Las personas que habían sido invitadas a alguna de las casas que habían sufrido un robo seguían proporcionando datos al FBI. Aunque ya disponía de doce pistas, Si Morgan pensaba que la investigación había quedado encarrilada cuando el lunes por la tarde el principal sospechoso, Sheldon Landi, había reconocido que con su empresa de relaciones públicas estaba encubriendo las actividades a las que se dedicaba realmente.
El agente había llamado a Landi para un interrogatorio, y por un momento había pensado que iba a oír una confesión. El sospechoso, con la frente perlada de sudor y los dedos entrelazados por los nervios, había musitado:
—¿Ha leído alguna vez Cuéntalo Todo?
—Es una revistilla de supermercado, ¿no es así? —había preguntado Si.
—Sí. Una de las más importantes. Tiene una tirada de cuatro millones. —Por un momento el tono de Landi había sido de presunción. Entonces había bajado la voz hasta el punto de resultar prácticamente inaudible—. Lo que le voy a decir no debe salir de esta habitación. Soy el principal redactor de Cuéntalo Todo. Como se corra la voz, me quedo sin amigos.
«Este tipo no nos lleva a ninguna parte», pensó Si cuando Landi se marchó. Era tan sólo un chismoso; no tendría el valor suficiente para cometer esa clase de robos con éxito.
A las cuatro menos cuarto, uno de los investigadores entró en su despacho.
—Si, hay alguien en la línea confidencial del caso Hamilton que creo que quiere hablar contigo. Se llama Grace Hoover. Su marido es Jonathan Hoover, el senador del estado de Nueva Jersey. Cree que la otra noche vio al individuo que estamos buscando. Su nombre ya nos ha aparecido con anterioridad: Jason Arnott.
—¡Arnott! —Si cogió rápidamente el auricular—. Señora Hoover, Si Morgan al aparato. Gracias por llamar.
El agente no tardó en advertir que Grace Hoover pertenecía a la clase de testigos que los abogados se mueren por encontrar. Razonaba con lógica, hablaba con claridad y resultaba elocuente, pensó mientras ella le explicaba que, al alzar la mirada desde su silla de ruedas, sus ojos se encontraban probablemente en el mismo ángulo que tenía la lente de la cámara que había en la casa de los Hamilton.
—Si se mira al señor Arnott directamente, se tiene la impresión de que su cara es más redonda que cuando se le mira desde abajo —explicó—. Por otro lado, cuando le pregunté si nos conocíamos, apretó los labios con fuerza. Tal vez sea un gesto que hace cuando se concentra. Fíjese en lo tensos que los tiene en la foto. Yo creo que cuando le grabó la cámara, estaba observando detenidamente la estatuilla. Una amiga mía me ha dicho que es todo un experto en antigüedades.
—Sí, sí que lo es. —Si Morgan estaba entusiasmado. Por fin habían dado en el clavo—. Señora Hoover, no tengo palabras para expresarle lo mucho que le agradezco que haya llamado. Supongo que sabrá que si el sospechoso es declarado culpable como consecuencia de la información que nos ha proporcionado, recibirá una gratificación de más de cien mil dólares.
—Oh, eso me da igual —dijo Grace Hoover—. Entregaré el dinero a una institución benéfica.
Al colgar el auricular, Si pensó en los recibos de las matrículas universitarias de sus hijos para el semestre de primavera que le aguardaban encima del escritorio de su casa. Moviendo la cabeza, conectó el interfono y llamó a tres investigadores que estaban trabajando en el caso Hamilton.
Les dijo que quería que siguieran a Jason Arnott las veinticuatro horas del día. Si resultaba ser él el ladrón, se demostraría que había sido muy habilidoso a la hora de borrar sus huellas, a juzgar por la investigación de su caso que se había llevado a cabo dos años atrás. Lo mejor sería seguirle la pista durante una temporada. Tal vez les condujera él mismo al lugar donde tenía escondidos los objetos robados.
—Si conseguimos probar que no se trata de una pista falsa y que es él el autor de los robos —dijo Si—, nuestro siguiente trabajo consistirá en acusarle del asesinato de la señora Peale. El jefe está impaciente por resolver ese caso. La madre del presidente solía jugar al bridge con la señora Peale.