Geoff fue a recoger a Kerry y Robin a la una en punto. Cuando llegaron a Essex Falls, condujo a la abogada y su hija al interior de la casa y les presentó a toda su familia. La noche anterior, antes de que acabara la cena, había explicado a los adultos las circunstancias por las que iba a llevar a Robin a casa.
De forma inmediata, su madre había pensado instintivamente que la mujer que Geoff insistía en llamar «la madre de Robin» podría significar algo especial para su hijo.
—¡Cómo no!, que venga Robin a pasar la tarde —había dicho—. Pobre niña, ¿cómo es posible que a alguien se le haya ocurrido hacerle daño? Y Geoff, cuando tú y su madre (Kerry decías que se llamaba, ¿verdad?) volváis de Trenton, debéis quedaros a cenar.
Geoff sabía que el «Ya veremos» que había dicho equivalía a no decir nada. «A menos que ocurra alguna desgracia, lo más probable es que esta noche cenemos en casa de mi madre», se dijo.
Enseguida detectó el gesto de aprobación con que su madre miró a Kerry cuando llegaron. Kerry llevaba un abrigo de pelo de camello sobre un pantalón a juego y un jersey de cuello alto verde oscuro que acentuaba el tono esmeralda de sus ojos glaucos. Se había dejado la melena suelta y el único maquillaje que se había puesto era una pincelada de carmín y un leve toque de sombra de ojos.
Luego observó que su madre se sentía complacida con la forma, sincera aunque no efusiva, en que Kerry le expresaba su agradecimiento por acoger a Robin en su casa. Geoff recordó que su madre siempre había hecho hincapié en que había que modular bien la voz.
Robin se alegró mucho cuando se enteró de que los nueve nietos se encontraban en la casa.
—Don os va a llevar a ti y a los dos mayores a un parque de atracciones —dijo la señora Dorso.
Kerry movió la cabeza y murmuró:
—No sé si…
—Mi cuñado Don es capitán de la policía estatal de Massachusetts —informó Geoff con voz queda—. Se va a pegar a los chicos como una lapa.
Era evidente que Robin tenía ganas de pasárselo bien. En ese momento, los dos gemelos pasaron atropelladamente al lado de ellos seguidos por su primo de cuatro años. Sin quitarles la vista de encima, Robin comentó alegremente:
—Parece como si fuera la hora de salida de la guardería. Hasta luego, mamá.
*****
Una vez dentro del coche, Kerry se recostó en el asiento y suspiró profundamente.
—No estás preocupada, ¿verdad? —se apresuró a preguntarle Geoff.
—No, en absoluto. Era un suspiro de alivio. Ahora déjame que te cuente todo lo que no te he podido contar antes.
—¿Como por ejemplo?
—Como por ejemplo la infancia de Suzanne y lo que veía cuando se miraba en el espejo. O lo que está haciendo el doctor Smith con una de las pacientes a las que ha dado la imagen de Suzanne. O lo que he averiguado esta mañana gracias a Jason Arnott.
*****
Deidre Reardon y Beth Taylor ya estaban en la sala de espera reservada para los visitantes de la cárcel. Cuando los abogados hubieron conseguido el pase en la entrada, se acercaron a ellas y Geoff presentó Kerry a Beth.
Mientras esperaban a que les llamaran, Kerry procuró que la conversación girara en torno a temas no personales. Sabía cuáles eran los asuntos de los que quería tratar cuando estuvieran con Skip, pero no deseaba adelantar acontecimientos. No quería que se perdiera la espontaneidad con que los tres se refrescarían la memoria conforme ella les fuera haciendo preguntas. Comprendiendo que la señora Reardon le saludara con cierta frialdad, se dedicó a charlar con Beth Taylor, quien le había caído bien desde el primer momento.
A las tres en punto fueron conducidos a la sala en que a los familiares y amigos se les permitía hablar con los prisioneros. Estaba más concurrida que el día de la semana anterior en que Kerry había ido a visitar a Skip. Consternada, Kerry pensó que tal vez hubiera sido mejor pedir oficialmente una de las salas de reuniones privadas que había a disposición del fiscal y el abogado defensor cuando realizaban una visita conjunta. Sin embargo, una petición así habría supuesto dejar constancia de que la ayudante del fiscal del condado de Bergen había visitado a un asesino convicto, algo que por el momento no quería que ocurriera.
Lograron de todos modos sentarse en una mesa apartada, que por su posición impedía que les llegara todo el ruido de fondo. Cuando Skip entró en la sala, Deidre Reardon y Beth se pusieron en pie de un salto. Deidre le abrazó en cuanto el guarda que acompañaba a su hijo le quitó las esposas; mientras tanto Beth se mantuvo a distancia.
