Jonathan y Grace Hoover esperaban que Kerry y Robin llegasen en torno a la una. Ambos creían que pasar la tarde de domingo sosegadamente era una costumbre civilizada y relajante.
Por desgracia, el sol que había brillado el sábado no había durado mucho. El domingo había amanecido gris y frío. Sin embargo, a mediodía la casa ya estaba llena del suculento aroma a cordero asado, el fuego ardía en el hogar de su habitación favorita, la biblioteca, y ellos estaba sentados cómodamente a la espera de que llegaran sus invitadas.
Grace estaba absorta en el crucigrama del Times y Jonathan leía atentamente la sección de «Cultura y espectáculos» del periódico. Al oír que su esposa dejaba escapar un gruñido de contrariedad, levantó la mirada y vio que se le había caído el bolígrafo al suelo y había comenzado el penoso proceso que le suponía inclinarse para recuperarlo.
—Grace… —dijo el senador con tono de reprobación al tiempo que se levantaba para recogerlo.
Cuando se lo hubo dado, ella dejó escapar un suspiro y dijo:
—De veras, Jonathan, ¿qué haría sin ti?
—Nunca tendrás que enfrentarte a ese problema, querida. Y déjame que te diga que el sentimiento es mutuo.
Le cogió de la mano y, por un momento, la tuvo apoyada sobre la mejilla.
—Lo sé, querido. Y créeme, es una de las cosas que me dan la fuerza necesaria para seguir adelante.
*****
Camino de la casa de los Hoover, Kerry y Robin hablaron sobre la noche pasada.
—Fue mucho más divertido quedarnos en casa de los Dorso que ir a un restaurante —comentó Robin jubilosamente—. Me caen bien, mamá.
—A mí también —admitió Kerry sin ningún reparo.
La señora Dorso me dijo que no es tan difícil llegar a ser una buena cocinera.
—Estoy de acuerdo. Me temo que te he decepcionado.
—Oh, mamá. —El tono de Robin era de reproche. Cruzó los brazos y miró fijamente la carretera, que se iba estrechando poco a poco. Estaban llegando a Riverdale—. Preparas una pasta muy buena —dijo en actitud defensiva.
—Cierto, pero eso es todo.
Robin cambió de tema.
—Mamá, la señora Dorso cree que le gustas a Geoff. Yo también lo creo. Estuvimos hablando sobre ello.
—¿Y qué?
—La señora Dorso me dijo que Geoff nunca lleva a casa a las chicas con que queda y que tú eres la primera que lleva desde el instituto. También me dijo que sus hermanas solían gastarle bromas sobre las chicas con las que quedaba y que por eso es tan tímido.
—Es posible —contestó Kerry con aire despreocupado. Estaba tratando de restarle importancia al hecho de que cuando volvían de la cárcel, se había sentido tan cansada que había cerrado los ojos por un momento y se había despertado poco después apoyada sobre el hombro de Geoff. Y le había parecido de lo más natural.
*****
La comida con Grace y Jonathan Hoover fue, como era de esperar, sumamente agradable. Kerry sabía que hablarían del caso Reardon, pero que seguramente esperarían al café para abordar el tema. Era entonces cuando Robin podía levantarse de la mesa e irse a leer o a jugar con uno de los nuevos juegos de ordenador con que Jonathan siempre le obsequiaba.
Mientras comían, el senador les habló acerca de las sesiones legislativas y del presupuesto que el gobernador estaba intentando que se aprobase.
—¿Sabes, Robin? —explicó—. La política es como un partido de fútbol americano. El gobernador es el entrenador que organiza las jugadas y los dirigentes de su partido en el Senado y en la Asamblea Legislativa son los capitanes.
—Tú eres uno de ellos, ¿no? —le interrumpió Robin.
—En el Senado, sí, supongo que soy algo así —contestó Jonathan—. El resto de los miembros de nuestro equipo protege a la persona que lleva el balón.
—¿Y los demás?
—Los del otro equipo hacen todo lo posible por fastidiar el partido.
—Jonathan —murmuró Grace.
—Lo siento, querida. Pero durante esta semana ha habido más intentos de embaucamiento que los que yo haya podido ver en muchos años.
—¿Qué significa eso?
—Cuando digo «embaucamiento», me refiero a una costumbre muy antigua, aunque no necesariamente honrada, según la cual los legisladores añaden gastos innecesarios al presupuesto a fin de ganarse el favor de los votantes de sus distritos electorales. Algunas personas acaban convirtiéndolo en un verdadero arte.
Kerry sonrió.
—Robin, espero que te des cuenta de la suerte que tienes al aprender de alguien como el tío Jonathan los mecanismos con que funciona el gobierno.
—Todos son sumamente egoístas —aseguró Jonathan—. Cuando Kerry haya jurado el cargo en el Tribunal Supremo de Washington, Robin estará en la lista de candidatos para la Asamblea Legislativa y ya no habrá quien la pare.
«Ya empieza de nuevo», pensó Kerry.
—Robin, si has terminado, puedes ir a jugar con el ordenador.
