninguno de ellos y que si se lo encontraban en la calle, siempre se comportaba de forma educada.
Su otra casa, un edificio moderno de dos plantas con vistas al océano situado en Long Beach, era donde residía su esposa la mayor parte del año. Los vecinos del lugar habían contado a los investigadores que Barney solía pasar buena parte del verano allí, que dedicaba mucho tiempo a pescar en su Chris-Craft de siete metros de eslora y que su otro pasatiempo era la carpintería. Tenía el taller en el garaje.
Un par de vecinos habían comentado que su mujer les había invitado a pasar al interior de la casa para presumir del enorme aparador de roble blanco que Barney había construido el año pasado para utilizarlo como mueble bar. Por lo visto se sentía muy orgulloso de él.
Los investigadores sabían que Barney debía de tener pruebas concluyentes contra Jimmy Weeks con las que respaldar el trato que antes de morir estaba intentado cerrar con el fiscal. También sabían que si no las encontraban rápidamente, los secuaces de Jimmy Weeks darían con ellas y las destruirían.
Pese a las incesantes protestas de la viuda, que no dejó de decirles que Barney era una víctima y que, aunque estuviera a nombre del pobre Barney, ésa era su casa y no tenían ningún derecho a destruirla, los investigadores lo revolvieron todo, incluido el mueble bar de roble, que estaba clavado en la pared de la sala de estar.
Cuando arrancaron la madera, se encontraron con una caja de caudales lo bastante grande como para contener los archivos de una pequeña oficina.
Como los medios de comunicación se habían congregado en el exterior de la casa, las cámaras de televisión grabaron la llegada de un ladrón de cajas fuertes retirado que ahora trabajaba para el gobierno de Estados Unidos. Un cuarto de hora más tarde, la caja estaba abierta y, poco después, a las cuatro y cuarto de esa misma tarde, el fiscal Royce recibía una llamada telefónica de Les Howard.
Se había encontrado una copia de los libros de contabilidad de Weeks Enterprises, así como varias agendas de actividades diarias en las que Barney había registrado los compromisos que había tenido Jimmy durante los últimos quince años, junto con el objetivo de cada reunión y los asuntos tratados en ellas.
También se habían hallado varias cajas de zapatos con las copias de los recibos de los objetos de lujo, como pieles, joyas y coches, que Jimmy había regalado a sus diferentes amigas. Barney había apuntado en ellos: «No se pagó impuesto sobre ventas».
—Es una mina, un verdadero tesoro —aseguró Les Howard a un entusiasmado Royce—. Barney seguramente conocía el refrán: «Al enemigo no hay que darle ni agua». Debe de haber estado preparando la ruina de Jimmy desde el primer día para así poder negociar su libertad en el caso de que fueran procesados.
El juez había preferido suspender el juicio hasta la mañana siguiente a comenzar el interrogatorio de un nuevo testigo a las cuatro de la tarde. «Otra interrupción», pensó Royce. Tras colgar el auricular, continuó sonriendo mientras saboreaba las espléndidas noticias. Entonces dijo en voz alta:
—Gracias, Barney, estaba seguro de que acabarías confesando.
Luego se quedó en silencio y pensó en lo que iba a hacer a continuación.
Martha Luce, la administradora personal de Jimmy Weeks, estaba en la lista de los testigos de la defensa. Ya se disponía de la declaración jurada en la que afirmaba que los libros de contabilidad que tenía eran correctos y que eran los únicos que existían. Royce pensó que si se le ofrecía a la señora Luce la oportunidad de declarar como testigo de cargo a cambio de un atenuante y una rebaja de la larga pena de cárcel, no sería muy difícil convencerla de qué era lo que más le convenía.