Kerry se fijó entonces en cómo Skip y Beth se miraban el uno al otro. Las expresiones de sus caras y el comedimiento de su beso eran una prueba de sus sentimientos mucho más convincente que el abrazo más efusivo. En ese momento, Kerry recordó vivamente el día en que había ido a los tribunales. Había visto la cara de angustia que ponía Skip Reardon al enterarse de que le sentenciaban a un mínimo de treinta años de cárcel y oído las estremecedoras palabras de protesta conque llamó mentiroso al doctor Smith. Pensando en esto, se acordó de que, pese a lo poco que sabía en aquel entonces sobre el caso, había tenido la sensación de que las palabras de Skip Reardon eran sinceras.
Había llevado un cuaderno de notas en el que había escrito una serie de preguntas. Debajo de cada una había dejado un espacio en blanco para apuntar las respuestas. Brevemente les dio todas las razones que le habían llevado a hacer una segunda visita: el testimonio de Dolly Bowles sobre la presencia de un Mercedes delante de la casa de Skip la noche de la muerte de Suzanne; el hecho de que ésta no hubiera sido nada agraciada de pequeña; la extraña recreación que el doctor Smith había hecho de la cara de Suzanne al operar a otras pacientes; la atracción que el doctor sentía hacia Barbara Tompkins; el hecho de que el nombre de Jimmy Weeks hubiera surgido en la investigación; y, finalmente, la amenaza que le habían hecho a Robin.
Kerry pensó que era de agradecer que, tras la sorpresa con que habían reaccionado al enterarse de estas revelaciones, ninguno de ellos perdiera el tiempo comentándolas con los demás. Beth Taylor cogió a Skip de la mano y preguntó:
—¿Qué podemos hacer ahora?
—En primer lugar, quiero aclarar que tengo serias dudas de que Skip sea culpable. Si descubrimos la clase de cosas que espero encontrar, haré lo que pueda por ayudar a Geoff a conseguir que revoquen la sentencia —dijo Kerry—. Una cosa más, la semana pasada, Skip, diste por supuesto después de nuestra conversación que yo no te había creído. Esto no es del todo correcto. La impresión que tuve, lo que pensé, fue que no había oído nada que no pudiera ser interpretado de dos formas diferentes: en tu favor y en tu contra. Desde luego, no oí nada que me diera motivo para presentar un nuevo recurso. ¿No es eso cierto, Geoff? —El abogado hizo un gesto de asentimiento—. El testimonio del doctor Smith es la principal razón por la que fuiste declarado culpable. Si queremos tener alguna esperanza, hemos de poner en tela de juicio ese testimonio. Y la única manera de hacerlo que se me ocurre es acorralándolo. Hay que demostrar la falsedad de sus palabras y echársela en cara para ver cómo se defiende. —Sin permitir que nadie hablara, Kerry añadió—: Ya tengo la respuesta a la primera pregunta que tenía pensado plantear. Suzanne nunca te dijo que se hubiera sometido a una operación de cirugía estética. A todo esto, basta de formalidades, me llamo Kerry.
Durante la siguiente hora y cuarto les acribilló a preguntas.
—En primer lugar, Skip, ¿llegó Suzanne a mencionarte el nombre de Jimmy Weeks en alguna ocasión?
—Sólo de manera fortuita —dijo él—. Sabía que era miembro del club y que Suzanne jugaba a veces en el mismo equipo que él. Siempre alardeaba de los resultados que conseguía jugando a golf. Sin embargo, cuando vio que yo sospechaba que se entendía con alguien, empezó a mencionar únicamente los nombres de las mujeres con que jugaba.
—¿No es Weeks el hombre al que están juzgando por evasión de impuestos? —preguntó Deidre Reardon.
Kerry asintió con la cabeza.
—Es increíble. Cuando me enteré de que el gobierno le estaba acosando, me pareció terrible. El año pasado me ofrecí a participar en la campaña contra el cáncer y él nos dejó organizarla en su finca de Peapack. Nos respaldó en todo y luego hizo un donativo muy generoso. Y ahora dices que se entendía con Suzanne y que ha amenazado a tu pequeña…
—Jimmy Weeks se ha asegurado de que a su imagen pública de hombre íntegro no le falte nada —dijo Kerry—. Usted no es la única persona que piensa que Jimmy Weeks está siendo víctima de los acosos del gobierno. Pero, créame, nada más lejos de la realidad. —Entonces se volvió hacia Skip—. Quiero que describas las joyas de Suzanne que, en tu opinión, fueron regalo de otro hombre.
—Una era una pulsera de oro con los signos del Zodíaco grabados en plata a excepción del signo de Capricornio. Este era la figura central y tenía diamantes incrustados. Suzanne era Capricornio. Evidentemente, se trataba de una pulsera muy cara. Cuando le pregunté quién se la había regalado, me dijo que su padre. En cuanto lo vi, le agradecí su generosidad, pero, tal como me temía, me dijo que no sabía de qué le estaba hablando.
