Esa noche Robert Kinellen había pensado en llamar a Kerry para preguntarle qué tal le había ido a Robin en el médico; pero aunque la idea no había dejado de rondarle en la cabeza, al final no se había decidido a hacerlo. Su suegro y socio principal del bufete de abogados, Anthony Bartlett, había tomado la insólita decisión de aparecer en la casa de los Kinellen después de la cena para estudiar la estrategia que iban a adoptar en el próximo juicio por evasión de impuestos sobre la renta al que se enfrentaba James Forrest Weeks, el cliente más importante y conflictivo del bufete.
Weeks, un empresario y promotor inmobiliario que movía millones de dólares, se había convertido en las tres últimas décadas en algo parecido a una figura pública en Nueva York y Nueva Jersey. Aparte de colaborar activamente en campañas políticas y ser un socio importante de varias organizaciones benéficas, era objeto de incesantes rumores relacionados con casos de uso de información privilegiada y tráfico de influencias. También se murmuraba que tenía contactos con conocidos mafiosos.
El fiscal general llevaba años tratando de acusar a Weeks de algo, por lo que el hecho de representarle durante las últimas investigaciones había resultado ser un trabajo muy provechoso para Bartlett y Kinellen desde el punto de vista económico. Hasta ese momento los federales habían fracasado en la búsqueda de las pruebas necesarias para realizar una acusación sólida.
—Esta vez Jimmy tiene serios problemas —recordó Anthony Bartlett a su hijo político cuando se hubieron sentado frente a frente en el despacho que Kinellen tenía en su casa de Engelwood Cliffs. Tras beber un trago de su brandy, añadió—: Lo cual significa que nosotros también tenemos serios problemas con él.
En los diez años que Bob llevaba trabajando en el bufete, había visto cómo éste iba estrechando su relación con Weeks Enterprises hasta el extremo de convertirse en prácticamente una extensión de la firma. De hecho, sin el enorme imperio empresarial de Jimmy, los abogados se habrían quedado con un puñado de clientes de poca importancia y sus ingresos no habrían sido suficientes para mantener las actividades del bufete. Ambos sabían que si Jimmy era declarado culpable, Bartlett y Kinellen dejaría de existir como firma de abogados.
—Es Barney quien me preocupa —dijo Bob con tranquilidad. Barney Haskell era el administrador jefe de Jimmy Weeks y el segundo acusado en el caso. Los dos sabían que el fiscal estaba ejerciendo una intensa presión sobre él para que pasara a ser testigo de cargo. A cambio le había ofrecido una mayor flexibilidad por parte de la acusación.
Anthony Bartlett hizo un gesto de asentimiento con la cabeza.
—A mí también.
—Y por varias razones —prosiguió Bob—. ¿Te he contado lo del accidente de Nueva York? ¿Y que Robin se ha tenido que someter a un tratamiento de cirugía plástica?
—Sí. ¿Qué tal se encuentra?
—Bien, gracias a Dios. Pero no te he dicho quién es el doctor. Charles Smith.
—Charles Smith. —Anthony Bartlett frunció el entrecejo con aire pensativo. Entonces arqueó las cejas y se irguió en la silla—. ¿No será…?
—En efecto —dijo Bob—. Y mi ex mujer, la ayudante del fiscal, ya ha concertado varias citas con él para que reconozca a nuestra hija. Conociendo a Kerry, no tardará mucho en descubrir la relación.
—Oh, Dios mío —dijo Bartlett consternado.