El doctor Smith había salido de la consulta a las cuatro y veinte, tan sólo un minuto o dos después de despedirse de su último paciente, quien había ido a verle para hacerse una revisión tras someterse a una operación para quitarse los michelines.
Kate Carpenter se alegró de que se fuera. Últimamente le resultaba inquietante estar cerca de él. Ese día se había vuelto a fijar en el temblor de su mano mientras observaba cómo le quitaba los puntos de la cabeza a la señora Pryce, quien se acababa de someter a un tratamiento de lifting en las cejas. No obstante, la preocupación que sentía la enfermera no se limitaba a lo físico: estaba segura de que el doctor Smith también estaba rematadamente mal de la cabeza.
De todos modos, lo que más frustración le causaba a la enfermera era que no sabía a quién recurrir. Charles Smith era (o al menos había sido) un cirujano de primera. No quería verle caer en el descrédito o que le expulsaran de la profesión. Si las circunstancias hubieran sido diferentes, habría hablado con su mujer o con su mejor amigo. Pero en el caso del doctor Smith, no podía hacer eso: hacía tiempo que su esposa había muerto y no parecía que tuviera amigo, alguno.
La hermana de Kate, Jean, era asistente social. Jean probablemente entendería el problema y podría aconsejarle a quién tenía que acudir para conseguir la ayuda que el doctor necesitaba. El problema era que su hermana se había ido de vacaciones a Arizona y Kate no habría sabido cómo ponerse en contacto con ella incluso si hubiera intentado hacerlo.
A las cuatro y media llamó Barbara Tompkins.
—Señora Carpenter, ya no aguanto más. El doctor Smith me llamó anoche y prácticamente me ordenó que saliera a cenar con él. No dejó de llamarme Suzanne y ahora quiere que yo le llame Charles. Además me preguntó si tenía novio formal. Lo siento; sé que le debo mucho, pero me da miedo y esta situación está empezando a afectarme. Incluso en el trabajo he empezado a mirar por encima del hombro por miedo a encontrármelo detrás de mí vigilándome. No lo puedo soportar. Esto no puede seguir así.
Kate Carpenter era consciente de que no podía seguir dándole evasivas. La única persona que se le ocurría que pudiera ser de confianza era la madre de Robin Kinellen, Kerry McGrath.
La enfermera sabía que aparte de ser la ayudante del fiscal de Nueva Jersey, Kerry era una madre agradecida: el doctor había tratado a su hija de forma urgente. Además la abogada conocía la vida personal del doctor mejor que ella o que cualquiera de las personas que trabajaban en la consulta. No sabía muy bien por qué había estado haciendo averiguaciones, pero no creía que fuera para nada malo. Kerry le había confiado que el doctor no sólo se había divorciado, sino que era el padre de una mujer que había sido asesinada.
Con la sensación de estar traicionando al doctor Smith, la enfermera le dio a Barbara Tompkins el número de teléfono de la casa de Kerry McGrath, la ayudante del fiscal del condado de Bergen.