—Éste es el camino que quizá debemos seguir. Para empezar, podemos enviar un comunicado a todos los joyeros de Nueva Jersey y Manhattan —dijo Kerry—. Es sorprendente la capacidad que tienen algunos para identificar una joya que han vendido hace años o para reconocer el estilo de alguien cuando se trata de una pieza exclusiva.
Skip le habló entonces del anillo de esmeraldas y diamantes que parecía una alianza. Los diamantes y las esmeraldas estaban engastados de forma alternativa en una primorosa sortija de oro rojizo.
—¿También te dijo que se la había regalado su padre?
—Sí. Esa vez me contó que su padre quería compensarle por todos los años durante los cuales no le había regalado nada. Me dijo que algunas joyas pertenecían a la familia de su madre. La historia resultaba así más fácil de creer. También tenía un alfiler en forma de flor cuya antigüedad era evidente.
—Me acuerdo de ese alfiler —dijo Deidre Reardon—. Iba unido con una cadena a otro alfiler más pequeño en forma de capullo. Todavía conservo la fotografía que recorté de uno de los periódicos locales donde aparecía Suzanne en una fiesta para recaudar fondos. Llevaba puesto el alfiler. Otra reliquia familiar era la pulsera de diamantes que Suzanne llevaba cuando murió, Skip.
—¿Dónde estaban las joyas de Suzanne aquella noche? —preguntó Kerry.
—A excepción de la que llevaba puesta, en el joyero que tenía encima del tocador —respondió Skip—. Se suponía que tenía que guardarlo en la caja fuerte que había en su vestidor, pero no solía molestarse en hacerlo.
—Skip, según el testimonio que diste en el juicio, aquella noche echaste en falta varios objetos de tu dormitorio.
—Estoy seguro de que al menos desaparecieron dos cosas. Una es el alfiler en forma de flor. El problema es que no estoy seguro de que estuviera en el joyero aquella noche. Sin embargo, sí que puedo jurar que había desaparecido el marco miniatura que había sobre la mesilla.
—¿Me lo puedes describir? —preguntó la abogada.
—Déjame que lo haga yo, Skip —interrumpió Deidre Reardon—. Mira, Kerry, ese marco era un primor. Se decía que lo había hecho un ayudante del joyero Fabergé. Mi marido formó parte del ejército de ocupación después de la guerra y lo compró en Alemania. Era un óvalo de esmalte azul con una orla de oro con perlas incrustadas. Fue mi regalo de bodas para Skip y Suzanne.
—Suzanne puso en él una fotografía suya —explicó Skip.
Kerry vio que el guarda que había al lado de la puerta miraba al reloj de la pared.
—Sólo nos quedan unos minutos —dijo apresuradamente—. ¿Cuándo fue la última vez que viste ese marco, Skip?
—Estaba sobre la mesilla por la mañana cuando me vestí. Me acuerdo porque lo miré cuando estaba metiendo las cosas que llevaba en el bolsillo en el traje que me acababa de poner. Aquella noche, cuando los detectives me dijeron que tenía que acompañarles al interrogatorio, uno de ellos subió conmigo al dormitorio para coger un jersey. El marco ya no estaba allí.
—Si Suzanne se entendía con otro hombre, ¿cabe la posibilidad de que ese mismo día le hubiera regalado esa foto?
—No. Era una de sus mejores fotos y le gustaba mirarla. Además no creo que hubiera tenido el valor de dar a alguien el regalo de boda que nos había hecho mi madre.
—¿No volvió a aparecer? —preguntó Kerry.
—No. Sin embargo, cuando dije que tal vez lo hubieran robado, el fiscal afirmó que si se hubiese producido un robo, el ladrón se habría llevado todas las joyas.
El timbre anunció el final del horario de visita. En esta ocasión, Skip cogió a su madre y a Beth y las abrazó con fuerza. Mirando por encima de sus cabezas, lanzó una sonrisa a los abogados. Parecía haber rejuvenecido diez años.
—Kerry, si logras sacarme de aquí, te construiré una casa de la que no querrás salir en tu vida. —Entonces se echó a reír—. ¡Dios mío! —exclamó—, estando en este lugar, no me puedo creer que haya dicho eso.
*****
En otro lado de la habitación, el recluso Will Toth estaba hablando con su novia, aunque su atención se centraba fundamentalmente en el grupo de Skip Reardon. Ya había visto a la madre de Skip, a su novia y al abogado en varias ocasiones. La semana pasada, sin embargo, había reconocido a Kerry McGrath mientras estaba de visita. La habría reconocido en cualquier parte. Por su culpa iba a pasar quince años en ese infierno. Ella se había encargado de la acusación en su juicio. Daba la impresión de que se llevaba bien con Skip; por lo que había podido ver, se había pasado todo el tiempo apuntando lo que él le decía.
Will y su novia se levantaron cuando sonó el timbre que anunciaba el final del horario de visita. Tras darle un beso de despedida, Will dijo:
—Llama a tu hermano en cuanto llegues a casa y dile que haga correr la noticia de que Kerry McGrath ha estado aquí tomando notas.