—Vas a encontrar algo que seguro que te gusta, Robin —dijo Jonathan—. Te lo garantizo.
La asistenta había traído otra cafetera. Kerry sabía que le vendría bien una segunda taza. «A partir de ahora ya no hay vuelta atrás», pensó.
Sin esperar a que el senador le preguntara acerca del caso Reardon, Kerry expuso a él y a Grace todos los datos de los que disponía sin ocultarles nada y concluyó diciéndoles:
—Está claro que el doctor Smith mintió. Ahora la cuestión es: ¿cuántas mentiras dijo? También está claro que Jimmy Weeks tiene motivos muy importantes para no querer que se vuelva a investigar el caso. De lo contrario, ¿por qué había de meter él o su gente a Robin en este asunto?
—¿Y dices que Kinellen ha llegado a amenazarte con que a Robin podría ocurrirle algo?
—Creo que «advertir» sería la palabra adecuada. —Kerry se volvió hacia Jonathan con gesto suplicante—. Por favor, trata de comprenderlo: no quiero complicarle las cosas a Frank Green. Estoy segura de que haría una gran labor como gobernador. Sé que cuando estabas explicando a Robin lo que sucede en la Asamblea también estabas hablándome a mí. Frank seguiría la política del gobernador Marshall. Jonathan, maldita sea, quiero ser juez y sé que puedo hacerlo bien. Sé que puedo ser justa y evitar mostrarme excesivamente blanda de corazón o dejarme convencer con facilidad. ¿Qué clase de juez sería si como fiscal cierro los ojos a lo que puede ser un escandaloso error judicial? —Se dio cuenta de que había subido la voz ligeramente—. Lo siento —dijo—. Me he estoy dejando llevar por las emociones.
—Supongo que uno acaba haciendo lo que piensa que es justo —musitó Grace.
—No tengo la intención de armar alboroto y convertirme en la protagonista del asunto. Si se ha cometido un error, me gustaría averiguarlo y luego dejar que Geoff Dorso se ocupe del asunto. Voy a ver al doctor Smith mañana por la tarde. La idea clave es poner en tela de juicio su testimonio. Con franqueza, creo que está a punto de venirse abajo. Acosar a una persona es delito. Si consigo que se derrumbe y admita que mintió cuando le llamaron a declarar, que no fue él quien regaló las joyas a Suzanne, sino que había otra persona por medio, entonces la situación cambia por completo. Geoff Dorso podría encargarse del caso y presentar una moción para que se celebre un nuevo juicio. Presentarla y estudiarla como es debido llevaría varios meses, y para entonces Frank ya sería gobernador.
—Pero tú, querida, podrías quedar fuera de la lista de candidatos para los puestos de juez. —Jonathan movió la cabeza—. Eres muy persuasiva, Kerry, y te admiro, pese a que me preocupa lo que este asunto puede llegar a costarte. En primer lugar, hay que pensar en Robin. Es posible que la amenaza no sea más que eso, una amenaza, pero no por ello debes dejar de tomártela en serio.
—Y no lo hago, Jonathan. Excepto el tiempo que ha pasado con la familia de Geoff Dorso, no le he quitado el ojo de encima en todo el fin de semana. No voy a permitir que se quede sola ni un segundo.
—Kerry, si en algún momento piensas que tu casa no es un lugar seguro, tráela aquí —le instó Grace—. Tenemos un dispositivo de seguridad excelente y mantendremos la puerta de fuera cerrada. Tiene sistema de alarma, así que nos enteraremos si alguien intenta entrar. Buscaremos a un policía jubilado que la lleve al colegio y vaya a recogerla.
Kerry apoyó la mano sobre los dedos de Grace y los apretó suavemente.
—Os quiero —dijo sencillamente—. Jonathan, por favor, espero que no te sientas defraudado por el hecho de que tenga que hacer esto.
—Estoy orgulloso de ti, supongo… —dijo el senador—. Haré lo que pueda para que tu nombre esté entre las candidaturas, pero…
—Pero no cuentes con ello —dijo Kerry lentamente—. Dios mío, elegir puede llegar a resultar realmente difícil, ¿verdad?
—Creo que será mejor que cambiemos de tema —dijo Jonathan rápidamente—. Manténme informado de todos modos, Kerry.
—Desde luego.
—Hablemos de algo más alegre. La otra noche Grace se sintió con fuerzas para salir a cenar —comentó el senador.
—Oh, Grace, cómo me alegro —dijo Kerry con sinceridad.
—Nos encontramos con una persona que no me he podido quitar de la cabeza desde entonces, sencillamente porque no logro acordarme de dónde lo he visto antes —dijo Grace—. Un tal Jason Arnott.
Kerry no había pensado que fuera necesario hablar sobre el experto en antigüedades. Decidió no hacer ningún comentario por el momento y se limitó a preguntar:
—¿Por qué tienes la impresión de que le conoces?
—No lo sé —contestó Grace—, pero estoy segura de que o bien he hablado con él en alguna otra ocasión o bien he visto su foto en el periódico. —Se encogió de hombros—. Ya me acordaré. Siempre acabo acordándome de todo.